Un articulo de Prudencio García
Durante la Guerra Fría, es decir el enfrentamiento ideológico entre el mundo capitalista y socialista, entre los Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, Guatemala, país de campesinos, tuvo la desgracia de encontrarse dentro de la mira de Washington, que temía un cambio de modelo económico y una pérdida de influencia en la región. Los EEUU llevarán en Guatemala una política de genocidio y de tortura gracias a sus aliados, los militares guatemaltecos, a quienes ha adiestrado y formado en técnicas de tortura y contrainsurgencia en la tristemente célebre Escuela de las Américas.
Red Voltaire | 3 de octubre de 2011
Rezando ante la fosa común. El presidente guatemalteco Álvaro Colom ordena abrir los archivos del ejército, autor principal del horrible genocidio que duró 36 años y dejó más de 200.000 muertos y 50.000 desaparecidos
Los horrores perpetrados por el Ejercito [guatemalteco] contra las comunidades mayas durante el «quinquenio negro» (1978-1983), desbordan toda posible descripción. Los culpables han sido condenados a 6.030 años cada uno.
En la sala del Tribunal de Alto Riesgo de la ciudad de Guatemala, bajo la presidencia de la juez Jazmín Barrios, la voz firme y serena de la juez vocal Patricia Bustamante sonó especialmente rotunda cuando leyó: «Quedó demostrado que los militares actuaron de forma planificada, con ensañamiento y perversidad».
La sentencia se refiere a los hechos producidos principalmente el 7 de diciembre de 1982, cuando una unidad de kaibiles -tropas especiales- entró en el poblado de Las Dos Erres, pequeña aldea maya del Petén, al norte del país. Un total de 201 campesinos, civiles desarmados, en su mayoría mujeres y niños, fueron allí asesinados. Veinte y nueve años después, cuatro ex-kaibiles han sido juzgados por aquellos crímenes y condenados en primera instancia a 6.030 años cada uno de ellos.
Según limita la ley, tendrán que cumplir 50. A ellos se añaden otros 30 años por incumplimiento de sus deberes para con la humanidad, sumando 80 años en total.
Los horrores perpetrados por el Ejército de Guatemala contra las comunidades mayas durante largas décadas, pero muy principalmente en el «quinquenio negro» (1978-1983), desbordan toda posible descripción.
Las descripciones fidedignas existen, pero nadie podría creerlas si no fuera por su abrumadora evidencia en extensión, detalle y concreción testimonial.
Ahí están las 1.500 páginas, en cuatro pavorosos tomos, del informe REMHI (Recuperación de la Memoria Histórica), emitido en 1998 por la ODHAG, Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (24-4-1998).
Páginas, a su vez, corroboradas y extensamente ampliadas un año después (25-2-1999) por las aún más brutales 3.800 páginas de los 12 tomos, aún más pavorosos, del informe de la CEH (Comisión de Esclarecimiento Histórico de la ONU sobre Guatemala, a la que tuvimos el honor de pertenecer). Caso de no existir tan aplastante volumen documental y testimonial, nadie podría creer los hechos en él registrados, dada su inaudita atrocidad.
Salvajismo con las mujeres, incluidas las embarazadas, brutalidad con los niños, incluidos los bebés. Monstruosas mutilaciones masculinas y femeninas, previas a los asesinatos. Empalamientos, personas quemadas vivas, aberrantes formas de asesinar que aseguraban largos días de agonía.
Difícil tarea, la de describir lo indescriptible. Pero trabajosamente se hizo, y el fruto documental de ambos informes citados quedó ahí, y ahí sigue para la posteridad.
Histórica sentencia a ex militares por masacre en Dos Erres en Guatemala.
Según los hechos establecidos, los soldados -unos 40 kaibiles-, al irrumpir en Las Dos Erres, separaron a las mujeres y niños de los hombres. Estos fueron reunidos en la escuela, donde fueron torturados y finalmente asesinados.
Las mujeres con los niños fueron encerrados en la pequeña iglesia evangélica de la comunidad. Después, las mujeres fueron obligadas a cocinar y servir la comida a sus verdugos, antes de ser violadas y asesinadas por estos. Las violaciones y asesinatos se cometieron con especial sadismo, y los cadáveres fueron arrojados a un pozo, utilizado como fosa común.
Igualmente, los niños fueron también asesinados y arrojados al mismo pozo.
Dos exkaibiles, miembros entonces de aquella unidad militar, hoy retirados, radicados en México y testigos voluntarios de la Fiscalía, aportaron al juicio, por videoconferencia, detalles escalofriantes sobre la actuación de los acusados. Por ejemplo, uno de los criminales ahora condenados, el sub-instructor kaibil Manuel Pop Sun, se llevó por la fuerza a una niña hasta ocultarse con ella en una zona de matorrales próxima al poblado, donde la violó. Regresó con ella, la decapitó y la arrojó al pozo.
Otros detalles igualmente horribles vinieron a configurar el contenido de la sentencia.
Recordemos un hecho que nos fue relatado personalmente por un ex miembro del Gobierno del presidente democristiano Vinicio Cerezo.
En 1986, al ser nombrado ministro, se le asignó como escolta un antiguo kaibil. Al saber que la hija de este sufría una grave dolencia de la vista, abocada a la ceguera salvo que recibiera un tratamiento muy caro y especializado, el ministro, compadecido de aquella desgracia, insoluble en una familia de muy pocos recursos, le consiguió ese tratamiento en Estados Unidos. Cuando se lo comunicó al padre, recibió esta tremenda respuesta:
«Agradezco sus desvelos por mi niña, pero sepa que serán totalmente inútiles. Porque lo que le ocurre a mi hija es el castigo que Dios me envía a mí, por las atrocidades que yo cometí con los niños mayas cuando era kaibil».
¿Qué horrores infanticidas cometería aquel sujeto para experimentar un remordimiento patológico de tal magnitud?
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