XXXI Marcha a Rota

sábado, 20 de noviembre de 2010

HIOMENAJE AL PUEBLO IRAKI



Silvio Rodriguez - Homanaje al pueblo iraki
Sueño De Una Noche de Verano
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Al pueblo irakí
Ramón Rocha Monroy
"Otro poema urgente para el pueblo irakí
¡Hay tanta dignidad en esa arena! Babilonia
resucitó de sus ruinas, la sangre del Tigris
se hizo cauce, el dolor del Eufrates, floreció.
¡Oh, señor del valor y del arrojo! Guíalos
¡Oh, señor de las abominaciones! Escúchalos
¡Oh, señor radiante y eterno! No los abandones.
De oro, no de lágrimas, será tu alborada.
De gloria, no de olvido, será el manto de tus muertos.
De justicia, no de fuego, será mañana.
De arena, no de oro, será tu tumba, agresor
De arena, no de gloria, tu regreso.
De arena, no de justicia, será tu memoria, invasor."

Tiene un viejo tono salmódico, jeremíaco, profético, arrancado de la lectura del Viejo Testamento, y apunta muy hondo a la tragedia de esa civilización antigua que se resiste a la ocupación de su territorio. Son los descendientes de tres pueblos: Sumeria, Asiria y Babilonia, entre quienes nació la escritura, los documentos de pago, el comercio exterior, las cartas de crédito, las letras de cambio y tantas otras instituciones que sirvieron para construir la economía mundial. Es la tierra de los tataranietos de esos antiguos escribas, inmortalizados en una magnífica escultura hallada en Bagdad, en la que se aprecia la mirada atenta, el rostro tenso, la tablilla de arcilla entre las piernas y el punzón listo para trazar números y jeroglíficos que servirían para nutrir el mundo con productos de los cuatro puntos cardinales que llegaban al Oriente próspero y eran repartidos a través del Mar Rojo a las grandes ciudades de entonces. Es el asiento hipotético de Adán y Eva, a quienes se calculaba 4004 años de edad, pero también de restos humanos que dormían plácidamente en el desierto desde hace por lo menos 300 mil años, haciendo del padre bíblico de la humanidad un intruso tardío.
Esa es la tierra de origen del trigo, de los silos, del pan, de los grandes embarques de alimentos contra el hambre, y es la tierra que merodeaban árabes y hebreos, cuando eran nómadas, buscando una oportunidad de asentarse en la periferia de esas civilizaciones opulentas. Esa tierra es no sólo madre de todas las batallas, es madre de la humanidad, porque en ninguna otra parte se han hallado restos de antepasados más antiguos.
Entre el Éufrates y el Tigris, en un triángulo verde y bendecido por Dios, rodeado de arenales intensos y de montañas sin brizna de hierba nació la cultura humana y pudo conformar sociedades felices y satisfechas, sobrealimentadas, inteligentes. Ellos vivían rodeados de pueblos nómadas que vivían de las migajas de esos pueblos asentados desde el inicio de los tiempos. Eran pueblos pastores que malamente vivían de la leche de sus cabras, pero se aproximaron a ese triángulo fértil y aprendieron la agricultura, la escritura, el cálculo, la observación de las estrellas. Aprendieron a navegar, a cruzar los mares, pero sobre todo aprendieron ese poderoso instrumento de la cultura y la comunicación: el comercio. Aprendieron a ser cosmopolitas.

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