XXXI Marcha a Rota

jueves, 22 de marzo de 2012

TOLERAR LO INTOLERABLE

 

 
DE TOLERAR LO
INTOLERABLE EN
EDUCACIÓN
La exigencia de tolerancia aparece en relación a las antiguas guerras de religión,
momento en que estaba amenazada la libertad de creencias y modos de vida; la
sociedad despreciaba esas diferencias, las perseguía y condenaba por peligrosas.
Esa tolerancia degradada confunde los valores con las creencias de índole religiosa,
como si los valores mismos fueran patrimonio de las confesiones y órdenes
religiosas; con ello dispone a la ciudadanía en la distancia y la confrontación, nos
instala más en la co-existencia que en la con-vivencia. En el caso de la educación,
la libertad de elección de centro, para que cada familia escoja la educación moral-
religiosa-católica que quiere para sus hijos, se predica como firme y único valor
supremo, al que quedan supeditados todos los demás, incluido el de la justicia,
único valor capaz de impedir que la exclusión, la discriminación y la desigualdad
se instalen en el sistema educativo y en el seno mismo de la sociedad.
Las concesiones de los dirigentes políticos, también de los denominados “progresistas”,
mediante los conciertos educativos con entidades religiosas han consentido
el privilegio tradicional de la Iglesia en la esfera educativa y han contribuido
a acrecentar esta injusticia intolerable. Dichas concesiones van dando sus frutos
reaccionarios: devolver la educación a las manos del clero, como si nunca hubieran
debido salir de ellas.
Hoy en nuestras sociedades asistimos a una intolerancia de cuño diferente, a injusticias
de tipo social y económico que ponen en cuestión nuestras democracias.
Lo que hoy merece atención y ante lo que debemos estar prevenidos es del abuso
de la tolerancia, de aquella que es capaz de tolerar lo intolerable, degenerando en
vicio ampliamente extendido.
•2•
Nuestra denuncia sobrepasa el ámbito gremial que reclama la legítima igualdad
de condiciones entre docentes de la educación pública, dado el agravio
comparativo que supone impartir una asignatura como religión sin haber tenido
que pasar un proceso selectivo de oposición como el resto de compañeros
y compañeras de profesión. Más bien nuestra queja se orienta a la posibilidad
misma de una educación confesional y exige la supresión del adoctrinamiento
religioso en las escuelas públicas, y su financiación pública, así como una
clara apuesta por una institución educativa laica.
Debemos retomar hoy el esfuerzo histórico por sustraer la educación pública, y toda financiación
pública, a las órdenes religiosas y mantener así la independencia respecto a las confesiones. Es preciso
eliminar del currículo la materia de religión, por estar orientada al interés de una determinada
confesión religiosa, en este caso la católica; ello supone un agravio comparativo a la igualdad legal
y jurídica de la que gozan el resto de confesiones en nuestra sociedad, aunque sean minoritarias.
Los derechos de las minorías son derechos, y ninguna mayoría tiene legitimidad moral para violarlos.
En este sentido defendemos que la escuela no debe responder a intereses confesionales, sean
de la confesión que sean, sino a intereses culturales, científicos, artísticos y humanísticos. Esta
supresión de la religión dentro de los contenidos educativos tampoco desemboca en la defensa del
ateísmo como doctrina educativa dominante, pues se trataría de una opción ideológica más entre
las convicciones y creencias de nuestra sociedad. La religión en educación, en tanto aspecto histórico,
cultural, sociológico o espiritual humano, puede abordarse dentro de los contenidos de otras
materias ya existentes, como Historia o Filosofía, entre otras.
Respetamos el derecho que asiste a toda persona a mantener sus creencias
religiosas pero rechazamos con rotundidad una educación confesional, o
que los fondos públicos puedan destinarse a financiar proyectos educativos
confesionales, precisamente por el respeto a la diversidad de creencias y
convicciones presentes en nuestra sociedad. Una educación laica es la única
que puede garantizar la libertad de conciencia y la única que permite la
convivencia en la diversidad, al no imponer al alumnado normas o prácticas
particulares de ninguna religión.
•3•
Hay una especie de acuerdo perverso no explícito en aquellos que nos han gobernado declarándose
demócratas, e incluso de izquierdas, pues han consentido y favorecido que la educación
religiosa se imponga con fuerza en nuestros días. Han dejado que se vulneren principios constitucionales
bajo una especie de arreglo consistente en la no provocación, en la búsqueda del
agrado y la complacencia más generalizada con los poderes eclesiásticos; nuestros políticos de
izquierdas han intentado demostrar lo “buenos” que son al no meterse con nadie. Y han dado
vía libre y favorecido estas actuaciones educacionales de cuño religioso, por inconstitucionales
y arcaicas que resulten. Como si hablar de lo intolerable de la educación confesional estuviera
vetado. Lo que se discute aquí no es el derecho a la libertad religiosa sino su legitimidad en el
ámbito educativo público y su financiación con el dinero de todos y todas. Este asunto merece
un debate racional y una rectificación en los hechos, y no un mero relegar el asunto al terreno
de las adhesiones familiares inquebrantables, bajo la consigna de respeto a los sentimientos
religiosos.

OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA

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