DE TOLERAR LO
INTOLERABLE EN
EDUCACIÓN
La
exigencia de tolerancia aparece en relación a las antiguas guerras de religión,
momento
en que estaba amenazada la libertad de creencias y modos de vida; la
sociedad
despreciaba esas diferencias, las perseguía y condenaba por peligrosas.
Esa
tolerancia degradada confunde los valores con las creencias de índole
religiosa,
como si
los valores mismos fueran patrimonio de las confesiones y órdenes
religiosas;
con ello dispone a la ciudadanía en la distancia y la confrontación, nos
instala
más en la co-existencia que en la con-vivencia. En el caso de la educación,
la
libertad de elección de centro, para que cada familia escoja la educación
moral-
religiosa-católica
que quiere para sus hijos, se predica como firme y único valor
supremo,
al que quedan supeditados todos los demás, incluido el de la justicia,
único
valor capaz de impedir que la exclusión, la discriminación y la desigualdad
se
instalen en el sistema educativo y en el seno mismo de la sociedad.
Las
concesiones de los dirigentes políticos, también de los denominados “progresistas”,
mediante
los conciertos educativos con entidades religiosas han consentido
el
privilegio tradicional de la
Iglesia en la esfera educativa y han contribuido
a
acrecentar esta injusticia intolerable. Dichas concesiones van dando sus frutos
reaccionarios:
devolver la educación a las manos del clero, como si nunca hubieran
debido
salir de ellas.
Hoy en
nuestras sociedades asistimos a una intolerancia de cuño diferente, a
injusticias
de tipo social
y económico que ponen en cuestión nuestras democracias.
Lo que
hoy merece atención y ante lo que debemos estar prevenidos es del abuso
de la
tolerancia, de aquella que es capaz de tolerar lo intolerable, degenerando en
vicio
ampliamente extendido.
•2•
Nuestra
denuncia sobrepasa el ámbito gremial que reclama la legítima igualdad
de
condiciones entre docentes de la educación pública, dado el agravio
comparativo
que supone impartir una asignatura como religión sin haber tenido
que pasar
un proceso selectivo de oposición como el resto de compañeros
y compañeras
de profesión. Más bien nuestra queja se orienta a la posibilidad
misma de
una educación confesional y exige la supresión del adoctrinamiento
religioso
en las escuelas públicas, y su financiación pública, así como una
clara
apuesta por una institución educativa laica.
Debemos
retomar hoy el esfuerzo histórico por sustraer la educación pública, y toda
financiación
pública, a
las órdenes religiosas y mantener así la independencia respecto a las confesiones.
Es preciso
eliminar
del currículo la materia de religión, por estar orientada al interés de una
determinada
confesión
religiosa, en este caso la católica; ello supone un agravio comparativo a la
igualdad legal
y jurídica
de la que gozan el resto de confesiones en nuestra sociedad, aunque sean
minoritarias.
Los
derechos de las minorías son derechos, y ninguna mayoría tiene legitimidad
moral para violarlos.
En este
sentido defendemos que la escuela no debe responder a intereses confesionales,
sean
de la
confesión que sean, sino a intereses culturales, científicos, artísticos y
humanísticos. Esta
supresión
de la religión dentro de los contenidos educativos tampoco desemboca en la
defensa del
ateísmo
como doctrina educativa dominante, pues se trataría de una opción ideológica más
entre
las
convicciones y creencias de nuestra sociedad. La religión en educación, en
tanto aspecto histórico,
cultural,
sociológico o espiritual humano, puede abordarse dentro de los contenidos de
otras
materias
ya existentes, como Historia o Filosofía, entre otras.
Respetamos
el derecho que asiste a toda persona a mantener sus creencias
religiosas
pero rechazamos con rotundidad una educación confesional, o
que los
fondos públicos puedan destinarse a financiar proyectos educativos
confesionales,
precisamente por el respeto a la diversidad de creencias y
convicciones
presentes en nuestra sociedad. Una educación laica es la única
que puede
garantizar la libertad de conciencia y la única que permite la
convivencia
en la diversidad, al no imponer al alumnado normas o prácticas
particulares
de ninguna religión.
•3•
Hay una
especie de acuerdo perverso no explícito en aquellos que nos han gobernado
declarándose
demócratas,
e incluso de izquierdas, pues han consentido y favorecido que la educación
religiosa
se imponga con fuerza en nuestros días. Han dejado que se vulneren principios
constitucionales
bajo una
especie de arreglo consistente en la no provocación, en la búsqueda del
agrado y
la complacencia más generalizada con los poderes eclesiásticos; nuestros políticos
de
izquierdas
han intentado demostrar lo “buenos” que son al no meterse con nadie. Y han dado
vía libre
y favorecido estas actuaciones educacionales de cuño religioso, por
inconstitucionales
y arcaicas
que resulten. Como si hablar de lo intolerable de la educación confesional
estuviera
vetado. Lo
que se discute aquí no es el derecho a la libertad religiosa sino su
legitimidad en el
ámbito
educativo público y su financiación con el dinero de todos y todas. Este asunto
merece
un debate
racional y una rectificación en los hechos, y no un mero relegar el asunto al
terreno
de las
adhesiones familiares inquebrantables, bajo la consigna de respeto a los
sentimientos
religiosos.
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA
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