(Una ponencia de Iñaki Gil de San Vicente).- Esta
ponencia ha sido redactada para el debate con las compañeras y
compañeros del Sindicato Andaluz de Trabajadores de Sanlúcar de
Barrameda, camaradas que admiro como personas y como militantes del
Pueblo Andaluz, que tanto tiene que enseñar al independentismo
socialista vasco.
CLASE, ESTADO Y REVOLUCION
NOTA PREVIA. Esta
ponencia ha sido redactada para el debate con las compañeras y
compañeros del Sindicato Andaluz de Trabajadores de Sanlucar, camaradas
que admiro como personas y como militantes del Pueblo Andaluz, que tanto
tiene que enseñar al independentismo socialista vasco.
«Criticar
es juzgar con valentía, es identificar méritos y debilidades; develar
lo oculto, actuar de forma abierta y no dogmática; llamar a las cosas
por su nombre. Es una actividad que implica riesgos porque el ser humano
(autor también de las obras criticadas) es un ser contradictorio y
orgulloso que construye, inventa y progresa, pero teme los juicios que
puedan descubrir sus errores y debilidades. La crítica es, por
naturaleza, polémica; genera discordias y enemigos, pero también amigos.
Puede producir ideas y conocimientos, así como cambios, siempre
necesarios, en las obras y en los seres humanos. De allí que lo normal
es que el poder establecido o dominante trate siempre de suprimir o de
ocultar la crítica [...] Ser crítico no es fácil. Por eso no existen
cursos ni recetas para formar críticos como sí los hay para evaluadores.
Tampoco hay o se pueden construir instrumentos para hacer crítica como
sí hay cuestionarios, escalas y técnicas para hacer investigaciones. Y
es poco probable que una institución o persona se arriesgue a
proporcionar recursos para desarrollar una crítica de sí misma, pero muy
probable que sí lo haga para criticar al enemigo.»
V. Morales Sánchez Ciencia vs. Técnica y sus modos de producción, Edit. El perro y la rana, Caracas, 2007, pp.108-109
- PRESENTACIÓN
- PATRIARCADO Y CLASE TRABAJADORA
- TERRITORIALIDAD, TRIPLE OPRESIÓN Y ESTADO
- EL ESTADO COMO CENTRALIZADOR ESTRATÉGICO
- DIALÉCTICA Y LUCHA DE CLASES
- LA ESENCIA Y EL FENÓMENO
- EL PROBLEMA DE LA PEQUEÑA BURGUESÍA
- LAS LLAMADAS CLASES MEDIAS
- HISTORIA DEL PUEBLO TRABAJADOR
- PRESENTE DEL PUEBLO TRABAJADOR
- RESUMEN
1. PRESENTACIÓN
Aparentemente,
no existe relación alguna entre el contenido de la cita con la que
iniciamos este texto y su objetivo, el de avanzar en el debate sobre la
estructura de clases en el capitalismo actual y, más especialmente,
sobre la valía del concepto de “pueblo trabajador” desde una perspectiva
de una nación oprimida que debe enfrentarse a un Estado, lo que a la
fuerza plantea otra cuestión que veremos, el papel del Estado en la
teoría de las clases sociales. Pero si descendemos de la apariencia a la
esencia, vemos que la relación es directa, más aún, que sin la
capacidad de criticar el poder académico y político es imposible
comprender la teoría marxista de las clases, como el marxismo en su
conjunto. Vamos a intentar centrarnos sobre todo en la esencia por lo
que no daremos apenas cifras sobre la composición cuantitativa de las
clases y de sus fracciones, ni mucho menos todavía perderemos el tiempo
en criticar la definición burguesa de clase social y sus múltiples
variantes.
En
una de las primeras y decisivas obras marxistas sobre las clases
sociales, siempre ignorada por la casta sociológica porque en ella
aparece ya el embrión del método revolucionario sobre todo en la
utilización de la dialéctica de lo general y de lo particular, Engels,
hablando sobre las condiciones de vida del proletariado, dice que «la
burguesía no debe decir la verdad, pues de otro modo pronunciaría su propia condena»1.
Con el desarrollo del marxismo, con la teoría de la ideología como
inversión de lo real, de la alienación y del fetichismo de la mercancía,
con estos avances, se volvería más radical y plena la crítica de los
límites objetivos de clase de la burguesía para conocer la realidad
social.
Pero tales mejoras nunca negaron el hecho mil veces confirmado posteriormente de que la casta intelectual burguesa sabe perfectamente que no debe decir
la verdad, que debe mentir sobre la realidad. La denuncia de la
mentira, la crítica implacable de la «verdad» burguesa, es por tanto una
necesidad no sólo política y ética, sino también epistemológica y hasta
ontológica, porque ningún conocimiento puede durar en medio de la
mentira y ninguna realidad es cognoscible y definible desde la mentira
que, además, termina de cerrar el cepo de falsa interpretación de lo
real basado en el fetichismo de la mercancía.
Pues
bien, es en los temas candentes para la burguesía, y el de la lucha de
clases entre el capital y el trabajo es el más candente de todos, en
donde esta mentira elevada a la categoría de imperativo ético-burgués2 -no debe decir
la verdad- se disfraza de toda serie de subterfugios y se protege con
toda serie de leyes y burocracias. Podría decirse que el derecho de
crítica en el mundo académico está restringido por el burocratismo
imperante: «el pensamiento crítico está altamente burocratizado
[…] el respeto al sistema de protocolos y autorizaciones académicas,
“capital simbólico” que asegura la competencia formal del texto y su
textualidad, para decir que la crítica en tanto que tal se ha
burocratizado»3.
Pensamos,
a pesar de lo leído ahora mismo, que en el momento decisivo, la crítica
y la burocracia son irreconciliables, al menos si por ambas entendemos
lo que entendía Marx: «La burocracia es un círculo del que nadie puede
escapar. Su jerarquía es una jerarquía de saber […] El espíritu general
de la burocracia es el secreto, el misterio guardado hacia dentro por la
jerarquía, hacia fuera por la solidaridad del Cuerpo»4.
La
directa referencia a la «jerarquía de saber» como característica de
toda burocracia, que hace el llamado «joven» Marx, es una de tantas
tesis marxistas sobre la relación poder-saber que, sin embargo, se
olvidan o se desconocen por las modas post, desde el postmodernismo
hasta el postmarxismo, e incluso para muchas de las versiones blandas y
reformistas de la moda de la biopolítica y del biopoder5.
Sin embargo, para la teoría de la lucha de clases es fundamental
precisar siempre la conexión objetiva entre propiedad privada, poder y
saber, conexión que muy frecuentemente se pierde de vista, o se niega
con la excusa de hablar «solo» del poder y del saber abstractamente en
muchos textos sobre la biopolítica. En lo relacionado con el nazismo6,
por ejemplo, desaparece toda referencia a la industria y a la burguesía
alemanas, a sus objetivos de saqueo imperialista, al exterminio de
hombres y hombres comunistas, socialistas, anarquistas, simples
demócratas y disidentes, homosexuales, gitanos, etc., y también al hecho
de que hay muchos genocidios anteriores al nazismo, pero todos ellos
relacionados con la propiedad privada. De este modo, desaparece la
historia real, la de la lucha de clases.
La
presión del secretismo burocrático refuerza el resto de dinámicas,
miedos, egoísmos y limitaciones que impiden con mil sutilezas la
reflexión crítica, o que la reprimen abiertamente, de modo que se
termina imponiendo lo que alguien define muy correctamente como «la
voluntad de no saber»: «“capitalismo”, “imperialismo”, “explotación”,
“dominación”, “desposesión”, “opresión”, “alienación”… Estas palabras,
antaño elevadas al rango de conceptos y vinculadas a la existencia de
una “guerra civil larvada”, no tiene cabida en una “democracia
pacificada”. Consideradas casi como palabrotas, han sido suprimidas del
vocabulario que se emplea tanto en los tribunales como en las
redacciones, en los anfiteatros universitarios o los platós de
televisión»7.
Si a esto le unimos la influencia reaccionaria de la moda postmoderna y
de todos los post que queramos enumerar, nos encontramos con que:
«Los
detractores del socialismo no pueden oír hablar de la existencia de
explotación, imperialismo o explotadores. Se muestran iracundos cuando
algún comensal o interlocutor les hace ver que las clases sociales son
una realidad. Los portadores del nuevo catecismo posmoderno dicen tener
argumentos de peso para desmontar la tesis que aún postula su validez y
su vigencia como categorías de análisis de las estructuras sociales y de
poder. Lamentablemente, sólo es posible identificar, con cierto grado
de sustancia, dos tesis. El resto entra en el estiércol de las ciencias
sociales. Son adjetivos calificativos, insultos personales y críticas
sin altura de miras. Yendo al grano, la primera tesis subraya que la
contradicción explotados-explotadores es una quimera, por tanto, todos
sus derivados, entre ellos las clases sociales, son conceptos anticuados
de corto recorrido. Ya no hay clases sociales, y si las hubiese, son
restos de una guerra pasada. Desde la caída del muro de Berlín hasta
nuestros días las clases sociales están destinadas a desaparecer, si no
lo han hecho ya. El segundo argumento, corolario del primero, nos ubica
en la caducidad de las ideologías y principios que les dan sustento, es
decir el marxismo y el socialismo. Su conclusión es obvia: los
dirigentes sindicales, líderes políticos e intelectuales que hacen
acopio y se sirven de la categoría clases sociales para describir luchas
y alternativas en la actual era de la información, vivirían de espaldas
a la realidad. Nostálgicos enfrentados a molinos de viento que han
perdido el tren de la historia»8.
Pero
no se detienen aquí los obstáculos que imposibilitan la crítica radical
de la ideología burguesa sobre las clases sociales, sino que estos se
multiplican exponencialmente cuando debemos avanzar en la crucial
cuestión de integrar lo subjetivo, la identidad y el complejo
lingüístico-cultural, etc., en la definición de las clases sociales, en
la interacción entre la conciencia-en-si y la conciencia-para-sí. ¿Qué
función juega la conciencia nacional del pueblo trabajador en la
conciencia-para-sí de la clase obrera y del propio pueblo vertebrado por
ésta? ¿La conciencia de clase es siempre y exclusivamente
internacionalista, cosmopolita, y siempre ha de optar por la unidad
estatalista aunque sea la de un Estado nacionalmente opresor de su
pueblo? Ya hemos respondido a estas preguntas en otros muchos textos. Lo
que ahora nos interesa es dejar constancia de las fuertes resistencias
burocráticas a que se realicen investigaciones y debates democráticos
para responder a estas cuestiones.
T.
Shanin ha investigado la presencia activa de las tradiciones
revolucionarias vernáculas en el socialismo, y es categórico al
denunciar la responsabilidad de las burocracias en el boicot de la
investigación de la compleja dialéctica entre la liberación nacional y
la de clases, para imponer esquema unilineales y mecanicistas, en los
que la conciencia de clase no esté «contaminada» por sentimientos
nacionales: «Los burócratas y los doctrinarios de todo el mundo aman la
sencillez de estos modelos e historiografías y hacen todo lo posible
para imponerlos por medio de todos los poderes que tienen a su alcance»9.
2. PATRIARCADO Y CLASE TRABAJADORA
Existen,
además, otra serie de obstáculos que dificultan el estudio de las
clases sociales, como, fundamentalmente, el de la opresión de la mujer
por el hombre gracias al sistema patriarco-burgués. Del mismo modo en
que en lo relacionado con la opresión nacional existe una burocracia
intelectual, una casta académica defensora a ultranza del nacionalismo
imperialista, de la lógica de su Estado, que impide toda reflexión
crítica que demuestre la dialéctica entre lucha de clases y lucha de
liberación nacional, exactamente sucede en lo relacionado con la
opresión de la mujer y su relación con la economía capitalista y la
estructura de clases. A lo largo de los siglos en los que el sistema
patriarcal se ha ido adaptando a los sucesivos modos de producción,
siendo subsumido por estos, durante este largo tiempo se ha ido creando
una ideología, una forma de ver e interpretar la realidad, adecuada a
las clases dominantes, masculinas.
La forma
de pensamiento patriarco-burgués se ampara y se refuerza en las
múltiples formas en las que se presenta el positivismo, la supuesta
neutralidad valorativa del método oficial de conocimiento, método que C.
Martínez Pulido, en un texto de obligado estudio, resume así: «La
afirmación acerca de la no neutralidad valorativa de la ciencia afecta a
la distinción entre valores cognitivos y no cognitivos, pues hace
hincapié en el carácter social de los valores epistémicos a la vez que
presenta la posibilidad de identificar ciertos aspectos cognitivos en
algunos no epistémicos. Por ejemplo, los valores contextuales pueden
determinar qué preguntar y qué ignorar acerca de un fenómeno dado [...]
Del mismo modo, los valores contextuales también pueden afectar a la
descripción de los datos, esto es, se pueden utilizar términos cargados
de valores a la hora de describir observaciones y experimentos y los
valores pueden influir en la selección de los datos o en los tipos de
fenómenos que hay que investigar»10.
Los
valores contextuales patriarco-burgueses delimitan lo que se puede
investigar o no en el poder universitario, censurando y marginando lo
que no conviene, y potenciando lo que sí necesita la dominación
masculina. L. Méndez ha estudiado el triste proceso de asimilación del
feminismo radical por las instituciones del sistema, que han desactivado
la carga crítica y movilizadora del feminismo hasta reducirla a una
simple «cuestión de género», una «perspectiva de género» aportada por
estudios de profesionales encargados por las instituciones. Precisamente
cuando aumenta la explotación y la pobreza, precisamente ahora el
feminismo es integrado por el sistema11.
Si
pasamos de la crítica del campo de la antropología al campo de la
sociología en general, nos encontramos con el lacerante hecho de la
selección masculina de las estadísticas, o en palabras de Dixie Edith,
la ausencia o el muy escaso desarrollo de las «estadísticas en femenino»12,
lo que demuestra la orientación patriarcal de las denominadas «ciencias
sociales»; muy significativamente, los avances de Cuba en esta decisiva
área son reconocidos en este necesario texto citado.
Los
estudios críticos muestran que, por ejemplo en Latinoamérica, el
aumento el cantidad de mujeres en las instituciones académicas y
científicas no se corresponde con un aumento de su poder cualitativo, de
decisión en los planes y en los proyectos, sino que al contrario, se
asiste una «masculinización del poder» en estas instituciones13, y otras investigaciones en Europa confirman que la mujer domina en las aulas universitarias, «pero no en los despachos»14,
y desde una perspectiva aún más mundializada, son demoledores los datos
sobre la superioridad masculina en todo lo relacionado con ciencia y
tecnología, un ejemplo: «de los 513 premios Nobel de física, química y
fisiología o medicina concedidos desde 1901, solamente 12 fueron a manos
de mujeres y dos recompensaron a una misma persona, Marie Curie»15.
La fuerza reaccionaria del sistema patriarco-burgués se confirma por el
demoledor hecho de que «más formación = más desigualdad», es decir, a
pesar del aumento de la formación educativa de la mujer está aumentando
la desigualdad con los hombres16.
Pero
la exclusión intelectual de la mujer es sólo parte de un problema
mayor, el de su explotación global. Sin duda, lo que separa al marxismo
del pensamiento patriarco-burgués sobre esta cuestión es la contundente
afirmación realizada en el Manifiesto Comunista según la cual «se trata precisamente de abolir la posición de las mujeres como meros instrumentos de producción»17.
A partir de aquí el resto de este decisivo problema viene dado por el
desenvolvimiento de la explotación patriarco-burguesa de la mujer en
cuanto mero instrumento de producción, que es usado según las
necesidades que tiene el capital en cada momento de su acumulación.
Dependiendo de las crisis, del paro, del empobrecimiento, de las
políticas estatales de reducción de gastos públicos y de ayudas
sociales, etc., la mujer se ve obligada a aceptar mayores explotaciones,
peores condiciones de trabajo, además de aumentar el trabajo doméstico.
Así, según la Fundación Adecco18,
en los tres últimos años 465.000 mujeres han tenido que entrar en el
«mercado laboral» para compensar con su salario extrafamiliar el
dramático empeoramiento de las condiciones familiares de vida, el
empobrecimiento creciente que se plasma en el hecho de que el 64% de la
población19
del Estado español tiene dificultades económicas para llegar a fin de
mes. Y son datos oficiales, porque otras muchas decenas de miles de
mujeres no tienen más remedio que aceptar ser explotadas en la economía
sumergida o, lo que es infinitamente peor, en la prostitución20.
Pero encontrar un trabajo legal no significa que sea en condiciones
«normales» porque, además del menor sueldo que cobran las mujeres por el
solo hecho de serlo -de entre un 22 y un 30% menos que los hombres
según los empleos, o más-, el 86,6% de los contratos fijos a jornada
completa son para los hombres, al menos en Gipuzkoa21, aunque no variarán mucho en otros sitios.
La
disparidad salarial y de formas restrictivas de contrato que impiden el
acceso a puestos de dirección, es una de las características de la
estructura de clases, y en el sistema patriarco-burgués esta estructura
dispar también se materializa dentro de los altos cargos directivos en
las empresas. No podía ser de otro modo en el nivel específicamente
empresarial, pero este es reforzado por la dominación sexo-económica
adaptada a las altas instancias del mando empresarial. Estudios
recientes indican que: «más del 60% de los titulados universitarios en
2010 fueron mujeres. El 45% del mercado laboral -tanto el general como
el denominado de alta cualificación- es femenino. Sin embargo, la
presencia de las féminas en los cargos de alta dirección no alcanza el
10%. […] La presencia de las mujeres es escasa en los cargos de alta
dirección y en los consejos de administración de las empresas: casi un
70% de las compañías nacionales no incorpora consejeras. En las
cotizadas, la representación femenina en los consejos es de un 11%. Esta
cifra se ha mantenido estable en los últimos dos años»22.
Pero
dejando las altas jerarquías de la explotación, a las que apenas pueden
acceder las mujeres incluso tras haber aceptado los valores
patriarco-burgueses como propios, volvamos a la cruda realidad que
aplasta a la mayoría inmensa de las mujeres. Thérèse Clerc nos ofrece
unos datos demoledores sobre lo que significa para el capitalismo
francés la explotación sexo-económica de la mujer: «Las mujeres realizan
41 mil millones de horas de trabajo doméstico que no son contabilizadas
en ninguna parte, que no entran en los cálculos del PIB. 41 mil
millones de horas que nos agotan y que hacen que nuestra pensión esté
recortada. Solo la mitad de las mujeres tienen una pensión completa, dos
tercios están bajo el umbral de pobreza»23.
Hablamos de explotación sexo-económica, sin olvidar que dentro de esta
unidad está presente la explotación afectivo-emocional, porque el
sistema patriarco-burgués opera como una totalidad más abarcadora que la
explotación del obrero por el burgués. Es indudable que dentro de la
explotación patriarco-burguesa debemos incluir las violaciones, -una de
cada cinco mujeres estadounidenses, el 20%, ha sido violada24-,
y todo el conjunto de malos tratos, vejaciones, insinuaciones y abusos
sexuales y psicológicos, especialmente contra las mujeres migrantes25, las más indefensas.
Si
todas las formas de violencia son activadas contra la fracción
masculina del pueblo trabajador cuando avanza en su lucha
revolucionaria, llegándose a la violación de los hombres por las fuerzas
de ocupación nacional26, la fracción femenina sufre una violencia total que C. Alemany define así:
«Son
multiformes las violencias ejercidas sobre las mujeres por razón de su
sexo. Engloban todos los actos que, por medio de la amenaza, coacción o
la fuerza, les infligen en la vida privada o pública, sufrimientos
físicos, sexuales o psicológicos, con el fin de intimidarlas,
castigarlas, humillarlas o que se vean afectadas en su integridad física
y subjetiva. El sexismo corriente, la pornografía, el acoso sexual en
el trabajo, forman parte de ello. Aquí trataremos de las violencias
corporales que, en tanto que expresión de relaciones de poder masculino y
sexualidad, forman parte de la virilidad y a menudo están legitimadas
socialmente. Al herir directamente a muchas mujeres, privándolas de su
libertad de ir y venir, de su sensación de seguridad, su confianza en sí
mismas, sus aptitudes para trabar relaciones, su gusto por vivir, esas
violencias conciernen y afectan a todas las mujeres que son
potencialmente víctimas de ello. Constituyen una de las formas extremas
de relaciones entre sexos» 27.
La
violencia multiforme patriarco-burguesa tiene uno de los actuales
anclajes justificadores profundos -«el 19% de los europeos justifica en
ocasiones la violencia género»28,
según estudios oficiales, lo que sugiere que el porcentaje es
indudablemente mayor- en los efectos y en las excusas sexistas que los
hombres encuentran en el conjunto formado por el «nuevo sexismo, junto a
la responsabilidad del cuidado»29,
como sostiene Regina Martínez. El aumento de la carga de trabajo
doméstico al reducirse las ayudas públicas y las prestaciones sociales,
al reducirse los salarios, etc., acarrea a la mujer un aumento
correspondiente de sus horas de trabajo, lo que se suma al conjunto de
problemas en aumento como efecto de que la burguesía echa sobre la mujer30
el grueso de los costos de su salida a la crisis capitalista. La
responsabilidad del cuidado, la doble o triple jornada laboral y las
exigencias insuperables puestas por el «nuevo sexismo» a las mujeres,
además de otras razones, explican el deterioro de la salud mental de las
mujeres31, emigrantes y hombres trabajadores.
La
explotación afectivo-emocional de la mujer por el sistema
patriarco-burgués empeora estas condiciones ya de por sí duras. La
explotación afectivo-emocional se padece en los países imperialistas
porque en el llamado Tercer Mundo las mujeres padecen el «imperialismo
emocional» que saquea los «recursos emocionales» femeninos, por utilizar
las palabras de Arlie Russell Hochschild:
«El
imperialismo en su forma clásica implicó el saqueo de los recursos
materiales del Sur por parte del Norte […] La brutalidad que caracterizó
al imperialismo de aquella era no debe minimizarse, y mucho menos si
comparamos la extracción de recursos materiales del Tercer Mundo que se
produjo por entonces con la extracción actual de recursos emocionales.
El Norte de hoy no extrae amor del Sur por la fuerza: no hay
funcionarios coloniales de cascos broncíneos, ni ejércitos invasores ni
barcos armados que navegan hacia las colonias. En su lugar, vemos una
escena benigna con mujeres del Tercer Mundo que, armadas de paciencia,
caminan del brazo con los ancianos a quienes cuidan y se sientan junto a
ellos en las calles y en los parques del Primer Mundo. Hoy en día, la
coerción actúa de otra manera. Si bien el comercio sexual y algunos
servicios domésticos se imponen con brutalidad, en líneas generales el
nuevo imperialismo emocional no se ejerce a punta de fusil»32.
Dejando
de lado algunas matizaciones que podríamos hacer a estas palabras, sí
debemos decir que la explotación afectivo-emocional, el saqueo de los
recursos emocionales de las mujeres por los hombres, una especie de
«plusvalía psicológica», sin mayores precisiones ahora, esta explotación
también se realiza en el capitalismo imperialista. Como en todo proceso
de explotación, en este la persona y el colectivo explotado, la mujer,
se siente atrapada en un mundo de relaciones que llegan a producirle
angustia y miedo si intenta romperlas, recobrar su libertad. Recientes
estudios indican que además de aumentar el machismo agresivo en la
juventud española revelan que:
«Cerca
del 12% se han sentido atemorizadas por su pareja. Además el 57% de las
que se perciben como maltratadas prolongan sus relaciones con el
agresor más de un año […] Los niveles de tolerancia al maltrato en
jóvenes de entre 13 y 25 años es sorprendente. La tolerancia a
situaciones de violencia (en muestras pre y universitarias) es elevada
tanto en personas que se perciben como maltratadas como no maltratadas,
especialmente en el caso de las mujeres […] el 26,8% de las jóvenes
españolas se sienten atrapadas en su relación, mientras que un 11,9%
asegura haber tenido miedo […] Tras más de diez años de estudio, los
resultados del CUVINO, orientado a la evaluación de la violencia de
género entre parejas de novios universitarios, con una muestra de más de
2.000 personas de Sevilla, Oviedo, La Coruña, Pontevedra y Huelva,
arroja como resultado una estructura en ocho factores: violencia por
coerción, emocional, sexual, de género (por la simple condición de ser
mujer), instrumental, social, física y por desapego. Asimismo, el
estudio señala que la edad de inicio de la relación problemática es
temprana, especialmente en las mujeres, que ya indican relaciones
conflictivas a los 13 años, mientras que en el caso de los varones solo
es detectada a partir de los 16»33.
Nadie
debe extrañarse de que insistamos en el efecto destructor del miedo, al
que volveremos al analizar las relaciones entre el Estado burgués y la
clase trabajadora, en la explotación de la mujer por el sistema
patriarco-burgués. La presencia del miedo es una constante en la
precariedad inherente a la explotación asalariada, y su efectividad
paralizante es tanto más demoledora cuanto que el control disciplinario y
represivo afecta de lleno al «plano afectivo en el trabajo, en el que el miedo está siempre presente»34. El miedo a perder el trabajo y a caer en la pobreza dominaba en la mayoría de la población trabajadora de la UE35 a comienzos de 2010, y todo indica que va en aumento.
Sí
podemos y debemos hablar del plano afectivo existente en la explotación
asalariada masculina, mucho más debemos hacerlo en la explotación de la
mujer, sea o no asalariada, porque la explotación existe en última
instancia cuando se expropia a alguien del producto realizado con su
fuerza de trabajo. Y aquí debemos introducir la destrucción
afectivo-emocional de la mujer causada por la brutalidad de la
esclavitud de la infancia, de esos 400 millones36
de niñas y niños sobreexplotados en condiciones de esclavitud
capitalista en el mundo. La mujer trabajadora, empobrecida, que ha de
aceptar la inhumana explotación de sus hijas e hijos, vive segundo a
segundo el miedo permanente por su salud, por su suerte, por las
vejaciones que sufre y sufrirá, sobre todo si es niña.
La
teoría marxista de las clases sociales debe integrar la explotación
afectivo-emocional y sus correspondientes violencias, en el momento de
analizar las fuerzas objetivas y subjetivas que influyen en la toma de
conciencia-para-sí de la mujer en el sistema patriarco-burgués. La
obviedad de esta fusión se basa en el papel central del trabajo humano
en la antropogenia. Claudia Mazzei Nogueira demuestra el papel central
del trabajo como cualidad de la especie humana en la dialéctica entre la
reproducción y la división sexual del trabajo37,
y aunque no profundiza en el papel clave que siempre ha jugado el
Estado patriarcal en esa interacción, desde que existe el patriarcado,
no es menos cierto que se intuye el accionar del poder patriarcal a la
hora de orientar o imponer una determinada división sexual del trabajo,
siempre en función de la clase dominante en el modo de producción
dominante.
La
función del Estado en el empeoramiento de la vida de las mujeres
aparece de forma nítida en los períodos de crisis, como el actual. Un
ejemplo, el «tajo brutal»38
del 40% de la inversión pública que va a imponer el Estado español va a
suponer un brutal retroceso en las condiciones de vida de la mayoría
inmensa de las mujeres, a la par que un drástico declive de las
condiciones de vida de las clases y pueblos oprimidos en el Estado.
Carecemos de espacio para analizar la relación entre clase trabajadora,
explotación sexo-económica y emocional de la mujer y Estado
patriarco-burgués en el contexto de una crisis sistémica como la
presente. Las tesis de Catharine A. MacKinnon de que «el Estado es
masculino en el sentido feminista: la ley ve y trata a las mujeres como
los hombres ven y tratan a las mujeres»39
nos explica por qué incluso las mujeres más reaccionarias encuentran
tantas dificultades para ser aceptadas por el sistema patriarco-burgués.
La
experiencia acumulada desde la anterior gran crisis del capitalismo, la
iniciada a finales de la década 1960, está mostrando que el feminismo
burgués, en cualquiera de sus formas, fracasa cuando el capital aprieta
las tuercas, como viene sucediendo desde la ofensiva neoliberal. En
estas condiciones cada vez más duras, el viejo debate sobre si el
sexo-género femenino es una casta, un sexo o una clase40 se zanja a favor del feminismo marxista.
La
necesidad de la crítica radical en lo relacionado con las clases
sociales surge de las tres cuestiones básicas expuestas: la casta
académica e intelectual, la opresión nacional y la explotación de
sexo-género. Cada una de estas se subdivide en muchos niveles, pero las
tres nos reconducen a las relaciones entre la economía capitalista y su
Estado.
3. REPRODUCCIÓN, TERRITORIALIDAD Y ESTADO
Una
vez actuando la ley del valor, la reproducción de la sociedad
capitalista se rige de forma diferente a la de los modos de producción
anteriores, y por tanto la composición de las clases varía y con ella la
lucha de clases. Sin embargo, pese a estos cambios cualitativos, se
mantiene una conexión más profunda con la reproducción biológica de la
sociedad, que no es otra que la explotación patriarcal arriba vista pero
ahora subsumida en el capitalismo y expresándose en forma de sistema
patriarco-burgués. La subsunción del patriarcado preburgués sólo pudo
realizarse mediante una contrarrevolución político-sexual especialmente
lanzada contra las mujeres que necesitó de una paralela construcción del
Estado patriarco-burgués, como ha demostrado contundentemente S.
Federici41 al relacionar política sexual, surgimiento del Estado y contrarrevolución desde finales del siglo XV.
La
contrarrevolución político-sexual fue tan salvaje, masiva y prolongada
porque la burguesía en ascenso necesitaba acabar con una milenaria
tradición básica heredada desde las primeras agrupaciones humanas
territorialmente asentadas, como veremos, y después tensionadas desde
los primeros proto-Estados decisivos para la victoria del patriarcado.
Aún así, los Estados fueron decisivos en el pasado remoto con la
etnogénesis42 precapitalista, como en el capitalismo como instrumento vital en la autogénesis nacional43.
Debemos detenernos un instante en esta evolución precapitalista porque
nos descubre el proceso de formación histórica de la unidad de las tres
explotaciones, la patriarcal, la nacional y la asalariada, por seguir la
secuencia temporal. Aclarar que estas tres opresiones dependen de una
única lógica, la de la explotación de la fuerza de trabajo y la de la
ocupación directa o indirecta del territorio, es paso previo para
comprender la teoría marxista de las clases sociales, de la lucha de
clases y del papel del pueblo trabajador.
Siendo muy breves, D. Rodríguez ha estudiado la importancia del territorio en las identidades de los pueblos patagones44. P. Mamani Rodríguez ha seguido estas y otras investigaciones en el caso concreto de las naciones andinas bolivianas45. L. Martínez ha escrito que: «Una
conceptualización del territorio que incluya la noción de campo social,
permite [...] una lectura más objetiva de los procesos que se han
consolidado en el territorio, de aquellos que se frustraron y de
aquellos que tienen una potencialidad futura. Muchos territorios se han
construido con un denominador común basado en el conflicto, mientras que
otros lo han hecho en base a procesos de cooperación entre actores.
[...] se visualizan los conflictos sociales que pueden generarse en
diversos subcampos (cultural, étnico, económico, etc.) lo que permite
también explicar la naturaleza del conflicto y su posible salida»46.
Según
T. Jordan, los aspectos positivos de la territorialidad consisten en
que garantiza la seguridad personal; garantiza el control de la economía
propia; garantiza la reproducción de la cultura propia; garantiza la
estabilización de la identidad coherente tanto en lo individual como en
lo colectivo, a lo largo de un proceso que permite superar la fragilidad
de todo lo identitario, y en palabras del autor: «La territorialidad
apoya los sistemas de identidad: a) contribuyendo a la definición de una
identidad específica (colectiva); b) ofreciendo fronteras claras que
facilitan la proyección de elementos psíquicos que no pueden ser
integrados y c) contribuyendo al sentimiento de disponer de un espacio
seguro»47.
¿Cuál
es el origen del «espacio seguro»? Primero y ante todo del carácter
cooperativo y de ayuda mutua de los grupos no sólo humanos sino también
de los chimpancés, gorilas y orangutanes48.
Pero sobre esta base, S. Martí y A. Pestaña han delimitado las
diferencias que separaban los grandes monos de los primeros humanos:
una, el humano es un primate bípedo que transporta lo básico para su
supervivencia, lo que no hace ningún otro primate; dos, la especie
humana recurre a la cooperación sistemática para obtener energía
mientras que esto apenas se produce en los primates superiores, excepto
cuando se alimentan de carne, situación en la que se tolera una especie
de «mendicidad», pero nunca con vegetales; tres, en todos los grupos
humanos siempre existe un territorio de referencia, «hogar» permanente o
móvil, al que siempre se vuelve tras el merodeo para obtener alimentos;
cuatro, los grupos humanos dedican más tiempo que otros primates a la
búsqueda de alimentos hiperproteínicos y, cinco, las agrupaciones
humanas consumen la mayor parte de los alimentos tras su vuelta al
«hogar», retrasando su ingesta para hacerla de forma colectiva, mientras
que este consumo diferido es muy poco frecuente en los grandes monos49.
Otras
investigaciones han demostrado que la territorialización se inicia
alrededor del «hogar» en el que se hace la vida social, cotidiana,
reproductiva, comunal, aunque este «hogar» cambie de espacio porque el
grupo se traslada en busca de comida, agua y otras materias básicas, o
en busca de relaciones con otras colectividades. B.
Ehrenreich propone una hipótesis muy sugestiva, que debemos considerar,
sobre el terror humano y la guerra. Se trata de un terror más concreto
que el «miedo cósmico» pero muy anterior al «miedo oficial», sobre los
que volveremos en su momentos: se trata del «estigma de la bestia», es
decir, del terror primigenio, ancestral y permanente hacia los
depredadores, las fieras y bestias que devoraban a los humanos, terror
pánico que padeció la especie humana y que le condujo a desarrollar,
junto a la cooperación para encontrar alimentos, también la cooperación
para defenderse de los depredadores.
De
este modo, humanización y autodefensa ante el terror exterior fueron la
misma cosa. Pero lo más interesante de esta hipótesis es que la
humanidad comprendió que «vencer a la bestia» era su única alternativa
de desarrollo. Por esto, la autora sostiene que: «la transformación de
la presa en predador, llevada a cabo merced a la rebelión del débil
contra el fuerte, es el “argumento” principal de las primeras
narraciones humanas»50.
Podríamos basar en esta hipótesis el hecho de que el grueso de las
primeras tradiciones humanas nos remite a un acto liberador, a una
superación de una forma de vida condicionada por un poder externo
amenazante, terrorista.
Pues
bien, la identificación económica, afectivo-emocional y
lingüístico-cultural con el territorio circundante al «hogar» es la que
justifica material y ético-moralmente el recurso a la violencia
defensiva51 cuando ese territorio es amenazado por algún peligro. Con el tiempo, las tradiciones52
seleccionan y reflejan el complejo mundo referencial centrado en el
«hogar ancestral» según los avatares de las contradicciones sociales
internas y de las agresiones exteriores que ha vivido esa colectividad
humana. La mujer juega un papel clave en la antropogenia y más aún en
todo lo relacionado con el «hogar», punto neurálgico de la hominización,
de aquí que sea el principal «instrumento de producción» y «recurso
emocional» apetecido por los colectivos agresores, que esclaviza a las
mujeres jóvenes exterminando al resto de la comunidad vencida.
Así,
sobre la raíz de la esclavitud patriarcal, se inicia la opresión
tribal, étnica, etno-nacional y nacional dado que a la esclavización de
la mujer joven y niña le sigue la de la adulta y la del niño joven, para
terminar esclavizando a todo el pueblo vencido, ocupando sus tierras, o
arrasándolas. Según P. Rodríguez:
«En
Mesopotamia, las primeras noticias de la existencia de trabajadores
forzados proceden del dinástico antiguo (c. -2850 a -2340) y, en
realidad, se refieren a esclavas destinadas a trabajar en la pujante
industria textil de la época. El signo sumerio para indicar “esclava”
representa a una “mujer de la montaña”, lo que indica que desde finales
del -III se hacían incursiones militares en las zonas montañosas para
capturar mujeres para los talleres de hilado y confección textil
controlados por los templos –junto a esta actividad militar brutal se
generalizó también la costumbre de violar a las cautivas, punto de
partida del que posteriormente surgirían la prostitución comercial y los
harenes (en tanto que manifestación de estatus de los poderosos). En
Egipto la situación no es diferente y, tal como ya citamos, el
sustantivo mr(y)t,
que denominaba “prisionero de guerra” y “sirvientes del templo”,
también significaba “la rueca de la tejedora”, el instrumento que
empleaban las esclavas al servicio de los templos. En la Grecia Antigua,
tal como atestiguó Héctor de Troya en la Ilíada, el destino de las prisioneras era acabar como tejedoras en un templo»53.
F.
Gracia Alonso ha estudiado con sofisticado detalle las constantes del
primer «imperialismo» en la protohistoria, sin olvidarse de la
importancia del territorio del pueblo invadido y esclavizado:
«El
territorio donde habita es la esencia de un grupo no sólo por los
aspectos tangibles sino muy especialmente por los intangibles, las ideas
que forman parte de la memoria colectiva de las comunidades, por ello
la razón de ser de un grupo se encuentra directamente relacionada con el
territorio que ocupa, aquél que contiene los espacios sagrados y las
tumbas de los antepasados. No es de extrañar por tanto que una de las
principales acciones de castigo que aplican los ejércitos estatales sean
los traslados de la población vencida a otros puntos como sistema para
impedir futuras revueltas al quitar a una población el anhelo de volver a
controlar su destino en su propia tierra. El desarraigo se unirá en
muchas ocasiones a la destrucción de la ciudad, la venta de los
habitantes como esclavos, y la implantación de colonos que sustituirán
en el control y la explotación de la tierra a los desplazados»54.
Todos
los sucesivos modos de producción basados en alguna forma de propiedad
privada de las fuerzas productivas incluido ese cualitativamente
diferente y único «instrumento de producción» que es la mujer, todos,
han practicado lo esencial de este «imperialismo territorial» que por
ello mismo es económico, de sexo-económico y de explotación nacional: «No
existían limitaciones para esclavizar a los indios, mantener relaciones
sexuales con ellos, someterlos a trabajos forzados, torturarlos o
usarlos en deportes sangrientos, ni tampoco para asesinarlos o dejarlos
morir de hambre; de las Casas escribió que, durante su estancia de
cuatro meses en Cuba, asistió a la muerte por inanición de siete mil
nativos»55.
A
la vez, en la medida en que la guerra imperialista exigía recursos
crecientes tendía a expandirse el Estado imperialista, centralizando
poder e impuestos. Otro tanto sucedía, pero a la inversa, en los pueblos
que debían prepararse a resistir ataques externos. Naturalmente en
ambos casos estas centralizaciones estatales respondían a
contradicciones clasistas internas en las que no podemos extendernos
ahora. Las tensiones antes vistas entre desterritorialización y
territorialización dan un salto cualitativo entre los siglos XV-XVII con
el asentamiento definitivo del capitalismo. El libre despliegue de la
ley del valor-trabajo fue el motor de este salto, y de la
correspondiente aparición de nuevas56
clases con su nueva lucha de clases. Desde esta época, el Estado en
acelerada formación va presionando contra las clases explotadas con una
ferocidad que no podemos exponer ahora.
4. EL ESTADO COMO CENTRALIZADOR ESTRATÉGICO
Engels
ofrece un ejemplo de la efectividad del Estado como aparato que cuida
la solidez de la clase dominante, incluso cuando algunas de sus
fracciones han quedado obsoletas, superadas por el desarrollo de las
fuerzas productivas. Tras estudiar a los Junkers prusianos, Engels
constata que: «desde hace doscientos años, esas gentes no viven más que
de las ayudas del Estado, que les han permitido sobrevivir a todas las
crisis»57.
El Estado prusiano mantuvo durante dos siglos a los terratenientes,
salvándoles de las crisis, y lo hizo con los recursos que extraía de la
explotación de las masas trabajadoras, en primer lugar, y transfiriendo
parte de ellos hacia la clase terrateniente. Simultáneamente, el Estado
mantuvo la explotación de las masas campesinas por parte de los Junkers,
condicionando así, de algún modo, la formación de la burguesía
industrial y financiera alemana como la de la clase obrera y el resto
del pueblo trabajador.
Cuando Engels escribió esto el Estado actuaba ya como la «forma política del capital»58,
a la vez que como la «matriz espacio-temporal» en la que se desenvuelve
la contradicción expansivo-constrictiva inherente a la definición
simple de capital, de modo que el Estado impide y controla, en la medida
de lo posible, que las tendencias centrífugas de los capitales,
desborden y superen a las fuerzas centrípetas, que surgen de la
necesidad ciega de disponer de un espacio seguro en el que acumular los
beneficios, mantener una base de explotación social, y disponer de un
poder militar que le proteja interna y externamente: «a partir de la
intervención estatal se abre la posibilidad para el libre juego de la
ley del valor»59.
Con
otra terminología pero diciendo prácticamente lo mismo, R. Haesbaert
demuestra la imposibilidad de la «desaparición del Estado», de la
«desterritorialización» de la sociedad como efecto de la informática, de
la virtualización, y otros mitos de la ideología postmoderna. Reconoce
la «geometría del poder» y en especial la del capital financiero, que se
mueve a la velocidad de la luz por entre las bolsas mundiales yendo de
una a otra en un instante, pero con toda razón sostiene que las
mercancías y otras formas de capital deben disponer de espacio material,
de territorio, para almacenarse, venderse y realizar así el círculo
completo del beneficio. El autor sostiene que existe una dialéctica en
la que chocan, se entrelazan y reactivan las tendencias a la
desterritorialización y a la territorialización, pero concluye: «en el
transfondo de los discursos sobre la desterritorialización está el
movimiento neoliberal que aboga por el “fin de las fronteras” y el “fin
del Estado” para la libre actuación de las fuerzas del mercado. La
desterritorialización -que en ese caso se refiere a la élite planetaria-
es un mito. No es más que una recomposición territorial bajo
condiciones de gran compresión del espacio-tiempo, donde las
transformaciones de las relaciones vinculadas a la distancia y a la
presencia-ausencia (lo “distante presente”) vuelven aún más intensas las
dinámicas de desigualdad y diferenciación del espacio planetario»60
La
dialéctica entre desterritorialización y territorialización, unida
siempre a los vaivenes del libre desarrollo de la ley del valor,
determina los desplazamientos de la fuerza de trabajo social, su
migración de un territorio a otro, movimientos parejos a los
desplazamientos de ramas productivas, de formas de capital industrial,
inmobiliario, de servicios, etc., de un espacio a otro para aumentar sus
tasa de beneficios. La desestructuración de las clases trabajadoras
también aumenta debido a estos movimientos, lo que con el tiempo tiende a
la recuperación de las resistencias, porque el apego emocional y
afectivo al territorio propio en un componente básico de la psicología
humana, de la antropogenia y de la etnogénesis. Como hemos dicho arriba,
la interacción entre explotación de sexo-género, nacional y de clase es
inseparable de la dinámica de territorialización.
Por
esto, nuestro análisis sería superficial si no profundizáramos en el
papel del Estado como aparato decisivo para el sostenimiento de los
procesos de producción y reproducción y su síntesis como totalidad
resultante. No podemos extendernos aquí sobre la intensa pero fallida
campaña ideológica realizada por la casta intelectual para minimizar o
reducir a la nada el papel del Estado con la consigna demagógica de «más
mercado y menos Estado»61.
Decimos fallida campaña por dos razones: una, porque en el plano
teórico-político, hace ya mucho tiempo que la izquierda desmanteló esa
falacia demostrando que la estrategia de sobreexplotación del trabajo,
de privatización de lo público, de transferencias masivas de capital
estatal al capital privado, etc., que es la esencia del neoliberalismo,
requería «construir un Estado que de ser fundamentalmente un oferente de
servicios públicos pase a ser un oferente de servicios privados […] El
neoliberalismo, más que menos Estado, propugna otro Estado al que
compete conjugar cualquier fenómeno que pudiera falsear la competencia a
partir del principio de que el Estado sólo debe hacer lo que la
iniciativa privada no puede llevar a cabo, esto es, política económica
conforme al mercado»62.
Y
la segunda razón es la del acierto práctico de lo escrito en esta cita.
A los pocos años, nada menos que Stiglitz, premio Nobel de economía de
2001, reconocía que las medidas tomadas por el gobierno yanqui para
reactivar el muy debilitado capitalismo norteamericano se podían
calificar de «socialismo estadounidense para ricos»63.
Fijémonos bien: primero, «socialismo para ricos» porque es su Estado el
que interviene planificadamente en la economía defendiendo los
intereses del capital, en contra de los del pueblo trabajador; y
segundo, «socialismo estadounidense» porque es el imperialismo yanqui el
que se beneficia de los frutos del saqueo mundial, de su control
financiero y militar. El Estado yanqui, militarizado en extremo, es un
instrumento imprescindible para este «socialismo de ricos
imperialistas». Y mientras tanto su propaganda, su casta intelectual
quiere hacernos creer que el Estado ya no es necesario. Desde una visión
más amplia y reciente, otros autores extienden la necesidad del Estado a
todo el conjunto de la fase capitalista actual64, destrozando así aún más la mentira postmoderna.
Este
ejemplo nos ilustra sobre las múltiples tareas que realiza el Estado en
el capitalismo, sobre todo en lo relacionado con las transformaciones
de las clases sociales. Mantener con vida durante doscientos años a una
clase cada día más parasitaria e improductiva, fue una verdadera proeza
del Estado alemán que fue transformándose abierta y violentamente en
burgués durante estos dos siglos sin por ellos abandonar a su suerte a
la arcaica nobleza terrateniente y militar prusiana. La tan manoseada
discusión sobre si el marxismo acepta o no la autonomía del Estado65 como aparato que puede decidir por su cuenta en determinadas cuestiones, queda superado al leerle a Engels66,
porque ninguna clase logra sostenerse tanto tiempo si a la vez de la
explotación económica dispone del poder político, de la dominación
ideológica y de otros recursos menores.
Aún
y todo así, la cuestión del Estado ha sido y es decisiva en la lucha
teórica entre el marxismo y la burguesía, es un debate permanente e
inacabable porque la cuestión del Estado atañe esencialmente a la
cuestión de la propiedad privada, de la estructura de clases y de la
lucha de clases desde que existe esa forma de propiedad. Por el
contrario, una de las formas de ataque al marxismo es la de negar, por
una parte, que el Estado haya existido desde el origen de la propiedad
privada, sino sólo desde el medievo hasta ahora; por otra, que las
clases sociales y la lucha de clases sea consustancial al Estado, y por
último, que el Estado tiene estas características fundamentales:
«territorialidad, centralización, soberanía, diferenciación e
institucionalización»67.
Como vemos, la propiedad privada, la lucha de clases, la violencia y la
opresión no son características fundamentales del Estado, ni siquiera
secundarias porque ni se citan.
Por
el contrario: «Para un análisis de la trayectoria de los Estados, es
ineludible considerar las técnicas, las prácticas y las ideologías en
acción a los efectos de producir obediencia. Los Estados son aparatos
para producir obediencia o para persuadir a la obediencia [...] Miedo,
interés, honor, son los resortes que en cada coyuntura histórica
resultan activados para conseguir un comportamiento adecuado: a través
del monopolio de la coerción, el Estado atemoriza recurriendo a los
discursos a su disposición, dispensando ventajas materiales y
honorabilidad social (ya para Bodin, como se ha visto, un imprescindible
requisito de la soberanía). Pero el temor, el interés material, la
consideración social no bastan para garantizar la estabilidad del poder.
Existe un factor ulterior: la creencia en su legitimidad, entendida
como cualidad peculiar, de carácter personal, del poseedor del poder, o
bien como validez de un ordenamiento impersonal [...] Una vez más, el
modelo de esta evolución está constituido por la Iglesia, que durante
siglos había dado pruebas de su capacidad disciplinadora y de su
virtuosismo para conjugar el elemento activo del mando con el pasivo de
la obediencia, educando para el autocontrol a los pastores y para la
obediencia a la grey»68.
Propagar
el miedo y la obediencia es una de las tareas del Estado, además de
otras que veremos. Reforzando la tesis Portinaro, recientemente se ha
conocido que la extrema derecha y el neofascismo son subvencionados por
la Unión Europea69,
es decir, por ese «superestado» que se va imponiendo en Europa. La
obediencia y el miedo son componentes esenciales de la política
neofascista que, a su vez, es el penúltimo recurso del capital para
aplastar al movimiento revolucionario. Son los vaivenes de la lucha de
clases los que hacen que los Estados respondan endureciendo o ablandando
transitoriamente su producción de obediencia y miedo.
Desde
finales de la Segunda Guerra Mundial la OTAN, como síntesis
político-militar de los Estados europeos capitalistas mantuvo grupos
terroristas para desarrollar «la espiral destructiva de manipulación,
miedo y violencia»70
contra las fuerzas revolucionarias europeas, contra los sectores más
conscientes de las clases explotadas y, en general, contra la sociedad
europea en su conjunto. Conviene recordar que aproximadamente el 80% de
los 30.000 «desaparecidos» argentinos durante la dictadura fascista de
los años 70 eran militantes obreros y populares. Ahora: «Es oficial
desde esta semana: la CIA tiene licencia para matar en cualquier
momento, en cualquier lugar y por cualquier medio a personas
relacionadas con el terrorismo, aunque tengan nacionalidad
estadounidense»71.
Estas
últimas referencias al Estado muestran una de las formas de incidencia
del Estado en la lucha de clases, y por tanto en la estructura clasista,
aunque no hablan directamente de su papel socioeconómico y a su
influencia en los cambios en las clases sociales, pero sirve para
mostrar una de las tareas clásicas del Estado de la clase dominante:
producir obediencia, con lo que llegamos a la política educativa,
propagandística y cultural del Estado, que tanta influencia tienen sobre
las mujeres y sobre la reproducción. La burguesía emplea su Estado para
intervenir directa o indirectamente en todas las cuestiones
relacionadas de algún modo con la estructura de clases y con la lucha de
clases, mediante el sistema educativo y mediante la regulación del
trabajo72.
Pero la educación oficial y el resto de poderes estatales en su
conjunto, tienen también el objetivo de inculcar en la sociedad lo que
Ana Rivadeo73 denomina «epistemología del terror», es decir,
«Pero
la máquina de muerte que administra el Estado no tiene sólo un alcance
parcial. No se limita al exterminio o mutilación de uno o algunos
grupos. La violencia de esa acción mortífera, cualquiera sean sus
formas, sus objetos específicos, los dispositivos y los aparatos de su
ejercicio y su modulación, entraña invariablemente el borramiento del asesinato. Es decir, la violencia de la denegación,
que constituye siempre un momento interno del ejercicio del poder
dominante en que se articulan la ley, el terror y la legitimación de la
violencia. Ésta es la catástrofe epistémica, del orden del saber, que apareja con el terror como política de Estado, y confiere a éste su alcance masivo: no sobre uno, o algunos grupos, sino sobre todos.
Lo que está en juego aquí no es sólo el exterminio de determinados
sectores sino, en lo esencial, la invisibilización del crimen: su expulsión del campo de la memoria
de los sobrevivientes. Para éstos, y por medio de ellos para el
conjunto que forman con las generaciones que los preceden y le siguen,
esa violencia pone en suspenso lo simbólico. Agujerea como sin-sentido, y corporiza en el sin-lugar. Alcanza, para destruirlas, a la memoria y al territorio de lo social.
El terror que producen las políticas neoliberales en nuestros días apunta a quebrar la medida común de lo humano
que habíamos logrado construir a través de organizaciones, derechos,
valores, instituciones, prácticas, todo lo que podríamos condensar en
los conceptos, las obras y los sueños colectivos de la democracia como
soberanía popular efectiva. Ese terror comporta una reconformación
generalizada del campo del poder, de lo político, lo social, los
espacios y las historias colectivas, en la que se manifiesta la sombra,
la huella, y el anuncio de un crimen. Por eso, sin la elaboración, sin
la sanción simbólica y práctica de ese despeñadero, la guerra parece
devenir irreversible: la guerra contra los pobres, pero también la
guerra de los pobres contra otros más pobres. La guerra de los asustados
contra los que sobran. Las xenofobias y la multiplicación de los
enjaulamientos de todos los que sienten que tienen algo que perder,
aunque sea nada. La extranjerización, el fuera-de-lugar masivo de todos
los «otros», que por supuesto «somos todos».
El
exterminio de los 30.000 seres humanos más concienciados y libres de
Argentina durante la dictadura fascista de los 70, por citar un solo
caso, y más concretamente el exterminio como método imperialista74
tiene efectos destructores muy precisos sobre la dinámica de avance de
la conciencia-en-sí de la humanidad explotada a su conciencia-para-sí,
aunque no siempre logra detener este ascenso como se comprueba en
Honduras, donde a raíz del golpe militar se produce una muerte violenta
cada 74 minutos75.
Tanto
la epistemología del terror como la «pedagogía del miedo» se inculcan
desde la infancia misma mediante la primera educación familiar, luego
mediante la oficial sea privada o pública, y es posteriormente reforzada
y actualizada por el sin número de normas, disciplinas76
y otros mecanismos a disposición del Estado y del poder burgués en
general. Las clases explotadas están atadas así, en su estructura
psíquica, a la «figura del Amo», según la feliz expresión de D. Sibony
en su estudio sobre la indiferencia política de las gentes explotadas77, y que no es sino la representación inconsciente de la materialidad del capital y de su Estado.
La
«figura del Amo» nos remite a la adoración irracional de la autoridad y
ésta a la alienación y sobre todo al fetichismo de la mercancía.
Exceptuando la definición del fetichismo que ofrece el propio Marx78,
una manera más pedagógica de comprender esta decisiva innovación
cualitativa aportada por el marxismo al pensamiento humano, es la de I.
Rubin:
«¿En
qué consiste la teoría marxista del fetichismo, según las ideas
generalmente aceptadas? Consiste en que Marx vio las relaciones humanas
que subyacen en las relaciones entre las cosas, que reveló la ilusión de
la conciencia humana que se origina en una economía mercantil y que
asigna a las cosas características que tienen su origen en las
relaciones sociales que establecen los hombres en el proceso de
producción (…) La teoría del fetichismo disipa de la mente de los
hombres la ilusión, el grandioso engaño, que origina la apariencia de
los fenómenos en la economía mercantil, y la aceptación de esta
apariencia (el movimiento de las cosas, de las mercancías y de su precio
comercial) como la esencia de los fenómenos económicos. Sin embargo,
esta interpretación, aunque generalmente aceptada por la literatura
marxista, no agota, ni mucho menos, el rico contenido de la teoría del
fetichismo elaborada por Marx. Éste no sólo muestra que las relaciones
humanas quedan veladas por las relaciones entre las cosas, sino también
que, en la economía mercantil, las relaciones sociales de producción
inevitablemente adoptan las formas de cosas y no pueden ser expresadas
sino mediante cosas. La estructura de la economía mercantil hace que las
cosas desempeñen un papel social particular y muy importante, y de este
modo adquieren propiedades sociales particulares. Marx descubrió las
bases económicas objetivas que rigen el fetichismo de la mercancía. La
ilusión y el error en la mente de los hombres transforma las categorías
económicas cosificadas en “formas objetivas” (de pensamiento) de las
relaciones de producción de un modo de producción históricamente
determinado: la producción de mercancías»79.
En
lo directamente relacionado con la definición de las clases sociales y
del pueblo trabajador, y sobre todo de sus luchas contra el capital, la
teoría del fetichismo de la mercancía explica por qué las clases
explotadas tienen tantas dificultades para pasar de la conciencia-de-sí,
a la conciencia-para-sí, o sea, para pensar no como cosas, objetos
pasivos, que existen en una realidad incognoscible, la de la explotación
asalariada, sino como seres humanos, como sujetos activos que sufren la
explotación asalariada, y que están condenados a sufrirla toda su vida
si no acaban con ella. Pues bien, impedir este salto liberador es una de
las prioridades del Estad que también interviene de múltiples formas,
fundamentalmente en la interacción entre los procesos de producción y
los de reproducción, y también la biológica, en la reproducción de la
fuerza de trabajo social. Como nos recuerda D. Harvey:
«El
Estado desempeña un papel vital en casi todos los aspectos de la
reproducción del capital. Además, cuando el gobierno interviene para
estabilizar la acumulación en vista de sus múltiples contradicciones,
sólo lo logra al precio de absorber en su interior estas
contradicciones. Adquiere la dudosa tarea de administrar la dosis
necesaria de devaluación, pero tiene alguna opción sobre cómo y cuándo
hacerlo. Puede situar los costos dentro de su territorio por medio de
una dura legislación laboral y de restricciones fiscales y monetarias, o
puede buscar alivio externo por medio de guerras comerciales, políticas
fiscales y monetarias combativas en el escenario mundial, respaldadas
al final por la fuerza militar. La forma final de devaluación es la
confrontación militar y la guerra global»80.
G.
Therbom: «Marx mantenía que el estudio de una determinada sociedad no
debe centrarse sólo en sus sujetos o en sus estructuras, sino también y
al mismo tiempo, investigar sus procesos de reproducción»81,
que está formada por el conjunto de prácticas, disciplinas,
instituciones, aparatos, etc., que garantizan que la clase trabajadora
siga reproduciéndose dócil y alienadamente, o con miedo e incapaz de
sublevarse, mientras la clase burguesa reproduce sus fuerzas armadas,
ideológicas, educativas, etc. Concretamente:
«El
análisis de la reproducción nos permite explicar cómo pueden estar
interrelacionados los diferentes momentos del ejercicio del poder dentro
de la sociedad, aun cuando no exista una conexión interpersonal
consciente. Están unidos entre sí, en realidad por sus efectos
reproductivos. Por ello, unas determinadas relaciones de producción
pueden ser reproducidas -o favorecidas o permitidas por la intervención
del Estado- aun en el caso de que la clase explotadora (dominante), tal
como la definen esas relaciones, no “controlen” el gobierno en ninguno
de los sentidos convencionales de la expresión. El hecho de que se
reproduzca una forma específica de explotación y dominación constituye a
esta forma en un ejemplo de dominación»82.
En otro texto, G. Therbom, criticando las insuficiencias de la tesis de Althusser sobre los «aparatos ideológicos de Estado», sostiene que «los
aparatos ideológicos son parte de la organización del poder en la
sociedad, y las relaciones sociales de poder se condensan y cristalizan
en el marco del Estado. La familia, por ejemplo, está regulada por la
legislación y la jurisdicción estatales, y se ve afectada por las formas
de masculinidad y femineidad, unión sexual, parentesco e infancia, que
son proscritas, favorecidas o permitidas por el Estado»83.
R.
Miliband ha estudiado con detalle la efectividad de cinco instrumentos o
«aparatos» de legitimación y reproducción del capitalismo, demostrando
sus conexiones explícitas y públicas o subterráneas e implícitas el
Estado mediante el enmarañamiento legal y administrativo. Los medios
privados de prensa, las editoriales, las cadenas audiovisuales, etc. Los
medios públicos y oficiales de prensa, la televisión en especial. La
educación primaria y secundaria. La educación universitaria y
especializada, y, por último, la capacidad alienadora inherente al
capitalismo pero que se desenvuelve aprovechando los instrumentos y
aparatos vistos84. Para no repetirnos aquí, debemos recordar lo arriba visto sobre la represión del Estado en las luchas de clases.
O
más concretamente: «la función represiva es la más inmediatamente
visible, en un sentido literal, ya que está encarnada en la policía, el
soldado, el juez, el carcelero y el verdugo. Pero, inmediatamente
visible o no, el Estado es uno de los principales participantes en la
lucha de clases de la sociedad capitalista. De una forma u otra, el
Estado siempre está presente en el enfrentamiento entre los grupos y
clases rivales que, por decirlo así, nunca se enfrentan por sí mismos.
El Estado siempre está implicado, aunque no siempre haya sido llamado,
aunque sólo sea porque define los términos en los que tiene lugar el
enfrentamiento por medio de las normas y sanciones legales»85.
La
dialéctica entre producción y reproducción garantiza facilitar la
valoración y acumulación del capital; facilitar la formación,
disciplinarización la alienación de las masas y naciones oprimidas86 y, facilitar la defensa interna87
y externa del capitalismo. S. Brunhoff lo ha expresado así: «La unidad
de la burguesía y el fraccionamiento del proletariado son los principios
de constitución del espacio político del proletariado. El Estado debe
desplazar y ajustar continuamente las fronteras económicas unas respecto
a otras»88.
Sincronizar estos objetivos es la prioridad del Estado. Por tanto, el
Estado nunca permanece quieto, sino que debe evolucionar a la velocidad
de las contradicciones sociales, si le es posible. La muy correcta
afirmación de S. Brunhoff está realizada desde la perspectiva teórica
general, desde el método genético-estructural al que luego nos
referiremos y que aparecerá una y otra vez a lo largo de estas páginas.
Pero debemos plasmar esa teoría correcta en las experiencias históricas
particulares, de lo contrario no serviría de nada.
Otra
de las tareas del Estado para intervenir en la lucha de clases es la de
«crear desclasados que han sido y son uno de los objetivos del
capitalismo, porque es el camino más corto para conseguir la
fragmentación de una clase social a la que hay que mantener a raya.
Facilitar la deserción de clase allana el objeto final del sistema que
es el de desintegrar todo lo que suponga un obstáculo organizado y
comprometido con la defensa de clase. Empleados del sector privado
contra los del sector público, contratados temporales contra fijos,
nativos contra inmigrantes o jóvenes contra mayores. Los iguales, cada
vez más, se convierten en enemigos y el desclasado es la cuña perfecta
para la fragmentación. Los desclasados se caracterizan, no por aspirar a
la legítima mejora de su status, sino por olvidar su procedencia y
construir un relato que les aparta del compromiso que un día tuvieron
sus padres con ellos, con sus vecinos o con sus compañeros de trabajo.
En definitiva, con todo lo colectivo, con todo lo que a través de las
emociones del orgullo de clase se ha construido para su distribución»89.
Como
efecto de todo lo arriba visto hasta ahora, podemos comprender sin
dificultad alguna los resultados del IV Estudio Arag, el 70% de los
trabajadores desconfían de sus empresas, el 60% desconfían de sus jefes y
el 40% desconfían de sus propios compañeros. Por otra parte, el 33% de
los trabajadores es crédulo, el 43% es cauto y sólo el 18% es
«inconformista», y en otra escala, el 25% son pasivos, es decir, no se
movilizan, no actúan y no responden frente a los problemas de la empresa90.
Al margen de las dudas que podamos tener sobre el estudio, no es menos
cierto que refleja de alguna forma el estado de conciencia de las masas
explotadas. La reducida proporción de «inconformistas» -el calificativo
nos ilustra sobre la ideología de la encuesta- con respecto a la alta
proporción de desconfiados con respecto a sus empresas y jefes, indica
la gran distancia que existe según el estudio entre la conciencia-en-sí,
en la que anida la desconfianza a la patronal, y la conciencia-para-sí
que es la de los «inconformistas».
En
el marco del debate que ahora mantenemos, el de la definición de las
clases y en concreto del pueblo trabajador, las realidades que hemos
visto, desde la burocratización del pensamiento, el fetichismo y la
falsa conciencia, hasta el papel del Estado, tienen consecuencias
demoledoras en la formación del método burgués de pensamiento porque si
las clases sociales se caracterizan por algo es por su historicidad, por
su aparición y desaparición, por sus fronteras móviles, laxas e
interrelacionadas de forma antagónica formando una unidad en lucha
permanente. El método burgués de pensamiento, positivista y mecanicista,
metafísico, no puede captar esta realidad profunda y bullente sólo
penetrable por la dialéctica materialista. Por su innegable importancia
debemos extendernos un poco en esta cuestión. Y cuando hablamos de
método hablamos también de filosofía.
5. DIALÉCTICA Y LUCHA DE CLASES
Dado
que el burocratismo es esencialmente antidialéctico y anticrítico,
dogmático, lo primero que debemos hacer es mostrar la naturaleza
dialéctica de la definición marxista de las clases sociales porque sólo
así llegaremos a saber qué es el pueblo trabajador en su abstracción
teórica y qué es el pueblo trabajador vasco en su concreción teórica.
Antes
que nada hay que comenzar diciendo que Marx desarrolló su método
dialéctico realizando una síntesis integradora y superadora de la
ciencia oficial y dominante, la positivista; de la ciencia definida por
Hegel y de la ciencia crítica desarrollada por los hegelianos de
izquierda91.
La síntesis creó un método ontológicamente nuevo que sorprendió tanto
por su efectividad que un crítico reconoció que el autor de El Capital se movía con «la más rara libertad» en el terreno empírico, mérito que Marx atribuyó al «método dialéctico»92,
que avanza por el interior de lo real, adecuándose a las
contradicciones del sistema que estudia, y no a la inversa, por lo que
podemos definirlo como la permanente interacción entre el análisis y la
síntesis, la deducción y la inducción, etc., pero de manera que una
nueva síntesis es sólo el inicio de otro proceso cognitivo, en una
espiral inacabable «porque la síntesis de Marx nunca es algo consumado, sino algo más bien en proceso de realización constante»93.
Dicho en palabras de J. Osorio: «el método de conocimiento en
Marx implica partir de las representaciones iniciales, o concreto
representado, para pasar a la separación o análisis de elementos
simples, proceso de abstracción, que permita descifrar las
articulaciones específicas, y a partir de ellas reconstruir «una rica
totalidad» con «sus múltiples determinaciones y relaciones», esto es, un
nuevo concreto, pero diferente al inicial, en tanto «síntesis» y
«unidad de lo diverso», que organiza y jerarquiza las relaciones y los
procesos, lo que nos revela y explica la realidad societal»94.
Se
trata de un movimiento doble en su unidad que abarca lo esencial, lo
genético del problema, es decir, lo que le identifica como estructura y
sistema estable95
-lo genético-estructural-, y lo histórico, el movimiento y el cambio
permanentes -lo histórico-genético-, de manera que en todo momento, en
cada parte del problema, aparecen expuestas su esencia y sus formas
externas, en cuanto unidad real96. P.
Vilar desarrolla la interacción entre lo genético-estructural y lo
histórico-genético, en su explicación de que, en Marx, se fusionan y se
separan a la vez dos niveles, el básico y común al modo de producción
capitalista, nivel en el que sólo existe la lucha entre el capital y el
trabajo, la burguesía y el proletariado, y el nivel de las clases,
fracciones de clases, categorías sociales, etc., concretas, que existen
en los países y momentos precisos97.
La praxis marxista de las clases siempre debe utilizar esa dialéctica,
como lo veremos especialmente en Rosa Luxemburg y Mao en lo que atañe al
concepto de pueblo trabajador y a la denominada «triple explotación»,
de sexo-género, de nación y de clase trabajadora.
A la vez, carece
de sentido criticar a Marx y a Engels de que no dejaran «acabada» una
teoría «definitiva» de las clases, por la sencilla razón de que éstas
son un conjunto de relaciones en desarrollo histórico con determinadas
tendencias objetivas que Marx expone así: «…Por lo que a mí se refiere,
no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en
la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo,
algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo
histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la
anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido
demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases…»98.
La
razón del fracaso de la sociología para entender la dialéctica de las
clases radica en que «los economistas no conciben el capital como una
relación», y no pueden hacerlo porque el capital es una forma relativa y
transitoria de la producción99.
Ya que el capital es una relación también lo son las clases, siendo
imposible elaborar una teoría «acabada» y «definitiva», «completa»100,
es decir, estática, de una relación siempre en movimiento. Como dijo E.
P. Thomson: «una clase es una relación, un sistema de relaciones en
suma, y no una cosa»101.
Definir a las clases como un sistema de relaciones, en vez de cómo una
cosa estática y cerrada, es verlas dentro de la totalidad social en
movimiento, como una parte activa de esa totalidad móvil. Por relación,
por sistema de relaciones, debemos entender el movimiento internos de la
lucha de contrarios en una totalidad concreta, en este caso en la
economía capitalista y más específicamente en la unidad y lucha
irreconciliables entre las clases explotadoras y explotadas.
Nos
hacemos una idea más plena de la importancia del concepto de «sistema
de relaciones» al ver que las clases no son entidades aisladas, lo que
permitiría hablar sólo de la burguesía sin citar en absoluto al
proletariado, sino como unidad de contrarios irreconciliables en lucha
permanente, de modo que el cambio en una de ellas supone otro cambio
opuesto en la contraria, siendo imposible hablar de la burguesía sin a
la vez y necesariamente hablar del proletariado; por ello mismo son un
conjunto de relaciones en choque, relaciones en las que una parte, la
clase burguesa, dispone de un instrumento clave como es el Estado, lo
que le permite reforzar su centralidad y romper a la vez la centralidad
de la clase expropiada: «una clase, internamente cambiante a su vez, es
una de las fuerzas en liza dentro de la lucha de clases, tomando en
consideración todos los planos -económico, social, cultural, ideológico-
en que esta lucha se produce y la estructura de clases debe ser vista
como un modelo dinámico e históricamente condicionado»102.
Un
modelo en movimiento y en contradicción, en cuyo interior actúa a veces
de forma muy consciente el capital, ya que «la burguesía es una clase
viva que ha retoñado sobre determinadas bases económicoproductivas. Esta
clase no es un producto pasivo del desenvolvimiento económico, sino una
fuerza histórica, activa y enérgica»103.
Más aún, «el concepto de “clase” no es un concepto afirmativo sino crítico»104,
es decir, no quiere definir positiva y neutralmente una realidad
estática y aislada, según la metafísica positivista, sino que quiere
poner al descubierto el movimiento y choque permanente de sus
contradicciones internas, la interacción de todas las facetas del
problema clasista y su tendencia objetiva a la agudización de la lucha
hasta estallar en oleadas revolucionarias, si se superan todas las
contratendencias que tienden a anular la tendencia objetiva. La lucha
entre las contratendencias y las tendencias objetivas es la lucha de
clases. Al ser un concepto crítico y al asumir la objetividad del choque
entre tendencias y contratendencias, al margen de los grados de
conciencia subjetiva de las fuerzas enfrentadas, por esto mismo, la
teoría marxista de las clases sociales es inseparable de la teoría del
valor y del valor-trabajo, de modo que forman una unidad interna con
formas externas diferenciadas.
Llegados
a este nivel, es imprescindible aclarar qué entendemos por dialéctica
en el interior mismo del desenvolvimiento del valor, del valor-trabajo y
de la lucha de clases: «La
dialéctica consiste exactamente, en la habilidad de comprender la
contradicción interna de una cosa, el estímulo de su autodesarrollo,
donde, el metafísico ve sólo una contradicción externa resultando de una
colisión más o menos accidental de dos cosas internamente no
contradictorias»105.
Sin
duda, son estas características del pensamiento dialéctico las que
tenían en cuenta Marx y Engels cuando se negaban sistemáticamente a
utilizar conceptos cerrados, estáticos, definiciones absolutas y
eternas. Además, unido a esta característica constitutiva del método,
ocurre que la dialéctica «[…] provoca la cólera y es el azote de la
burguesía y de sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y
explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de
su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por
esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin
omitir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar
por nada»106.
Por
tanto, la dialéctica utiliza categorías, leyes y principios que deben
ser capaces de moverse a la misma velocidad del movimiento de las
contradicciones de lo real que investiga y que quiere transformar. Por
cuanto movimiento, interacción y lucha, por eso mismo, los conceptos de
la dialéctica deben ser abiertos, flexibles, ágiles, interconectados y
radicales. R. Gallissot lo expresa así: «En Marx y Engels, se diga o no,
existen fluctuaciones terminológicas: es que, bajo las mismas palabras,
los objetos hacia los que se apunta no son los mismos: la fórmula se
relaciona, sea con la sociedad capitalista en sus fundamentos generales,
sea con sociedades particulares en el seno del capitalismo, sea
solamente con la combinación de las relaciones de clase y de fuerzas
políticas en una sociedad dada»107.
Y
más adelante: «No hay escándalo alguno en reconocer que, continuamente
en Marx y Engels, hay encabalgamiento de vocabulario y de sentido,
interferencia entre el uso vulgar (el modo de producción es la forma de
producir –la palabra “formas” se repite), y el empleo típico [...]
subsiste la impresión de que hay usos preferenciales que irían de lo
particular a lo general: formas, formaciones, formación económica»108.
Este
método no es contradictorio con la lógica ya que, como sostiene A.
Guétmanova: «a veces no se pueden establecer divisiones precisas, por
cuanto todo se desarrolla, modifica, etc. Toda clasificación es
relativa, aproximativa, y revela de forma sucinta las concatenaciones
entre los objetos clasificados. Existen formas transitorias intermedias
que es difícil catalogar en un grupo determinado. Semejante grupo
transitorio a veces constituye un grupo (especie) autónomo»109.
Además, la dialéctica entre el uso vulgar de un concepto en comparación
a su empleo típico ha dado paso a la lógica borrosa que, según M.
Hernando Calviño: «opera con conceptos aparentemente vagos o subjetivos,
pero que en realidad contienen mucha información»110. Más adelante cómo Marx y Engels trabajaban con estos conceptos «aparentemente vagos o subjetivos» repletos de información.
La metodología dialéctica exige, como dice Rosental, un relativismo conceptual flexible y a la vez concreto porque «cada
fenómeno posee muchos vínculos e interacciones con otros fenómenos y
donde la interacción condiciona que aparezcan ora unos rasgos,
propiedades y aspectos de las cosas, ora otros. Por esto tampoco puede
la ciencia operar a base de un simple esquema: o verdad o error. Las
cambiantes propiedades de las cosas exigen del concepto de verdad una
flexibilidad y un carácter concretos máximos, pues también el concepto
de verdad es relativo: lo verdadero en determinado tiempo y en cierta
conexión, se convierte en error en otro tiempo y en una conexión
distinta»111.
Aplicado este método dialéctico al estudio de la clase burguesa vemos que, además
de tener que definir simultáneamente a la clase trabajadora, tenemos
que recurrir a lo que C. Katz denomina «definiciones ampliadas», ya que
«la clase dominante registra procesos constantes de mutación»112.
Por definiciones ampliadas debemos entender las no «cerradas» ni
estáticas, sino las que permiten abrir los espacios conceptuales a las
nuevas realidades, a las mutaciones que se producen en todo momento en
la realidad. La conveniencia de esta cita es innegable porque ella nos
introduce en otro de los componentes básicos para definir a las clases
sociales, el papel del Estado.
Estas
nociones tan básicas y elementales de la dialéctica, que con tanta
rapidez estamos exponiendo, nos llevan a la cuestión de la emergencia de
lo nuevo, de la imperceptible aparición de pequeños brotes que anuncian
realidades novedosas si consiguen asentarse y expandirse. Las
propiedades cambiantes de las cosas pueden terminar dando paso a algo
nuevo. Se trata de un problema decisivo en la ciencia y en la vida
incluso cotidiana, que Lenin expresó así: «Debemos
estudiar minuciosamente los brotes de lo nuevo, prestarles la mayor
atención, favorecer y “cuidar” por todos los medios el crecimiento de
estos débiles brotes […] Es preciso apoyar todos los brotes de lo nuevo,
entre los cuales la vida se encargará de seleccionar los más vivaces»113.
La
teoría de las clases debe tener siempre en cuenta la tendencia al
surgimiento de nuevas fracciones de clase dentro de un modo de
producción, de nuevas «clases medias» -cuestión en la que Marx fue
pionero y a la que volveremos-, de la nueva pequeña burguesía, etc., y
sobre todo, y como veremos, a las fluctuaciones internas en esos
imprescindibles conceptos flexibles y abiertos tan abundantes en el
marxismo como «masas populares», «movimientos populares» y sobre todo
«pueblo trabajador», incluido el de «multitud»114.
En esta investigación necesaria nos será de gran utilidad la sabia advertencia
de R. Candy según la cual: «Para Marx “clase” es una idea de gran
sutileza, más compleja de lo que muchos suponen. La clase no es
homogénea. Tiene fracciones que operan autónomamente en el contexto de
sus intereses básicos de clase […] Los estados de ánimo de las masas se
transforman, se desplazan, fluyen; las clases se fraccionan y
concentran; los partidos se dividen en fracciones; los dirigentes
olvidan sus principios e inventan otros nuevos. El análisis de clases no
es una tarea fácil y Marx no ofrece ninguna fórmula sencilla para el
estudio de la sociedad»115.
También nos será muy oportuno lo que sostiene D. Bensaïd:
«No se encuentra entonces en Marx ninguna definición clasificatoria,
normativa y reductora de las clases, sino una concepción dinámica de su
antagonismo estructural, a nivel de la producción, de la circulación
como de la reproducción del capital: en efecto, las clases jamás son
definidas solamente a nivel del proceso de producción (del cara a cara
entre el trabajador y la patronal en la empresa), sino determinadas por
la reproducción del conjunto donde entran en juego la lucha por el
salario, la división del trabajo, las relaciones con los aparatos del
Estado y con el mercado mundial»116.
Partiendo de aquí, ofrecemos
dos importantes definiciones sobre las clases sociales que nos
facilitarán el debate posterior sobre el pueblo trabajador vasco.
Comenzamos con la clásica definición de Lenin, considerada por P. Vilar
como «la más válida teóricamente»117,
y que dice así: «Las clases son grandes grupos de hombres que se
diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción
social históricamente determinado, por las relaciones en que se
encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que en su
mayor parte las leyes refrendan y formalizan), por el papel que
desempeñan en la organización social del trabajo, y, consiguientemente,
por el modo de percibir y la proporción en que perciben la parte de
riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de
los cuales puede apropiarse el trabajo de otro por ocupar puestos
diferentes en un régimen determinado de economía social»118.
El
valor de esta cita es triple, uno, por lo que dice en sí misma; otro,
porque pertenece al Lenin más creativo teórica y políticamente, y,
último, porque en el mismo texto y algo más adelante desarrollando el
mismo esquema teórico y político plantea cuestiones igualmente
importantes para la política de alianzas entre el proletariado y el
resto de las clases y sectores progresistas. Se habla mucho sobre la
diferencia entre los conceptos de hegemonía de Lenin y de Gramsci, que
son meramente formales si nos fijamos en el fondo genético-estructural
del problema de la política de alianzas, pero con diferencias formales
en lo histórico-genético.
No
nos vamos a extender en esta ponencia por obvias razones de espacio
sobre el concepto de clase trabajadora y de pueblo explotado en Gramsci119, por lo que únicamente diremos que coincide en lo básico con las ideas de Lenin cuando sostiene que el
proletariado tiene la tarea doble de, uno, «atraer a toda la masa de
trabajadores y explotados, organizarla» para vencer a la burguesía; y,
dos, «conducir a toda la masa de trabajadores y explotados, así como a
todos los sectores de la pequeña burguesía» hacia el socialismo120.
Es decir, la complejidad social queda confirmada por Lenin al insistir
en que existen, además del proletariado, una «masa de trabajadores y
explotados» que deben aliarse con «todos los sectores de la pequeña
burguesía». Volveremos sobre esto al estudiar el concepto de pueblo
trabajador.
Otra
definición amplia e incluyente del concepto de clase social,
desarrollada teniendo como base la definición de Lenin, la encontramos
en R. Bartra:
«Las clases son grandes grupos de personas que integran un sistema asimétrico no exhaustivo dentro de una estructura social dada, entre los cuales se establecen relaciones de explotación, dependencia y/o subordinación, que constituyen unidades relativamente poco permeables (escasa movilidad social vertical), que tienden a distribuirse a lo largo de un continuum estratificado
cuyos dos polos opuestos están constituidos por oprimidos y opresores,
que desarrollan en algún momento de su existencia histórica formas
propias de ideología (sea de manera no sistematizada y rudimentaria o
con plena conciencia de sí) que expresan directa o indirectamente sus
intereses comunes, y que se distinguen entre sí básicamente de acuerdo
a: I) El lugar que ocupan en el sistema de producción históricamente
determinado […]; y II) Las relaciones que mantienen con el sistema de
instituciones y órganos de coerción, poder y control socioeconómico […]
Se trata de un sistema de clases y no de una simple suma o agregado de grupos sociales; es asimétrico pues contiene una distribución desigual de los privilegios y discriminaciones de cada golpe; no es exhaustivo puesto que no todos los miembros de una sociedad pertenecen a una clase, sino que pueden existir capas de
elementos desclasados. Las fronteras entre las clases no son rígidas:
existen grupos intermedios que participan de características de dos
clases diferentes, y aunque por lo general su existencia es transitoria y
cambiante, su presencia de da al sistema el carácter de un continuum»121.
6. LA ESENCIA Y EL FENÓMENO
Utilizando
la caja de herramientas de la dialéctica, podemos comprender que los
cambios que ahora desconciertan a muchos ya fueron estudiados hace
tiempo: en la década de 1960 se
publicaron varios textos de diversas corrientes marxistas sobre las
clases sociales que, vistos en perspectiva, brillan ahora como
premonitores a pesar de las críticas que podamos y debamos hacerles,
pero reafirmando que acertaron en las dos cuestiones decisivas en
aquellos años: ¿qué cambios se estaban viviendo dentro de las clases
sociales en el capitalismo desarrollado?, y ¿qué perspectivas de futuro
existían en esos años?
En
la primera cuestión marcaron las grandes líneas de transformación de
las clases acertando de forma brillante en lo esencial y en muchas de
sus formas externas. En la segunda, acertaron en que se estaba
produciendo un aumento de la conciencia sociopolítica de las clases
trabajadoras en todo el capitalismo imperialista, cosa que se
demostraría cierta desde finales de esa década de los años 60. La
sociología burguesa fracasó estrepitosamente en las dos cuestiones.
Gracias a su rigor, estos y otros textos desbordaron con creces la
verborrea superficial sobre las clases elaborada por la sociología del
momento, y en especial su corriente funcionalista, mayoritaria de forma
abrumadora.
Vamos
a dejar de lado, por cuanto son los más conocidos y recordados en la
actualidad, los realizados por el marxismo italiano situado claramente a
la izquierda del reformismo interclasista del Partido Comunista
Italiano (PCI). Su insistencia en «abrir» el concepto de clase obrera a
sectores explotados más amplios, no estrictamente fabriles, sino de la
denominada «fábrica difusa», «sociedad fábrica» u «obrero social»,
integrando a las mujeres, estudiantes, emigrantes, pequeña burguesía
empobrecida, etc., según el potencial teórico inserto en el concepto
marxista de «trabajador colectivo». Aunque tales desarrollos
conceptuales pecaron de un defecto reconocido sólo más tarde. En efecto,
Tronti asume que el obrerismo italiano de los años 60 no supo
comprender a tiempo los mecanismos de desactivación de los conflictos
sociales y de integración de la clase obrera en el capitalismo, ya que
tuvieron una visión lineal y mecánica, creyendo que la conciencia de
clase y la lucha revolucionaria aumentaría por sí misma como simple
respuesta al aumento de la explotación122.
Y
si tuviéramos espacio también nos extenderíamos a la izquierda marxista
norteamericana escindida del trotskismo que incluso con antelación a
los años 60 planteó cuestiones muy importantes sobre cómo relacionar las
ascendentes luchas etno-nacionales, feministas, estudiantiles, de
movimientos vecinales y de derechos sociales, etc., con el movimiento
obrero. La valía de las ideas esenciales de estas tesis ha quedado
demostrada pese al ataque capitalista contra la centralidad obrera,
ataque que se inició a comienzos de los años 70 en Chile, con el golpe
militar de Pinochet, que luego que extendería a otros Estados hasta
generalizarse a escala mundial en los años 80. Además de otros
objetivos, la contraofensiva del capital denominada «neoliberalismo»
buscaba también el de romper la unidad y centralidad de la clase
trabajadora que con su lucha había acelerado el estallido de la crisis
mundial. La recomposición actual del movimiento obrero se está
confirmando algunos de los puntos centrales adelantados en ambos libros.
Hemos
preferido limitarnos exclusivamente a dos textos del denominado
«marxismo oficial» porque muestran cómo también dentro de esta corriente
marxista se hicieron aportaciones valiosas. En texto colectivo titulado
La estructura de la clase obrera en los países capitalistas,
de 1963, realizado tras un largo debate de dos años entre
organizaciones de diversos tipos pertenecientes a trece Estados podemos
ver cómo, tras precisar desde el inicio del texto que «las grandes masas
populares» se agrupan en torno a la clase obrera123, actualiza el concepto de «obrero colectivo» de Marx al capitalismo de la época:
«Por
cuanto el proceso de producción capitalista tiene un carácter
dialéctico complejo, el proletariado no es totalmente homogéneo. Consta
de diferentes grupos, idénticos por su composición de clase, pero que
desempeñan distinto papel en el proceso de producción […] el «obrero
colectivo» abarca a los que están dedicados al trabajo manual (peones y
obreros de las máquinas) y a quienes aplican en la creación del producto
su trabajo mental o ejecutan diferentes funciones auxiliares sin las
cuales no es posible el proceso de producción. Como la división del
trabajo se desarrolla sin cesar, no sólo en el marco de una empresa
aislada, sino también en la órbita de toda la sociedad, surgen
constantemente nuevas profesiones y nuevas ramas de la economía. En la
misma medida se amplía la composición del “obrero colectivo”»124.
Por su parte, M. Bouvier y G. Mury sostienen que:
«En
todos los frentes donde se libra el combate entre ricos y pobres, entre
los pequeños y los grandes, la organización revolucionaria se propone
demostrar teóricamente y realizar prácticamente el frente único de todos
aquellos que, al fin de cuentas, son explotados por los mismos
explotadores. La vasta categoría de los explotados incluye seguramente
elementos muy diversos que no son todos productores de plusvalía, que no
ocupan todos dentro de la producción social el lugar del proletariado
obligado a elegir entre sus cadenas y la revolución. No deja de ser
menos cierto que esta inmensa masa humana de los explotados se puede
definir científicamente como el conjunto de aquellos cuya fuerza de
trabajo, es decir, la aptitudes físicas, la habilidad manual o el
conocimiento intelectual, es puesta finalmente al servicio de la minoría
capitalista. El artesano que en forma progresiva es despojado de su
libertad de acción, el campesino amenazado en la propiedad de su
explotación agrícola familiar, el asalariado que no produce valor, sino
que está reducido a presentarse en el mercado de la mano de obra, sólo
pueden descubrir sus verdaderos intereses si toman partido contra un
sistema dentro del cual les está prohibido todo futuro creador. El
mecanismo inexorable de la sociedad burguesa, que se apropia de la
plusvalía del obrero, constituye truts que aplastan a la empresa
artesanal así como al pequeño campesino y al campesino medio. El mismo
asalariado no productivo se encuentra en una situación particularmente
cercana a la del productor, puesto que, al fin de cuentas, contribuye,
si no a crear plusvalía, a asegurar a su patrón una parte de la
plusvalía ya producida»125.
Posteriormente
se explicó que: «La clase obrera se ha transformado en su estructura.
Anteayer los mineros del Norte formaban el grueso de las tropas
guesdistas, ayer la metalurgia constituía el bastión del stalinismo
triunfante, hoy los bastiones tienden a desplazarse hacia la
electromecánica pesada y ligera, la metalurgia altamente automatizada,
siguiendo con esto el mismo movimiento del gran capital. Así, sería
falso conservar una imagen fija de la clase obrera, compuesta únicamente
de obreros manuales, y verter en las capas medias y los sectores
marginales este nuevo proletariado en vías de constitución»126.
Por otra parte: «El proletariado no es un grupo homogéneo, inmutable
[…] es el resultado de un proceso permanente de proletarización que
constituye la otra cara de la acumulación del capital […] Es pues la formación del “trabajador colectivo” de la gran industria capitalista […] Finalmente, es la constitución del ejército industrial de reserva»127.
A
mediados de los años 90 surgió, entre otras, la teoría de las
infraclases: «sectores sociales que se encuentran en una posición social
marginal que les sitúa fuera, y por debajo, de las posibilidades y
oportunidades económicas, sociales, culturales, de nivel de vida, etc.,
del sistema social establecido»128.
Las infraclases que empezaron a aparecer a finales de los años 80
crecieron durante toda la década de los 90, de modo que a comienzos del
siglo XXI se había constituido «un “núcleo duro” de salarios bajos»129
en el seno de las masas trabajadoras, con demoledores efectos entre la
juventud emigrante de los grandes guetos de las ciudades industriales,
siendo ésta la causa de las sublevaciones urbanas masivas tanto contra
la sobreexplotación y marginación, como contra el racismo profundamente
anclado también en la burocracia político-sindical130.
La
tendencia creciente a la asalarización ha sido confirmada por todos los
estudios algo serios, como también la tendencia a la asalarización de
las nuevas franjas de las clases medias, ya que: «numerosas profesiones
liberales se convierten cada vez más en profesiones asalariadas;
médicos, abogados, artistas, firman verdaderos contratos de trabajo con
las instituciones que les emplean»131.
Más recientemente, Antunes ya avisó hace más de una década que en el
capitalismo contemporáneo se está viviendo un proceso de
«desproletarización del trabajo manual, industrial y fabril;
heterogeneización, subproletarización y precarización del trabajo.
Disminución del obrero industrial tradicional y aumento de la
clase-que-vive-del-trabajo»132.
Ahora bien, en contra de lo que pudiera creerse según la lógica formal, las tendencias fuertes aquí descritas no hacen sino aumentar lo que P. Cammack ha definido como «proletariado global explotable»133,
que puede permanecer a la espera de ser puesta a trabajar malviviendo
en la miseria. Una parte del proletariado global explotable es condenado
a ser la «población sobrante»134
que como veremos al final forma parte de la clase obrera mundial,
aunque la intelectualidad reformista lo niegue; otra parte constituye el
amplio sector de los «excluidos»135,
abandonados a su suerte por el capital. Luego volveremos al problema de
la «exclusión» y su importancia para el concepto de pueblo trabajador. Y
también tenemos al «pobretariado»136
que es esa fracción creciente de la fuerza de trabajo social
empobrecida por la reducción de los salarios directos e indirectos, por
la reducción de las ayudas sociales si las ha habido, por el aumento de
la carestía de la vida.
Hemos
iniciado este capítulo recurriendo a la categoría filosófica de la
esencia y del fenómeno porque nos explica cómo los cambios en las formas
externas, que siempre reflejan cambios secundarios en la esencia
interna, sólo pueden ser comprendido en su pleno sentido si los
analizamos comparándolos con su esencia. Al fin y al cabo en esto radica
el método de pensamiento racional y científico-crítico. Pues bien, A.
Piqueras nos muestra cómo cambian las formas y luego cómo, pese a todo,
se mantiene la esencia de la explotación asalariada:
«También
en su aspecto organizacional las formas de lucha adquieren expresiones
congruentes con el capitalismo tardío (“informacional”) en el que nacen,
cobrando vida a través de formas organizativas virtuales, reticulares
(tras la descomposición de las formas físicas de reunión y organización
tradicionales). De ahí la prevalencia actual de los “arcoiris”,
“rizomas”, “redes”, “webs”... formas de organización muy blanda, muy
flexible, con relativamente leve operatividad y poca constancia hasta ahora, y que señalan, como ha dicho algún autor, la confluencia, al menos en parte, del “precariado” con el “cibertariado”.
Igual
que en el primer capitalismo industrial, cuando todavía no se habían
creado los mecanismos de fidelización ni conseguido derechos, cuando el
salariado fue confluyendo y fortaleciéndose a través de incipientes
organizaciones reticulares, horizontales, la historia se repite en el
capitalismo tardío degenerativo, o senil, que al arrasar con lo
instituido en dos siglos fomenta en consecuencia la reproducción parcial
de aquellas primigenias formas de resistencia y lucha»137.
7. EL PROBLEMA DE LA PEQUEÑA BURGUESÍA
Criticando a Proudhon, Marx escribe: «En una sociedad avanzada el pequeño burgués
se hace necesariamente, en virtud de su posición, socialista de una
parte y economista de la otra, es decir, se siente deslumbrado por la
magnificencia de la gran burguesía y siente compasión por los dolores
del pueblo. Es al mismo tiempo burgués y pueblo. En su fuero interno se
jacta de ser imparcial, de haber encontrado el justo equilibrio, que
proclama diferente del término medio. Ese pequeño burgués diviniza la contradicción,
porque la contradicción es el fondo de su ser. No es más que la
contradicción social en acción. Debe justificar teóricamente lo que él
mismo es en la práctica [...] la pequeña burguesía será parte integrante
de todas las revoluciones sociales que han se suceder»138.
Uno
de los problemas centrales de todas las luchas revolucionarias habidas
desde la mitad del siglo XIX hasta ahora, así como un problema decisivo a
la hora de estudiar la estructura de clases del modo de producción
capitalista, a saber qué es y cómo se comporta la pequeña burguesía
aparece aquí resuelto en lo esencial. Más aún, se hace una afirmación
ante la que se escabullen muchos ultraizquierdistas que se niegan a ver y
pensar la realidad. En efecto, Marx afirma de la necesidad de tener en
cuenta a la pequeña burguesía en todas las revoluciones.
Quiere
esto decir que no se debe cometer el error de creer de menospreciar el
comportamiento de una clase contradictoria en sí misma, situada entre
las dos clases decisivas, y que puede inclinar la balanza de la lucha
del pueblo contra la burguesía hacia la victoria del primero o hacia su
derrota estrepitosa. Entre finales de 1847 y comienzos de1848 ambos
amigos ya adelantan en el Manifiesto Comunista
una idea clave sobre qué relaciones mantener con la pequeña burguesía y
sus organizaciones democráticas: participar en todas las luchas por la
democracia y contra la opresión pero insistiendo siempre en que el
problema decisivo es el de la propiedad privada de las fuerzas
productivas y en que el antagonismo decisivo es el que separa de manera
irreconciliable a la burguesía del proletariado139.
Recordemos
que estas palabras están escritas antes de la oleada revolucionaria
internacional de 1848-1849. Pues bien, veamos uno de los muchos momentos
en los que Marx y Engels recurren sin complejos a diversas definiciones
amplias e intercambiables. El que vamos a explicar es un ejemplo
especialmente valioso por dos razones, una, porque es un estudio
exquisito y sofisticado de la revolución de 1848 en París, y, otra,
porque nos aportan un método dialéctico enormemente creativo para
encuadrar el debate sobre las relaciones entre proletariado, clase
obrera y pueblo, o sea, sobre el pueblo trabajador parisino enfrentado a
muerte con la burguesía. Desde las primeras «noticias de París» del 25
de junio de 1848, el concepto de «pueblo» es opuesto radical e
irreconciliablemente al de «burguesía». Al poco, afirman que esta lucha
revolucionaria conecta con las sublevaciones de los esclavos en Roma, y
con la lucha de Lyon de 1834. Dicen que «los habitantes de los
suburbios» acudieron en ayuda de los insurgentes, y cuentan cómo «el
pueblo se lanzó furiosamente contra los traidores» que habían intentado
infiltrarse, pero más adelante constatan que: «una vez más el pueblo
había sido demasiado generoso. Si hubiese replicado a los cohetes
incendiarios y a los obuses con incendios, hubiese sido el vencedor al
atardecer. Pero ni pensaba en emplear las mismas armas de sus
adversarios»140.
También explican que «la burguesía declaró a los obreros no enemigos comunes, a los cuales se vence, sino enemigos de la sociedad,
a los que se aniquila [...] los insurgentes tuvieron en su poder gran
parte de la ciudad durante tres días, comportándose con suma corrección.
Si hubiesen empleado los mismos medios violentos que los burgueses y
sus siervos, mandados por Cavaignac, París sería un montón de escombros
pero ellos hubiesen triunfado»141.
Y más adelante: «La guardia móvil, reclutada en su mayor parte entre el
proletariado en harapos parisino, se transformó en gran medida, en el
breve lapso de su existencia y mediante una buena retribución, en una
guardia pretoriana de los gobernantes de turno. El proletariado en
harapos organizado libró su batalla contra el proletariado trabajador no
organizado. Como era dable esperar, se puso a disposición de la
burguesía, lo mismo que los lazzaroni de Nápoles se habían puesto a
disposición de Fernando. Sólo desertaron aquellas secciones de la
guardia móvil compuestas por trabajadores verdaderos»142.
A
lo largo de los sucesivos artículos en los que analizan la lucha en
París en junio de 1848, Marx y Engels utilizan indistintamente los
conceptos de «pueblo», «proletariado», «obreros», «clase obrera»,
«trabajadores», «suburbios», etc., para apuntalar cuatro criterios que
serán decisivos en la teoría de las clases, del Estado, de la
organización y de la revolución. Sobre las clases queda claro que además
de la flexibilidad de los conceptos, siempre tienen en cuenta el
problema de la propiedad privada de las fuerzas productivas como el que
define y separa al capital, a la burguesía y a su sociedad, del pueblo,
de la clase obrera y del proletariado, de modo que es la propiedad
privada la que también define qué es la sociedad y a qué clase
pertenece, a la capitalista. Sobre el Estado queda claro que las fuerzas
represivas y su violencia brutal son vitales para la burguesía, y más
aún, adelantan una de las grandes lecciones que se repetirá una y otra
vez hasta ahora: la creación por la burguesía de fuerzas represivas
especiales provenientes del lumpen, de los «proletarios en harapos»,
como sucederá en el militarismo, en el nazifascismo, etc.
Sobre
la organización queda claro que ésta es la única garantía de victoria,
estrechamente unida a la conciencia de clase, revolucionaria, que
desarrollan los «trabajadores verdaderos». Y sobre la revolución, está claro que una vez que «cesa el motín y se inicia la revolución»143
el pueblo no debe dudar, detener su avance aun a costa de las
imprescindibles prácticas de violencia defensiva, revolucionaria, que ha
de aplicar para aplastar a cualquier precio a la violencia
contrarrevolucionaria e injusta. Pensamos que de un modo u otro, estos
cuatro componentes cohesionan la teoría de la lucha de clases, que es la
teoría de las clases sociales del marxismo. Todas las teorías burguesas
disocian, separan e incomunican, las clases sociales de la lucha de
clases, y ambas de la teoría del Estado y de la teoría política.
Tras
estudiar las razones del fracaso de esta oleada y convirtiendo su
experiencia en razones teóricas que avalen una práctica posterior, a
comienzos de 1850 Marx y Engels proponen a la Liga de los Comunistas lo
siguiente: «La actitud del partido obrero revolucionario ante la
democracia pequeño burguesa es la siguiente: marcha con ella en la lucha
por el derrocamiento de aquella fracción a cuya derrota aspira el
partido obrero; marcha contra ella en todos los casos en que la
democracia pequeño burguesa quiere consolidar su posición en provecho
propio»144.
O sea, se trata de crear un bloque social que incluya a las fuerzas
democráticas de la pequeña burguesía para luchar conjuntamente contra la
opresión común que sufren todos los componentes de dicho bloque social.
Ahora
bien, Marx y Engels insisten reiteradamente en las páginas posteriores
que «para luchar contra ese enemigo común no se precisa ninguna unión
especial [...] es evidente que en los últimos conflictos sangrientos, al
igual que en todos los anteriores, serán sobre todo los obreros los que
tendrán que conquistar la victoria con su valor, resolución y espíritu
de sacrificio. En esta lucha, al igual que en las anteriores, la masa
pequeño burguesa mantendrá una actitud de espera, de irresolución e
inactividad tanto tiempo como le sea posible, con el propósito de que,
en cuanto quede asegurada la victoria, utilizarla en beneficio propio,
invitar a los obreros a que permanezcan tranquilos y retornen al
trabajo, evitar los llamados excesos y despojar al proletariado de los
frutos de la victoria»145.
Marx
y Engels advierten a la Liga de los Comunistas, en base a las lecciones
teóricas extraídas de la derrota internacional de 1848-1849 que para
evitar la traición pequeño burguesa, que se producirá inmediatamente
después de la toma del poder, los proletarios deben mantener su
independencia de clase, política y organizativa, no dejándose absorber
por la pequeña burguesía, planteando reivindicaciones específicamente
proletarias que desborden por la izquierda a las de la pequeña
burguesía, y exigiéndole a su aliada que las cumpla. Más aún, la
organización proletaria aliada con la pequeña burguesía contra el
enemigo común ha de ser «a la vez legal y secreta»146, e «independiente y armada de la clase obrera»147, para garantizar siempre tanto la independencia práctica como teórico-política de la clase trabajadora.
Los
consejos a la Liga de los Comunistas fueron redactados por Marx y
Engels mientras el primero de ellos estudiaba más en detalle el fracaso
revolucionario en el Estado francés, publicando el texto a finales de
1850, en el que afirma que: «Los obreros franceses no podían dar un paso
adelante, no podían tocar ni un pelo del orden burgués, mientras la
marcha de la revolución no se sublevase contra este orden, contra la
dominación del capital, a la masa de la nación -campesinos y pequeño
burgueses- que se interponían entre el proletariado y la burguesía;
mientras no la obligase a unirse a los proletarios como a su vanguardia»148.
Marx estudiaba la concreta derrota francesa en la mitad del siglo XIX,
siendo consciente de la todavía limitada evolución del capitalismo
francés comparado con el británico, llegando a una conclusión
estratégica que mantendrán en lo esencial tanto él como Engels a lo
largo de toda su vida, adaptándola en sus formas externas y tácticas a
cada lucha revolucionaria particular: el proletariado como vanguardia
nacional que integra al campesinado y a la pequeña burguesía.
Una conclusión teórica que ya venía anunciada en el Manifiesto Comunista
cuando insistieron en que el proletariado, que no tiene patria, debe
empero elevarse a clase nacional, constituirse en nación, «aunque de
ninguna manera en el sentido burgués»149. Los objetivos a conquistar que se enumeran al final del Manifiesto
nos dan una idea exacta sobre la diferencia cualitativa de la nación
proletaria con respecto a la nación burguesa, pero no es este nuestro
tema ahora. Sí nos interesa resaltar cómo Marx enlaza proletariado,
campesinado y pequeña burguesía dentro del proceso revolucionario en
cuanto «masa de la nación» enfrentada a la burguesía, «masa de la
nación» dirigida por la vanguardia proletaria.
Exceptuando
adaptaciones formales tácticas, este criterio estratégico no sólo se
mantendrá durante toda su vida sino que llegará a niveles de majestuosa
exquisitez teórica en su estudio sobre la Comuna de París de 1871 que no
podemos extendernos ahora, pero en el que se expone claramente el
antagonismo entre la «verdadera nación», la formada por las comunas
libres que integran a las clases explotadas, y la nación burguesa, la
del capital francés colaboracionista con el ocupante alemán para, con su
ayuda, exterminar mediante el terrorismo más sanguinario el proceso
revolucionario.
En
lo que ahora nos incumbe, las relaciones entre la clase obrera, el
proletariado, y el pueblo trabajador, en su análisis de la Comuna Marx
afirma que «era ésta la primera revolución en que la clase obrera fue
abiertamente reconocida como la única clase capaz de iniciativa social
incluso para la gran masa de la clase media parisina -tenderos,
artesanos, comerciantes-, con la sola excepción de los capitalistas
ricos». Detalla las razones por las que la «clase media», que había
traicionado y aplastado la insurrección obrera en 1848 se había pasado
ahora, tras 23 años, al bando del pueblo insurrecto.
Marx
hace una descripción antológica de las causas económicas, políticas,
ético-morales y hasta educativas que explican semejante cambio, y no se
olvida de añadir otra causa: «había sublevado su sentimiento nacional de
franceses al lanzarlos precipitadamente a una guerra que sólo ofreció
una compensación para todos los desastres que había causado: la caída
del Imperio»150.
De este modo, vemos cómo la capacidad de aglutinación de la «masa
nacional» y de la clase media se ejerce en todos los aspectos de la vida
cotidiana, incluido el sentimiento nacional «aunque en ninguna manera
en el sentido burgués».
Más
todavía, la Comuna, en cuanto «auténtico gobierno nacional» formado por
«los elementos sanos de la sociedad francesa», fue a la vez un
«gobierno internacional» por su contenido obrero, lo que le granjeó de
inmediato la solidaridad de «los obreros del mundo entero»151.
La capacidad de aglutinación de otras clases sociales explotadas en
diverso grado alrededor del proletariado, formando así un bloque
revolucionario nacional no burgués, obrero e internacionalista, opuesto a
la nación burguesa claudicacionista, esta capacidad práctica fue
transformada en lección teórica por Marx.
Un
ejemplo de la interacción de los dos niveles del método marxista del
estudio de las clases sociales nos los ofrece Engels en su texto sobre
Alemania escrito en 1852. Primero hace una descripción amplia,
genético-estructural, analizando la división clasista en los dos grandes
bloques sociales enfrentados: el propietario de las fuerzas productivas
y el que no propietario, al que define como «las grandes masas de la
nación». Engels dice: «Las grandes masas de la nación, que no
pertenecían ni a la nobleza ni a la burguesía, constaban, en las
ciudades, de la clase de los pequeños artesanos y comerciantes, y de los
obreros, y en el campo, de los campesinos»152,
y después se extiende varias páginas en el estudio concreto de las
principales clases no propietarias, explotadas en diversos grados, que
constituyen «las grandes masas de la nación» alemana a finales de la
primera mitad del siglo XIX.
Muchos
años más tarde, en 1870, Engels vuelve a insistir sobre el mismo
problema de fondo pero en el contexto de un capitalismo alemán más
desarrollado, en el que la gran masa campesina actúa de forma objetiva
pero inconscientemente como el instrumento represivo básico en manos del
Estado burgués, y Engels insiste en que el proletariado ha despertar a
esta clase e incorporarla al proceso revolucionario153.
Independientemente
de las diferencias evolutivas entre la lucha de clases en el Estado
francés y en Alemania, y al margen de las clases no proletarias a las
que dedican sus análisis Marx y Engels, las clases medias francesas y el
campesinado alemán, no se puede negar que por debajo de las
preocupaciones concretas actúa el mismo método teórico y el mismo
objetivo estratégico, a saber, la creación de un bloque social amplio
que exprese las necesidades y reivindicaciones de las clases explotadas,
de las «más amplias masas», como muy frecuentemente se escribe en la
prensa marxista de todos los tiempos. Y es aquí en donde irrumpe con
fuerza la problemática de las llamadas «clases medias»
8.- LAS LLAMADAS CLASES MEDIAS
Durante
nada menos que durante veintiún meses Engels realizó un estudio muy
riguroso y extenso sobre la clase obrera inglesa, publicado marzo de
1845. En la Introducción el autor hace una directa referencia al egoísmo
de «la clase media inglesa»154, que pretende hacer pasar sus intereses particulares como los verdaderos intereses nacionales, aunque no lo consiga. A lo largo de la impresionante obra, la clase media y la burguesía no salen bien paradas, sino al contrario.
Aquí
debemos recordar al lector lo arriba dicho sobre la teoría marxista del
conocimiento, sobre la dialéctica de los conceptos móviles que se
solapan e interpenetran según las diferentes relaciones de los procesos
que se estudian. Partiendo de ella, Marx fue el primero en estudiar a
las «clases medias» con rigor que lo permitían las condiciones de la
época. Criticó a D. Ricardo en este sentido diciendo que: «Lo que él se
olvida de destacar es el incremento constante de las clases intermedias,
situadas entre los obreros, de una parte, y, de otra, los capitalistas y
terratenientes, que viven gran parte de las rentas, que gravitan como
una carga sobre la clase obrera situada por debajo de ellas y refuerzan
la seguridad y el poder sociales del puñado de los de arriba»155.
Pero
Marx no se limita a constatar una realidad nueva, sino que en su
crítica a T. Hodgskin estudia su génesis desde el interior del
capitalismo bajo las presiones del aumento de la producción en masa con
su correspondiente aumento de la división del trabajo que: «tiene, pues,
como base la división y especialización de los oficios y profesiones
dentro de la sociedad. La extensión del mercado implica dos cosas: una
es la masa y el número de los consumidores, otra el número de los
oficios y profesiones independientes. Puede darse, además, el caso de
que el número de estos oficios y profesiones aumente sin que aumente
aquél»156, es decir el número de consumidores.
Marx
sigue explicando luego las fuerzas internas que determinan el aumento
de las clases medias, debido a la creciente rapidez de la circulación de
las mercancías desde su producción hasta su venta de modo que: «la
coordinación de distintas ramas industriales, la creación de centros
destinados a determinadas industrias especiales, los progresos de los
medios de comunicación, etc., ahorran tiempo en el paso de las
mercancías de una fase a otra y reducen considerablemente el tiempo
muerto»157. Pero
además de estas razones, Marx añade otra fundamental consistente en la
sabiduría de la clase dominante para reforzar su poder integrando a
sectores de las clases explotadas para volverlas contra su propia clase:
«una clase dominante es tanto más fuerte y más peligrosa en su
dominación cuanto más capaz es de asimilar a los hombres más importantes
de las clases dominadas»158.
La
presión de la ideología burguesa y del reformismo logra muchas veces
anular la vital importancia de estas dos citas, imprescindibles para
entender la teoría marxista de las clases. Una clase viva que asimila a
los sectores mejor formados de las clases que explota tiene asegurada su
perpetuidad, especialmente cuando desarrolla mecanismos de división y
segregación dentro de las clases trabajadoras: un ejemplo lo tenemos en
las medidas sociales de Bismarck tras la Comuna de París de 1871,
destinadas, entre otras cosas, a romper la unidad entre los «trabajadores manuales industriales», los «trabajadores de cuello blanco» y los «trabajadores agrícolas y domésticos» imponiendo diferentes sistemas de seguridad social en beneficio de los segundos159, de lo que ya eran las «capas intermedias».
Y
también cuando estas capas intermedias son vitales para las técnicas de
control social insertos en el mismo proceso productivo destinados a
vencer las resistencias de los trabajadores y aumentar la productividad
de su trabajo. Ahora bien, el crecimiento innegable de estas fracciones
no anula la objetividad de una de las características genéticas del
capitalismo: «la mayoría de la población se convierte en una masa de
asalariados que comprende a los que antes consumían en especie una
determinada cantidad de productos»160.
Como en todo lo esencial del capitalismo, Marx descubrió el por qué del
crecimiento de las clases medias y, a la vez y contradictoriamente, el
crecimiento de la asalarización social, dinámicas enfrentadas que se
explican por el desarrollo periódico de nuevas fracciones de las clases
medias que suplantan a las viejas proletarizadas y que, a la inversa de
estas, con cada vez más asalariadas.
Poco después de estos descubrimientos, Marx redactó a finales de 1880 La encuesta obrera161
con 101 preguntas sobre la composición de clases en el capitalismo de
la época y que posee una sorprendente actualidad para conocer el
capitalismo neoliberal, desregulado y precarizado actual. La tendencia
creciente a la asalarización ha sido confirmada por todos los estudios
algo serios, como también la tendencia a la asalarización de las nuevas
franjas de las clases medias, ya que: «numerosas profesiones liberales
se convierten cada vez más en profesiones asalariadas; médicos,
abogados, artistas, firman verdaderos contratos de trabajo con las
instituciones que les emplean»162.
La asalarización privada de muchas profesiones liberales se incrementa
con la desregulación del funcionariado estatal y público, especialmente
en sanidad, un mito cuidadosamente protegido por la burguesía, que
descienden del funcionariado a simples trabajadores especializados de
las empresas de la salud163.
M.
Nicolaus explica que es a partir de las consecuencias de la ley la
tendencia decreciente de la plusvalía que es parte de la ley de
tendencia decreciente de la tasa de ganancia, cuando Marx elabora la
demostración de la necesidad de la existencia de la «clase media» ya
que:
«Por
una parte, el aumento de la productividad requiere un aumento en
maquinaria, de modo que la tasa de ganancia aumentará, y deben aumentar
tanto la tasa como el volumen de plusvalía. ¿Qué ocurre con este
excedente que crece? Permite a la clase capitalista crear una clase de
personas que no son trabajadores productivos, pero que rinden servicios a
los capitalistas individuales o, lo que es más importante, a toda la
clase capitalista; y, al mismo tiempo, el aumento de la productividad
requiere una clase de ese género de trabajadores no productivos que
desempeñen las funciones de distribuir, comercializar, investigar,
financiar, administrar, seguir la pista y glorificar el producto
excedente en aumento. Esta clase de trabajadores no productivos, de
trabajadores de servicios o de sirvientes en una palabra, es la clase
media»164.
B.
Coriat presenta tres razones que explican, desde los esquemas de Marx,
la aparición de «capas parciales de trabajadores bajo el dominio de las
relaciones capitalistas de producción»: la división entre trabajo manual
y trabajo intelectual; las necesidades de vigilar el proceso de
producción, y de aumentar las tareas de gestión y comercialización; y,
último, la necesidad de desarrollar la investigación científico-técnica165.
Para no extendernos, y para volver a la línea argumental, diremos sólo
que a mediados de los años 80 del siglo XX el grueso de la nueva clase
media, compuesta por trabajadores cualificados intelectualmente se había
masificado, asalarizado, degradado en su trabajo, concentrado en su
trabajo, reducidas sus posibilidades de «ascenso» corporativo, insertado
en el mercado de trabajo como cualquier otro asalariado y rota su
anterior homogeneidad social166. No hace falta decir que estas tendencias se han agudizado de entonces a ahora.
Hemos
comenzado este capítulo viendo lo que pensaban Marx y Engels sobre las
contradicciones y los límites de la pequeña burguesía, su miedo y sus
dudas. El tiempo transcurrido desde entonces ha confirmado esta crítica
marxista, y ha mostrado, además, que también las «clases medias» se
caracterizan por las mismas indecisiones, por eso que un autor ha
definido como la «estructura mental egoísta» de estas «clases medias» en
países como Venezuela: «En este momento en la Venezuela revolucionaria
la clase media es beneficiada de mil formas, repito, pero vemos
perplejos como, amplios sectores de los mismos se adhieren sin vergüenza
a sus verdugos y denigran del comandante Chávez y de la revolución que
los salvó de estafas financieras e inmobiliarias y los incluye en todos
los sectores socioproductivos que el Gobierno inventa y reinventa para
todo el Pueblo»167.
9. HISTORIA DEL PUEBLO TRABAJADOR
Engels
nos ofrece, en su texto sobre Alemania escrito en 1852, su opinión muy
valiosa -las de Marx ya son conocidas- que nos prepara el camino
mostrando la interacción de los dos niveles del método marxista del
estudio de las clases sociales. Primero hace una descripción amplia,
genético-estructural porque analiza la división clasista en los dos
grandes bloques sociales enfrentados: el propietario de las fuerzas
productivas y el que no propietario, al que define como «las grandes
masas de la nación». Engels dice: «Las grandes masas de la nación, que
no pertenecían ni a la nobleza ni a la burguesía, constaban, en las
ciudades, de la clase de los pequeños artesanos y comerciantes, y de los
obreros, y en el campo, de los campesinos»168,
y después se extiende varias páginas en el estudio concreto de las
principales clases no propietarias, explotadas en diversos grados, que
constituyen «las grandes masas de la nación» alemana a finales de la
primera mitad del siglo XIX.
Muchos
años más tarde, en 1870, Engels vuelve a insistir sobre el mismo
problema de fondo pero en el contexto de un capitalismo alemán más
desarrollado, en el que la gran masa campesina actúa de forma objetiva
pero inconscientemente como el instrumento represivo básico en manos del
Estado burgués, y Engels insiste en que el proletariado ha despertar a
esta clase e incorporarla al proceso revolucionario169.
Engels
fue incluso más exigente en el rigor conceptual desde el principio de
su obra, precisando la naturaleza de clase de la «multitud» cuando ante
el problema del paro como ejército industrial de reserva, lo define como
«ingente multitud de obreros»170.
Hemos visto un poco arriba cómo Engels hablaba de «masas populares» en
su estudio sobre la violencia en la historia. En una de sus últimas
reflexiones teóricas habla de: «la población trabajadora -campesinos, artesanos, obreros agrícolas e industriales»; sigue diciendo que «el proletariado típico
es numéricamente pequeño: está compuesto en su mayor parte por
artesanos, pequeños patrones y pequeños comerciantes, que constituyen
una masa fluctuante entre la pequeña burguesía y el proletariado»;
continúa analizando el futuro previsible de la descomposición de la
pequeña burguesía de los tiempos medievales.
Dice
Engels inmediatamente después que la revolución burguesa que se avecina
puede ser pacífica o violenta y que el movimiento socialista debe,
empero, luchar por su «gran objetivo primordial: la conquista del poder político por el proletariado, como medio para organizar una nueva sociedad»171. Para llegar a esta situación, sostiene que: «es nuestro deber apoyar
todo movimiento popular verdadero» en contra de las alianzas
reformistas e interclasistas, reafirmándose en que la victoria burguesa
será para los socialistas «una nueva etapa cumplida, una nueva base de
operaciones para nuevas conquistas; que a partir de ese mismo día
formaremos una nueva oposición
al nuevo gobierno [...] una oposición de la más extrema izquierda, que
bregará por nuevas conquistas, más allá de las obtenidas»172.
Hasta
aquí, Engels insiste en la dialéctica entre lo particular y lo
específico del proletariado italiano, de sus clases y fracciones de
clase, de sus alianzas, etc., y lo general, lo común y lo esencial a
toda lucha socialista: la conquista del poder político por el
proletariado y la naturaleza de la lucha revolucionaria como proceso
permanente, es decir, las lecciones generales de la historia de la lucha
de clases. Y poco más adelante concluye aconsejando que pese a que la
«táctica general», o sea, la teoría aprendida de las luchas concretas,
no ha fallado hasta ese momento, insiste: «pero respecto a su aplicación
a Italia en las condiciones actuales, la decisión debe ser tomada en el
lugar, y por aquellos que están en medio de los acontecimientos»173.
Ya
nos hemos referido arriba a Lenin y a Gramsci, y ahora vamos a decir
alguna cosa sobre Trotsky, en su estudio sobre el papel del proletariado
industrial en la revolución de 1905, sus fracciones internas a todas
las escalas de la moderna producción capitalista, desde los textiles,
los metalúrgicos, los tipográficos, los de ferroviarios, los de
comunicaciones, etc., sin olvidarse de los campesinos y sus fracciones,
de la pequeña burguesía vieja y hasta la «“nueva clase media”, compuesta
por los profesionales de la intelligentsia: abogados, periodistas,
médicos, ingenieros, profesores, maestros de escuela»174.
Tras varias páginas de un análisis sofisticado del que no se salva la
gran burguesía: Trotsky dice sobre la formación del soviet:
«Era
preciso tener una organización que gozase de una autoridad
indiscutible, libre de toda tradición, que agrupara desde el primer
momento a las multitudes diseminadas y desprovistas de enlace; esta
organización debía ser la confluencia para todas las corrientes
revolucionarias en el interior del proletariado [...] el partido no
hubiera sido capaz de unificar por un nexo vivo, en una sola organización,
a los miles y miles de hombres de que se componía la multitud [...]
Para tener autoridad sobre las masas, al día siguiente de su formación,
tenía que instituirse sobre la base de una representación muy amplia.
¿Qué principio había de adoptarse? La respuesta es obvia. Al ser el
proceso de producción el único nexo que existía entre las masas
proletarias, desprovistas de organización, no había otra alternativa
sino atribuir el derecho de representación a las fábricas y talleres»175.
Las
cuatro medidas tomadas por el soviet, y las exigencias planteadas a la
Duma municipal iban destinadas a la tarea dialéctica de fortalecer su
centralidad proletaria y romper la centralidad burguesa asegurada por
sus fuerzas represivas: «1) adoptar medidas inmediatas para reglamentar
el aprovisionamiento de la masa obrera; 2) abrir locales para las
reuniones; 3) suspender toda distribución de provisiones, locales,
fondos a la policía, a la gendarmería, etc.: 4) asignar las sumas
necesarias para el armamento del proletariado en Petersburgo que lucha
por la libertad»176.
Comida, centros de reunión y armas para el proletariado, y desarme para
la burguesía. Conforme aumentaba la fuerza y el prestigio del soviet,
los políticos advenedizos empezaron a acercarse a sus reuniones, pero
«el proletariado industrial había siro el primero en cerrar filas en
torno a él»177.
En el durísimo invierno de 1917-1918, estas y otras medidas aceleraron
la efectividad de la hegemonía de la clase obrera dentro del pueblo
trabajador soviético.
Trotsky
sigue usando palabras como «pueblo», «masa», «multitud», «muchedumbre»,
etc., pero siempre como sinónimos que reflejan el bajo nivel de
organización, conciencia y centralidad de amplios sectores de la clase
proletaria en su conjunto, e insistiendo siempre en la prioridad
práctica y teórica del proceso de producción, y hasta del «oficio»
cuando éste tiene especial trascendencia para centralizar y concienciar a
los sectores sociales que dependen de ese «oficio» 178, en la que no podemos extendernos ahora.
En
su impresionante libro sobre la huelga de masas, escrito a raíz de las
luchas de 1905, Rosa Luxemburg nos da una lección sobre el correcto uso
de los conceptos científicos del marxismo. Tras un extenso y profundo
análisis de las diversas categorías y fracciones internas de la clase
obrera, de la masa trabajadora, que empezó a luchar en 1896 con la
huelga de los hilanderos, pasando por el resto de textiles, por los
obreros industriales, ferroviarios y de servicios, «por motivos diversos
y cada uno bajo formas distintas», ascendiendo con los años e
incluyendo a los panaderos y trabajadores de astilleros, tras todo esto,
hace esta síntesis:
«Fermenta
en el gigantesco imperio una lucha económica infatigable de todo el
proletariado contra el capital, lucha que gana para sí a las profesiones
liberales, la pequeña burguesía, empleados de comercio y de banca,
ingenieros, artistas..., y penetra por abajo hasta llegar a los
empleados del servicio doméstico, a los agentes subalternos de la
policía y hasta incluso a las capas del “lumpen proletariado”
desbordándose de las ciudades al campo y tocando inclusive a las puertas
de los cuarteles. Inmenso abigarrado cuadro de una rendición general de
cuentas del trabajo al capital, refleja toda la complejidad del
organismo social, de la conciencia política de cada categoría y de cada
región, recorriendo toda la larga escala que va desde la lucha sindical
regular, a la explosión de la protesta amorfa de un puñado de
proletarios agrícolas y la primera confusa rebelión de una guarnición
militar excitada, desde la revuelta elegante y perfectamente realizada
con tiralíneas y cuellos duros en las oficinas de un banco, a los
murmullos plenos de audacia y de excitación de una reunión secreta de
policías descontentos en una comisaría ahumada, oscura y sucia»179.
Si
leyéramos estas palabras ahora mismo, sin saber que fueron escritas
hace un siglo por una marxista asesinada en la revolución alemana por
las tropas fascistas dirigidas por un gobierno socialdemócrata,
creeríamos que expresan las más recientes luchas en ascenso dentro no
sólo de los países capitalistas empobrecidos y sobreexplotados, sino
también en el capitalismo más feroz, desarrollado e imperialista. Rosa
Luxemburg sigue: «la concepción estereotipada, burocrática y mecánica
quiere que la lucha sea solamente un producto de la organización, y
mantenida a un cierto nivel de la fuerza de ésta. La evolución
dialéctica viva, por el contrario, considera que la organización nace
como un producto de la lucha». Después, reafirmando la complejidad de
las «diversas categorías de obreros», advierte que si las huelgas de
masas quieren ser efectivas «es absolutamente necesario que se
transforme en un verdadero movimiento popular [...] que arrastre a las más amplias capas del proletariado [...] del pueblo trabajador [...] de las más amplias masas»180.
Es
decir, Rosa utiliza con fluidez diversos conceptos aparentemente
contrarios -clase obrera versus movimiento popular, que ella resalta,
etc. porque, en realidad, reflejan la unidad genético-estructural de la
fuerza de trabajo asalariada explotada por la clase capitalista y su
sofisticación en el análisis de las diversas categorías de la fuerza de
trabajo la consigue gracias al momento histórico-genético de la
dialéctica. Incluso, aplicando este método se permite el lujo de afirmar
que: «lo mismo ocurrirá cuando las circunstancias se presenten en
Alemania»181, como así sucedió.
Es
desde esta perspectiva histórico-general, corroborada por los hechos
posteriores incluidos los presentes, como debemos comprender la decisiva
cita siguiente de esta misma revolucionaria, realizada en un debate
internacional sobre qué lecciones teórico-políticas debían extraerse de
la oleada de luchas de 1905:
«El
terreno de la legalidad burguesa del parlamentarismo no es solamente un
campo de dominación para la clase capitalista, sino también un terreno
de lucha, sobre el cual tropiezan los antagonismos entre proletariado y
burguesía. Pero del mismo modo que el orden legal para la burguesía no
es más que una expresión de su violencia, para el proletariado la lucha
parlamentaria no puede ser más que la tendencia a llevar su propia
violencia al poder. Si detrás de nuestra actividad legal y parlamentaria
no está la violencia de la clase obrera, siempre dispuesta a entrar en
acción en el momento oportuno, la acción parlamentaria de la
socialdemocracia se convierte en un pasatiempo tan espiritual como
extraer agua con una espumadera. Los amantes del realismo, que subrayan
los «positivos éxitos» de la actividad parlamentaria de la
socialdemocracia para utilizarlos como argumentos contra la necesidad y
la utilidad de la violencia en la lucha obrera, no notan que esos
éxitos, por más ínfimos que sean, sólo pueden ser considerados como los
productos del efecto invisible y latente de la violencia»182
Rosa
simultanea en 1906 los dos momentos o niveles del método dialéctico, ya
que, arriba, al analizar la enorme complejidad y diversidad concreta de
la clase trabajadora, del pueblo trabajador, del movimiento popular, de
las más amplias masas explotadas, etcétera, cuando estudia la lucha de
clases localizada en un marco espacio-temporal preciso y localizado,
aplica aquí el momento histórico-genético, analítico y diacrónico de la
dialéctica materialista, recurriendo a conceptos amplios, abarcadores e
incluyentes, incluso laxos, que destrozan la rigidez burda y mecanicista
de la lógica formal. Pero cuando Rosa debe sintetizar en una sola
expresión teórica toda la abigarrada diversidad de fuerzas concretas que
han luchado en la recién concluida oleada revolucionaria de 1905, salta
de la sofisticada precisión analítica, minuciosa y hasta quirúrgica, a
la denominación general pero a la vez esencial de clase trabajadora, de
clase burguesa, de proletariado y de burguesía, de violencia obrera y de
parlamentarismo burgués, etc.
Rosa
pasa de lo histórico-genético a lo genético-estructural, dos niveles
del estudio conectados en la totalidad del método: uno, el analítico
exige rigor y profundidad en el momento de descubrir la riqueza extrema
de fuerzas concretas que luchan en una sociedad, en un pueblo, en un
momento determinado, lo que Lenin define como «análisis concreto de una
realidad concreta», descubriendo cada matiz diferente de lo concreto, y
en este nivel o momento del estudio es necesario recurrir a conceptos
como movimiento popular, pueblo trabajador, amplias masas explotadas, y
otros, porque muestran teóricamente la complejidad de la concreta lucha
de clases. Este es el análisis histórico-genético porque conecta el
tiempo presente, la historia concreta, con lo genético del capitalismo,
lo que define la esencia de la lucha de clases, pero insistiendo y dando
prioridad a los análisis concretos.
La
síntesis genético-estructural es la que muestra la esencia del
problema, de las contradicciones y leyes tendenciales estructurales del
capitalismo que marcan los límites infranqueables y objetivos entre los
que se desarrollan las luchas de clases. En esta área del método ya no
sirven sino sólo secundariamente los conceptos anteriores, ya que ahora
necesitamos los más generales y ricos en relaciones internas, como,
básicamente, el de la unidad de contrarios en lucha antagónicos formada
por el proletariado y la burguesía, la clase trabajadora y la clase
burguesa, etc.
Conceptos
válidos para todo el mundo siempre que se mantengan dentro de lo
genético-estructural, dentro de la esencia estructurante del modo
capitalista de producción porque cuando pasamos a estudia el
proletariado y la burguesía de Suecia o de Sri Lanka debemos volver al
método histórico-genético. Por ejemplo, la lucha parlamentaria en
general requiere de la presencia disuasoria, preventiva y latente de la
violencia obrera, pero esta verdad teórica asentada y confirmada por la
experiencia mundial que emerge de las contradicciones
genético-estructurales, permanentes y esenciales del capitalismo, debe
ser siempre confirmada y mejorada, sometida a examen crítico por las
luchas parlamentarias concretas y particulares de cada pueblo trabajador
que lucha en un contexto histórico-genético preciso.
Kautsky,
por su parte, estudió minuciosamente los cambios en la clase
trabajadora alemana a comienzos del siglo XX, utilizando estadísticas
fechadas entre 1882 y 1907, llegando a una conclusión que se ha visto
confirmada hasta la actualidad: en la medida en que el capitalismo crece
las grandes empresas tienden a estar controladas por el capital
financiero, por pocas camarillas de capitalistas estrechamente
emparentadas y entroncadas que entre sí llegan a fáciles entendimientos.
Ahora bien: «Por el contrario, en el proletariado industrial, a medida
que éste se dilata, se incrementa la diversidad de sus elementos y el
número de aquellos sectores difíciles de organizar, los individuos
provenientes de las regiones rurales, del extranjero, las mujeres»183.
Después, esta costumbre de precisar las fracciones internas del
proletariado, del campesinado, de la pequeña burguesía vieja y nueva, de
la capaz intelectuales y liberales que aparecen y desaparecen al calor
de las fases expansivas o constrictivas del capitalismo, este método en
suma, es consustancial al marxismo y se refuerza con el otro componente
del método: junto a la minuciosa disección de las partes, la unión
esencial de su naturaleza básica, a saber, la explotación asalariada.
La
Internacional Comunista, especialmente sus cuatro primeros y
fundamentales congresos, se esforzó en lo mismo. Dejando por falta de
espacio a los dos primeros congresos, en el tercero podemos leer un
detallado estudio sobre los «sectores medios del proletariado»:
«empleados del comercio y de la industria, de los funcionarios
inferiores y medios y de intelectuales»184. Un
valor especial tiene lo que dice el Cuarto Congreso sobre el fascismo
relacionado con lo que estamos viendo la oposición al fascismo en
ascenso de debe basar en la movilización de «las grandes masas del
pueblo trabajador»185,
es decir, como es básico en el marxismo, por un lado se analiza la
extrema complejidad de las clases sociales y especialmente del
proletariado pero, por otro lado, se reafirma la existencia de una clase
social asalariada que puede ser definida formalmente de varios modos
pero siempre relacionados con sus condiciones de explotación y de
producción de plusvalía.
Tenemos
que prestar especial atención a las aportaciones de Mao al tema que
tratamos, a las relaciones entre la clase trabajadora y el resto de
clases explotadas, y a su interacción dentro del pueblo trabajador.
Desde 1926, Mao mantuvo en su primer texto de importancia política y
teórica un permanente esfuerzo teórico volcado en el estudio de la
estructura de clases de la nación china. En su primer texto Mao
desarrolla uno de los argumentos centrales de la teoría marxista del
proletariado como la clase que se materializa en su conciencia política y
su práctica de lucha, sus huelgas e insurrecciones186,
es decir, la importancia de lo que en teoría marxista se define como
«clase para sí» que parte y se sustenta sobre la realidad objetiva de la
explotación, realidad que se expresa en la «clase en sí», la que existe
como objeto pasivo explotado sin tomar conciencia de que puede llegar a
ser un sujeto activo.
Antes
de remitirnos a la que es una de las mejores definiciones del concepto
de pueblo trabajador elaborado y adaptado a la lucha revolucionaria de
liberación nacional de un pueblo oprimido, debemos dejar constancia de
la solidez de su esquema central en una sociedad aplastantemente
campesina invadida por un imperialismo extremadamente salvaje. En 1945
refiriéndose a la alta burguesía Mao dice: «Mientras declara que se
propone desarrollar la economía china, en los hechos se dedica a
multiplicar el capital burocrático, o sea, el capital de los grandes
terratenientes, los grandes banqueros, y los magnates de la burguesía
compradora, monopoliza las palancas de la economía china y oprime sin
piedad a los campesinos, los obreros, la pequeña burguesía y la
burguesía no monopolista»187.
Luego, concreta más su análisis sobre la resistencia democrática de
«numerosas capas populares» contra la dictadura del Kuomintang:
«obreros, campesinos, trabajadores de la cultura, estudiantes,
trabajadores de la enseñanza mujeres, industriales y comerciantes,
empleados públicos y hasta en un sector de los militares»188
Hay
que tener en cuenta esta realidad estructurante, la opresión nacional,
para comprender en su pleno sentido las siguientes palabras de Mao
escritas en 1948, antes de la victoria revolucionaria:
«La
revolución china en su etapa actual es, por su carácter, una revolución
de las amplias masas populares, dirigida por el proletariado, contra el
imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático. Por amplias
masas populares se entiende a todos los que son oprimidos, perjudicados o
sojuzgados [...] a saber: los obreros, campesinos, soldados,
intelectuales, hombres de negocios y demás patriotas, como se indica
claramente en el Manifiesto del Ejército Popular de Liberación de China
[...] “intelectuales” se refiere a todos los intelectuales perseguidos y
sojuzgados; “hombres de negocio”, a toda la burguesía nacional
perseguida y restringida, esto es, la burguesía media y pequeña; y
“demás patriotas”, principalmente a los shenshi
sensatos. La revolución china en la etapa actual es una revolución en
la cual todos los arriba mencionados se unen para formar un frente único
contra el imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático, y
en la cual el pueblo trabajador constituye el cuerpo principal. Por
pueblo trabajador se quiere decir todos los trabajadores manuales (los
obreros, campesinos, artesanos, etc.) y los trabajadores intelectuales
que, por su condición, están próximos a los primeros y que no son
explotadores, sino víctimas de la explotación»189.
Debemos
considerar tres cuestiones que aparecen en estas palabras: primera, la
insistencia de Mao en dejar claro, como es muy frecuente en él, que
precisa que habla de «la etapa actual» de la lucha por la independencia,
lo que indica que en otra etapa revolucionaria diferente hay que
aplicar otros criterios diferentes. Es decir, que en otra etapa de la
revolución habrá que tomar otras tácticas. Segunda, que separa
nítidamente las amplias masas populares, con un carácter interclasista
en las que incluye a «hombres de negocios», del pueblo trabajador,
separación determinada por la frontera insalvable de la explotación
social. Y, tercera, que es el pueblo trabajador «el cuerpo principal» de
las grandes masas populares, ya que «por pueblo trabajador se quiere
decir todos los trabajadores manuales (los obreros, campesinos,
artesanos, etc.) y los trabajadores intelectuales que, por su condición,
están próximos a los primeros y que no son explotadores, sino víctimas
de la explotación».
10.- PRESENTE DEL PUEBLO TRABAJADOR
¿Qué
relación puede existir entre la China de 1949 y la Europa actual, por
no hablar de las diferencias que nos separan de las sociedades en las
que se desarrollaron los conflictos a los que se refieren la
Internacional Comunista, Kautsky, Trotsky, Rosa Luxemburg, etc.?
Recordemos que Mao cifraba en un 90% el peso de la agricultura y la
artesanía dispersas en el total de la economía china a comienzos de
1949: «el 90 por ciento, más o menos, de nuestra vida económica
permanece aún en el nivel de los tiempos antiguos»190.
Podríamos seguir analizando las diferencias entre nuestro presente y el
que vivieron estos y otros marxistas pero pensamos que la comparación
con aquella China es especialmente valiosa porque la definición de
pueblo trabajador dada por Mao es la más sintética de todas.
Para
comprender la vigencia del concepto de pueblo trabajador en el
capitalismo imperialista europeo debemos recurrir al método marxista
aquí expuesto. Por un lado, la interacción entre el estudio de lo
general y esencial, de lo genético-estructural y lo particular y lo
fenoménico, de lo histórico-genético; y por otro lado, y a la vez, el
empleo de los conceptos flexibles, abiertos e incluyentes, adaptables a
los cambios de lo real. Ejemplificamos mejor este método recurriendo a
la tesis de R. Zibechi:
«La
vigencia de las clases sociales es también móvil y no es única. Hay
sujetos que tienen un carácter de clase sin duda, pero el carácter de
clase no es suficiente para constituir un sujeto, es decir, no es la
única dimensión en torno a la cual se constituyen los sujetos de cambio.
Los sujetos se constituyen en torno a una multiplicidad de cuestiones.
Si tú ves a la multitud como un sujeto transitorio, pero sujeto al fin,
ésta tiene un componente tan heterogéneo y tan variado, pero no de
agregaciones individuales, sino de agregaciones comunitarias colectivas,
que impiden definir un sujeto en términos de clase. Por ejemplo, las
mujeres de los barrios pobres o de los mineros tienen un referente de
clase, pero también tienen un referente de género. O las mujeres indias,
tienen un referente étnico de pueblo indígena, pero también tienen un
referente sin duda de género y también si son jóvenes tienen un
referente generacional, entonces yo creo que las definiciones muy fijas,
muy duras, no ayudan a comprender lo que están sucediendo en torno al sujeto o a los actuales movimientos sociales»191.
R.
Zibechi está en lo cierto cuando sostiene que las definiciones muy
fijas y muy duras no ayudan a comprender la complejidad de la
explotación social, como tampoco ayudaron en fases anteriores, y en
especial en la China agraria. Tiene el mérito de plantear el debate en
el plano central de la «triple opresión» de la mujer, la de género, la
de nación y la de trabajadora, e incluso en la generacional al ser mujer
joven, con lo que introduce la cuestión del «poder adulto»192. Pero su argumento se debilita cuando dice que «Los
sujetos se constituyen en torno a una multiplicidad de cuestiones (…)
que impiden definir un sujeto en término de clase». Hemos visto arriba
que la formación histórica de la explotación patriarco-burguesa se basa
en al subsunción por el capitalismo de la explotación patriarcal, y que
ésta ha sido la base sobre la que se ha desarrollado luego la opresión
nacional y la explotación económica.
Lo
que unifica internamente esta dinámica es la explotación de la fuerza
de trabajo social por una minoría propietaria de las fuerzas
productivas, al margen ahora de qué régimen histórico-social de
propiedad privada, de qué modo de producción concreto, en suma. Todos y
cada uno de los casos que nos cita Zibechi nos remiten en última
instancia a esa explotación subyacente, genético-estructural, esencial
en la historia de los conflictos sociales desde que surgió la primera
propiedad privada, la de la mujer expropiada por el hombre. Lo mismo
debemos decir sobre la opresión étnica y/o nacional, etc.
Se
puede y se debe definir a los sujetos tan diferentes en sus formas
externas si sintetizamos esas diferencias y las resumimos
conceptualmente hasta llegar a la esencia de la explotación de la fuerza
de trabajo humana por una minoría. Este es el nivel
genético-estructural en el que se mueve la teoría marxista cuando habla
de la guerra civil permanente entre el capital y el trabajo. Pero cuando
pasamos de este nivel teórico elemental a las expresiones concretas,
sociohistóricas y localizadas espacialmente, en las que se plasma esa
fuerza de trabajo explotada, entonces debemos especificar con extrema
precisión las diferencias. En este sentido, debemos aprender de la muy
correcta crítica marxista a las tesis de la «triple diferencia»193,
de clase, de sexo y de raza, que niega la existencia de una cohesión
esencial e interna de todas las formas de opresión, dominación y
explotación, de manera que cada una de ellas actúa por su lado, con
ninguna interacción entre las tres o con una muy débil e incierta. Por
el contrario, pensamos que las tres, y sus múltiples formas diferentes
mediante las que operan en concreto, forman una unidad determinada por
la lógica de la explotación de la fuerza de trabajo humana, es decir,
por la lógica capitalista. Tenemos el caso más específico, por ejemplo,
de lo que se define como «población sobrante» y que en cierta forma
entra dentro del concepto de «exclusión», precariado, etc.
Pues
bien, la «población sobrante» es parte de la fuerza de trabajo social,
del «proletariado global explotable» del que hemos hablado arriba, y
tiende a crecer en la medida en que la descomponiéndose la clase
campesina mundial:
«El
fin del campesinado y la aparición de una masa de proletarios
distribuidos en diferentes capas: “semiproletarios” (¿qué son si no los
“semiasalariados”?), obreros pertenecientes a la desocupación estacional
(los “pobres flotantes”), a la infantería ligera (“trabajadores de
temporada”), etc. [...] Como señalamos más arriba, el caso del obrero
rural es sólo un ejemplo clásico de la negación del proletariado y su
capacidad de acción. Podríamos dar varios más: los “inmigrantes” en
Estados Unidos; los “piqueteros” argentinos; los “jóvenes” en Europa. A
todos se los engloba bajo “nuevos” conceptos, que excluyen,
naturalmente, el de clase obrera, tarea en la que los “intelectuales” de
europeos y norteamericanos (muchos de los cuales se autotitulan
“marxistas”) tienen un lugar fundamental, auxiliados diestramente por
los medios burgueses, que escapan al proletariado como a la peste por
razones que no es necesario explicar. Piénsese, por ejemplo, en la fama
de personajes como Naomi Klein o Toni Negri y se tendrá una idea de la
colusión entre la burguesía y los “nuevos” pensadores “globales”».
»En
realidad, detrás de los “inmigrantes” se esconde, lisa y llanamente, la
clase obrera. Las últimas y extraordinariamente multitudinarias
manifestaciones por la legalización de su permanencia en los Estados
Unidos y Europa muestran, más que la importancia de la categoría
“étnica”, el renacimiento de la fracción más explotada de la clase
obrera del “Primer Mundo”. Las rebeliones de los «mileuristas» europeos
no es otra cosa que la expresión de las condiciones de existencia de
generaciones enteras de desocupados, es decir, de obreros. Los
«piqueteros» argentinos, a los que se ha llegado a caracterizar como
“lúmpenes”, cumplen con las mismas características»194.
En
la oleada de lucha de clases que empieza de nuevo a tomar fuerza en
EE.UU. reaparece el «eterno problema» de la división étnica y nacional,
también cultural, dentro de la amplia clase trabajadora yanqui.
Independientemente de qué origen étnico o nacional mayoritario fueran
los participantes en las primeras movilizaciones, lo que sí es verdad es
que a estas alturas se ha generalizado la reflexión de que se trata de
la misma lucha en la que intervienen: « los valientes veteranos, las mujeres de Code Pink, los endeudados estudiantes, los jóvenes Afroamericanos»195.
Estas y otras diferencias no anulan el hecho contundente de que es la
explotación capitalista la que cohesiona y unifica interiormente a estos
y otros sujetos que de nuevo empiezan a rebelarse contra su clase
explotadora.
Pero
si obviamos esta deficiencia de Zibechi, tan bien criticada en lo
general por los tres textos citados, hay que decir que el autor roza el
concepto de pueblo trabajador, o se refiere a él sin nombrarlo de esa
manera, sobre todo cuando dialectiza el patriarcado, la opresión
nacional y la explotación de clase, que es una de las características
más llamativas del pueblo trabajador. Otra virtud de esta cita es que se
mueve en un contexto de superposición e interpenetración de las
fracciones de clase, de las fronteras de clase, lo que exige, como
venimos diciendo, del empleo de conceptos abiertos y flexibles, capaces
de reflejar una situación en un contexto concreto y otro diferente pero
relacionada en otro contexto concreto.
La
«teoría completa», las definiciones cerradas e inamovibles, resecamente
estructuralistas y/o unívocamente analíticas, no sirven de nada en este
universo minado por contradicciones en permanente interrelación. Las
primeras, las estructuralistas resecas porque desprecian la evolución
histórica, el papel de los «factores subjetivos», etc. Las segundas, las
analíticas unívocas porque desprecian el imprescindible momento de la
síntesis, de lo sincrético que facilite el salto cualitativo a una nueva
fase superior del conocimiento. Ambas interpretaciones son mecanicistas
y antidialécticas.
Por
no extendernos, lo expuesto por R. Zibechi nos exige analizar otra
característica del capitalismo cada vez más extendida e imparable, la
del empobrecimiento, la precarización, las incertidumbres cotidianas del
pueblo trabajador. O dicho en los términos empleados por Mészáros, la
obligación de tener que más para vivir menos, se caracteriza por la
imposición forzada de la «inestabilidad flexible»196,
es decir, de que el capitalismo ha instaurado un régimen de explotación
global que genera una permanente inestabilidad social que, además,
puede ser flexiblemente utilizada por la clase dominante en su provecho,
lo que aumenta su poder destructivo y manipulador. No hace falta mucha
imaginación para darse cuenta de que la marcha actual del capitalismo
vasco también se orienta ciegamente hacia el aumento197
de las crecientes franjas sociales que entran dentro de lo que se
define como exclusión social, empobrecidas todavía más tras el
devastador ataque a las condiciones de vida y trabajo realizado por la
burguesía estatal.
El
problema de la denominada «exclusión social» en realidad conecta
profundamente con el tema que tratamos, sobre todo con el de las
«fronteras móviles» que facilitan los flujos bidireccionales entre la
clase obrera, el pueblo trabajador y sectores especialmente débiles de
la pequeña burguesía. La toma de conciencia del pueblo trabajador de su
potencial atractor de múltiples franjas sociales excluidas o en peligro
de caer en semejante totalidad destructora, puede y debe realizarse
sobre la teoría que demuestra que la exclusión no es una mera «desgracia
transitoria» que puede afectar a una parte de la sociedad en los
períodos de crisis, sino que es una totalidad concreta objetiva inserta
en la lógica del capital, es decir, una totalidad concreta pero
supeditada a la totalidad superior y determinante198 formada por las leyes de acumulación del capital.
La
segunda buena explicación refuerza aún más la corrección de la tesis
que sostiene que los cada vez más millones de personas empobrecidas,
expulsadas del mercado de trabajo y sometidas a brutales condiciones de
vida y de explotación, se insertan objetivamente en el pueblo trabajador
en su conjunto:
«Esos
hombres y mujeres no forman parte de la clase obrera en el sentido
clásico del término, pero tampoco se sitúan completamente fuera del
proceso productivo. Tienden más bien a entrar y salir ocasionalmente de
él, a la deriva de las circunstancias, realizando por lo general
servicios informales mal pagados, poco cualificados y muy escasamente
protegidos, sin contratos, derechos, regulaciones ni poder negociador.
Están ocupados en actividades como la venta ambulante, los pequeños
timos y estafas, los talleres textiles, la venta de comidas y bebidas,
la prostitución, el trabajo infantil, la conducción de rickshaws o
bicitaxis, el servicio doméstico y la actividad emprendedora autónoma
de poca monta. El propio Marx distingue entre diferentes capas de
empleados, y lo que dice acerca del parado “flotante” o trabajador
ocasional de su propia época -que para él contaba como un miembro más de
la clase obrera- se parece mucho a la situación que viven hoy muchos de
los habitantes de los barrios marginales»199.
Anteriormente,
al concluir el apartado dedicado a la categoría dialéctica de la
esencia y del fenómeno en la definición de las clases sociales, veíamos
que las más modernas formas de lucha trabajadora contra la actual
explotación asalariada nos remitían a las forma de lucha más
horizontales practicadas por el proletariado del primer capitalismo
industrial. Lo mismo, en esencia, debemos decir con respecto al problema
del empobrecimiento y de la exclusión. Basta leer a Engels en su
escalofriante descripción de la pobreza obrera y popular de la primera
mitad del siglo XIX para cerciorarse de ello: «Sabe, el pobre, que si
bien puede vivir el día de hoy, es sumamente incierto que también pueda
hacerlo el día de mañana»200.
Lo que ahora se define como «precarización», «exclusión», «hambre»201,
etc., está ya analizado en lo básico en este libro. Ahora bien, debemos
enriquecer el estudio de lo elemental en el capitalismo, que sube y
baja como la marea, con el estudio de las formas concretas en las que la
esencia se materializa en cada circunstancia y contexto, tal como lo ha
realizado brillantemente la doctora Concepción Cruz en su investigación
genético-estructural202
sobre este mismo problema. Esta investigadora muestra cómo el momento
genético-estructural de la investigación debe ir siempre acompañado del
momento histórico-genético.
En
lo relacionado con la exclusión, J. Osorio realiza el mismo doble
movimiento aunque sin utilizar esos términos. Profundizando en la
crítica de la lógica del capital, y de su doble pero unitario proceso de
«exclusión por inclusión» el autor presenta cinco grandes categorías en
la forma de exclusión desarrollada por el capitalismo actual: a) La
población obrera excedente, que el autor define así: «la población
obrera excedente generada […] presenta diversas formas de existencia,
con agrupamientos que alcanzan mayores o menores niveles de
incorporación a la producción, distinguiéndose la población flotante, la
latente y la intermitente. A ellas se agregan las franjas sociales que
se ubican en el pauperismo, que agrupa a trabajadores en condiciones de
laborar pero que ya no encuentran lugar en la producción: los impedidos
de laborar por haber sufrido accidentes en el trabajo y los que sufren
enfermedades crónicas resultado de las condiciones en que se realiza la
producción, y aquellos obreros «que sobreviven a la edad normal de su
clase». También los huérfanos e hijos de pobres»203.
Además,
de esta población obrera excedente, existen otras cuatro grandes
categorías: b) masa marginal y funcionalidad; c) el subconsumo de la
población obrera activa e inactiva; d) la comunidad ilusoria o la
exclusión de la comunidad; y e) el inmigrante y su doble exclusión. La
conclusión a la que llega el autor no puede ser más valiosa para nuestro
tema: «La exclusión en cualquiera de las manifestaciones que aquí hemos
considerado no es sino la cara de una existencia incluida en la lógica
del capital»204.
La dialéctica entre exclusión e inclusión dentro del capital como
sistema explotador nos lleva en directo al problema de la ciudadanía,
que aquí no hemos tocado en absoluto ya que la moda ciudadanista es una
alternativa del reformismo205 a la contraofensiva burguesa que prefiere «ciudadanos indignados antes que trabajadores furiosos y organizados»206.
Como
hemos visto hasta aquí y a lo largo de todo el texto, el aumento de la
explotación capitalista se une con la ofensiva por multidividir a las
clases trabajadoras, por romper la unidad de clase y su
conciencia-para-sí, lo que ya aumenta la extrema división que estamos
viendo. Frente a la realidad única de la guerra civil entre el capital y
el trabajo, la multidivisión de la fuerza de trabajo social, la
palabrería sobre las clases medias, etc., refuerza la sensación falsa de
la supuesta «desaparición» de las clases sociales, cuando en realidad
la gran burguesía es más visible que nunca. Un dato sobre el altísimo
nivel de parcialización y precarización lo tenemos en que el 34,5% de la
clase asalariada en el Estado español es explotada en la economía
sumergida207. Además: «no
se trata solamente de la flexibilidad laboral, sino de un modelo
económico que se expresa en el mercado del trabajo, flexibilizando,
subcontratando, desregulando y precarizando»208.
La realidad es, por tanto, mucho
más compleja y enrevesada que lo que aparece en los manuales de
sociología. Solamente el método dialéctico puede guiarnos por entre
semejante laberinto.
11. RESUMEN
Según
el método dialéctico de los conceptos «flexibles», «fluctuantes»,
«abiertos», «móviles», «borrosos», etc., arriba expuestos, podemos
establecer un mínimo de tres niveles conceptuales desde más
generalización abarcadora a más concreción teórica y social:
-
Las «más amplias masas explotadas» están compuestas por el pueblo más
franjas sociales autoexplotadas, castas intelectuales y de profesiones
liberales, pequeña burguesía y hasta mediana burguesía sometida a la
opresión nacional, por lo que sufre una dominación cultural y política,
pero no económica. Esta mediana burguesía aplaude las medidas
antipopulares de la contrarreforma laboral del PP, por lo que pospone
sus débiles sentimientos nacionales-burgueses a sus verdaderos intereses
de clase propietaria de algunas fuerzas productivas.
-
El «pueblo trabajador» formado por las masas explotadas económica,
política e ideológicamente. Decenas de miles de personas, desde las
mujeres y madres trabajadoras, hasta la tercera edad abandonada a su
suerte, pasando por todas las franjas sociales de excluidos,
precarizados, parados de larga duración, juventud sin futuro, etc., se
caracteriza por tener una cierta conciencia-para-sí con identidad
soberanista o independentista, además de socialista. Este componente
identitario y referencial es eminentemente político y de clase, aunque
con poca o muy poca conciencia antipatriarcal.
-
Y la clase obrera en cuanto tal y que constituye la columna vertebral
de los dos anteriores, porque la explotación asalariada estructura la
sociedad entera de forma objetiva y necesaria, al margen de las
interpretaciones subjetivistas e idealistas. De
igual modo que el en «pueblo trabajador», la conciencia-para-sí es
vital para poderse definir como clase obrera en el sentido de la
palabra. En una nación oprimida, la conciencia-para-sí a la fuerza ha de
ser independentista y socialista, tras superar el soberanismo. El papel
central del independentismo socialista para poder hablar de clase
obrera en cuanto tal viene del hecho de que el Estado ocupante es
decisivo para el mantenimiento de la explotación nacional de clase y
patriarcal, por lo que sólo la independencia garantiza por un Estado
vasco puede asegurar las condiciones para un avance al socialismo.
Los
tres han de servirnos como guías de la política de alianzas que debemos
realizar en nuestra lucha comunista contra el capitalismo imperialista,
en el que malvivimos. Muy
básicamente expuesto, exceptuando a la pequeña y mediana burguesía
nacionalmente oprimida en lo cultural y en lo político, pero no en lo
económico porque ella misma es explotadora, los tres bloques constituyen
lo que Marx definió como «nación trabajadora»209 la que al ponerse en movimiento atemoriza a la burguesía210.
Las
«más amplias masas explotadas» van en aumento en todo el mundo, y
también en los Estados imperialistas más enriquecidos, en los que además
del empobrecimiento popular creciente como efecto, entre otras causas,
del deterioro de las condiciones de vida de las clases medias y de la
pequeña burguesía, sobre todo de la disminución de los salarios directos
e indirectos, de las ayudas y prestaciones sociales, de las inversiones
públicas y, en síntesis, de los ataques estatales. La crisis financiera
está golpeando con especial ensañamiento a los sectores sociales que en
los años de falsa abundancia se endeudaron más allá de su poder de
compra. Mientras que la gran burguesía acrecienta su capital y su poder,
estas «amplias masas explotadas» en las naciones oprimidas ver cómo
todos sus derechos sufren más y más agresiones. En este contexto la
mediana burguesía autóctona tiende a refugiarse bajo el paraguas de su
hermana la burguesía autonomista que está protegida por el Estado
ocupante.
El «pueblo trabajador» va
constituyéndose como puente de conexión entre la clase obrera y esas
masas explotadas, dado que su forma de vida cotidiana, las relaciones
vivenciales en los barrios no burgueses de las ciudades y pueblos le
pone en contacto con esas masas. Además, como en casi todas las familias
populares hay gente obrera, siendo por eso también familias obreras con
miembros en paro, precarizados al extremo, etc., por esto mismo el
«pueblo trabajador» tiene unas relaciones directas con la clase obrera,
siendo muy frecuentemente una continuidad de ella. A la vez, es mucha la
gente popular que milita o hace tarea voluntaria en los movimientos
populares, en la vida sociopolítica y cultural en barrios y pueblos,
relacionados o no con ayuntamientos y otras instituciones básicas del
poder.
La
clase obrera con conciencia-para-sí es el eje que cohesiona a estos dos
grandes bloques, pero más al popular que a las masas porque éstas están
más distantes sobre todo en el nivel de conciencia. La centralidad
obrera viene de dos fuerzas: su lugar clave en la producción y por ello
mismo, su capacidad de paralizarla poniendo en creciente peligro a la
burguesía y a su Estado. Pero
ambas dos fuerzas deben estar acompañadas por una legitimidad política,
teórica y ética sin la cual ese poder potencial, constituyente cuando se
activa, apenas tendría capacidad de enganche y arranque entre el
«pueblo trabajador» y entre las «más amplias masas explotadas».
Ahora bien, para
realizar su hegemonía estrechando los lazos con el «pueblo trabajador» y
con las «más amplias masas explotadas», la clase obrera ha de dotarse
de una organización revolucionaria que sea a su vez el eje sobre el que
pivote la lucha política por y para la toma del poder, de la
independencia y del socialismo, para la victoria revolucionaria en suma.
Toda la experiencia acumulada desde comienzos del siglo XIX, y desde
antes a otra escala, demuestra la necesidad de una organización
revolucionaria que no tenga que asumir las obligaciones de acuerdos
tácticos con la mediana burguesía, y de acuerdos estratégicos con el
resto de las masas explotadas. Estos acuerdos tácticos así como la
acción institucional, electoral y parlamentaria los ha de realizar un
partido de masas, no una organización revolucionaria, de vanguardia.
Del
mismo modo, para agilizar los lazos entre las luchas obrera, popular y
de masas, y garantizar la no burocratización ni asimilación por el
capital del partido de masas, para eso los movimientos populares y el
sindicalismo sociopolítico han de mantener una independencia operativa
con respecto al partido de masas, electoralista e institucionalista y
por ello muy expuesto a la integración y a la burocratización interna. La
experiencia histórica es aplastante en estas decisivas cuestiones, y si
bien es verdad que la conciencia nacional de clase es una cierta
garantía contra esas tendencias objetivas, tampoco es menos cierto que
la burguesía autóctona tiene recursos bastante efectivos de integración
de “su movimiento obrero y popular”, independentista, en las redes del
sistema autonómico concedido por el Estado ocupante, o sea en el
capitalismo.
La
organización revolucionaria tiene como objetivo prioritario y decisivo
la conquista del poder político, del Estado, realizada por ese bloque
histórico formado nucleado por la clase obrera como eje del pueblo
trabajador y de las más amplias masas explotadas. ¿Para qué un poder
estatal obrero y popular? Veamos cuatro respuestas extraídas de la
práctica de la humanidad explotada.
Una
primera nos la ofrece G. Boffa cuando cita una carta de un soldado ruso a
su familia campesina escrita a final de verano de 1917: «Querido
compadre, seguramente también allí han oído hablar de bolcheviques, de
mencheviques, de social-revolucionarios. Bueno, compadre, le explicaré
que son los bolcheviques. Los bolcheviques, compadre, somos nosotros, el
proletariado más explotado, simplemente nosotros, los obreros y los
campesinos más pobres. Éste es su programa: todo el poder hay que
dárselo a los diputados obreros, campesinos y soldados; mandar a todos
los burgueses al servicio militar; todas las fábricas y las tierras al
pueblo. Así es que nosotros, nuestro pelotón, estamos por este programa»211.
Una
segunda nos la ofrece Lenin: «La única revolución consecuentemente
democrática respeto a cuestiones como la del matrimonio, el divorcio y
la situación de los hijos naturales es, precisamente, la revolución
bolchevique. Y esta es una cuestión que atañe del modo más directo a lo
intereses de más de la mitad de la población de cualquier país. Sólo la
revolución bolchevique por primera vez, a pesar de la infinidad de
revoluciones burguesas que la precedieron y que se llamaban
democráticas, ha llevado a cabo una lucha decidida en dicho sentido,
tanto contra la reacción y el feudalismo como contra la hipocresía
habitual de las clases pudientes y gobernantes»212.
Una tercera la encontramos en E.Toussaint, cuando
nos recuerda las siguientes palabras de Arthur Scargill, uno de los
principales dirigentes de la huelga de mineros británicos de 1984:
«Necesitamos un gobierno tan fiel a los intereses de los trabajadores
como el gobierno de M. Thatcher lo es respecto a los intereses de la
clase capitalista»213.
Y por no aburrir, la cuarta nos la ofrecen S. Levalle y L. Levin cuando
este dirigente campesino hondureño afirma con lenguaje popular y
directo, sin tapujos, que «Tenemos que tomar el poder para que nos dejen
de joder»214,
en alusión a las brutalidades represivas sociopolíticas practicadas
después del golpe de Estado de 2009 realizado con la colaboración de los
EEUU.
El poder revolucionario está para acelerar el tránsito al comunismo mediante la fase socialista.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA
1 Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, OME 6, 1978, p. 280
2 Para una exposición más detallada, véase I. Gil de San Vicente: La ética marxista como crítica radical de la ética burguesa, 29-09-2002, a libre disposición en Internet.
3 F. Victoriano, «Exclusiones en el contexto de una reflexión crítica. A modo de presentación», Exclusiones. Anthropos, 2011, p. 10.
4 K. Marx, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, Crítica, OME 5, 1978, p. 59.
5
Una de las deficiencias de muchas versiones de la «biopolítica» es no
determinar el contenido ideológico de lo que denominan «saber», unida a
otra deficiencia consistente en minusvalorar o negar el papel crucial
del Estado en la elaboración e imposición del «saber», de las normas, de
las disciplinas, en la formación de «los públicos», de la geografía
social, etc. Ahora bien, tener en cuenta el Estado obliga a tener en
cuenta la propiedad privada y la historia explotadora. Es por esto que
tiene razón. En cuanto al «biopoder», «biopolítica», etc., nos remitimos
a J. Nazar: «la “producción bíopolítica” ha
existido siempre. El capital mismo es un conjunto de relaciones
sociales de producción e intercambios. Estas relaciones siempre han
constituido una red que ha experimentado,
experimenta y experimentará modificaciones de estructura, pero será
siempre un sistema reticular. Esta red ha adquirido hoy una apariencia
“inmaterial” gracias a la telemática, porque inmediatiza los flujos de
la información en la trama reticular del sistema, pero rinde todavía más
eficaz el dominio del capital sobre el trabajo, sobre todo, el
asalariado, que es bien concreto». Jaime Nazar Riquelme: Acerca del libro Multitud, de Hardt y Negri (I) y (II), 13 y 14 de julio de 2005 (www.rebelion.org).
6 T. Borinvinsky y E. Taub: «Biopolítica y nazismo: Una lectura del genocidio moderno», Rastros y rostros de la biopolítca, Anthropos, 2009, pp. 147-165.
8 M. Roytman Rosenmann ¿Existen las clases sociales?, 24 de agosto de 2010 ( www.jornada.unam.mex).
9 T. Shanin: «El marxismo y las tradiciones revolucionarias vernáculas», El Marx tardío y la vía rusa, Edit. Revolución, 1990, p. 306.
10 Carolina Martínez Pulido: El papel de la mujer en la evolución humana, Biblioteca Nueva, Madrid 2003, p. 29.
11 Lourdes Méndez: Antropología feminista, Edit. Sintesis, 2008, pp. 233-235.
12 Dixie Edith: Estadísticas en femenino, 17 de septiembre de 2012 (www.rebelion.org).
13 Artemisa: Ciencia, en femenino, 3 de octubre de 2011 (www.boltxe.info).
15 5 de noviembre de 2008 (www.peridodicodigital.com.mx).
16 23 de febrero de 2010 (www.elpais.com).
17 K. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista, Crítica, OME 9, 1978, p. 154.
18 6 de marzo de 2012 (www.cincodias.com).
20 M. Queiroz: Crisis lanza mujeres a la prostitución, 19 de octubre de 2011 (www.rebelion.org).
21 22 de junio de 2011 (www.gara.net).
25 C. Salinas Maldonado: La ruta de las que serán violadas, 10 de febrero de 2012 (www.boltxe.info).
26
La violación de los hombres vencidos por los vencedores ha sido y es
una práctica frecuente, destinada no sólo a infligir dolor físico
durante la tortura, sino además y sobre todo a destruir la autoestima
varonil individual y la autoestima del pueblo vencido y ocupado mediante
su feminización pasiva simbolizada en la violación de sus hombres. En
Euskal Herria se han presentado denuncias por la violación de detenidas y
detenidos durante las torturas, y muy recientemente, el torturador
israelí Doron Zahavi quiere ser condecorado si se le permite sodomizar a
los árabes, véase E. Silverstein en (www.rebelion.org) 13 de febrero de 2012.
27 Carmen Alemany: «Violencias», Diccionario Crítico del Feminismo, Edit. Síntesis, 2003, pp. 291-293.
28 6 de julio de 2011 (www.publico.es).
29 Regina Martínez: Nuevo sexismo, viejo capitalismo, 7 de febrero de 2012 (www.boltxe.info).
30 Christiane Marty: Impacto de la crisis y la austeridad sobre las mujeres, 5 de diciembre de 2011 (www.rebelion.org).
31 S. Raventós: Crisis económica y salud mental, 28 de febrero de 2010 (www.sinpermiso).
32 Arlie Russell Hochschild: La mercantilización de la vida intima, Katz Edit., 2008, p. 281.
33 11 de enero de 2012 (www.abc.es).
34 Jesús Villena: Organización del trabajo y cognición en la sala de control, Sociología del Trabajo, Siglo XXI, 1997, nº 29, p. 42.
36 7 de marzo de 2012 (www.elnuevodespertar.wordpress.com).
37 Claudia Mazzei Nogueira: La división sexual del trabajo y de la reproducción: una reflexión teórica, 10 de febrero de 2012 (www.boltxe.info).
38 7 de marzo de 2012 (www.elpais.com).
39 Catharine A. MacKinnon: «Hacia una teoría feminista del Estado», Feminismos, nº 27, 1995, p. 288.
40 Evelyn Reed: «La mujer: ¿casta, clase o sexo oprimido?», Marxismo Vivo, año II, nº 2, octubre de 2011, pp. 213-226.
41 Silvia Federici: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Traficantes de sueños, 2010, pp. 78-85.
42 Herodoto en el Libro Segundo, Euterpe, de Los nueve libros de la historia,
Euroliber, 1990, pp 87-143, nos ofrece una valiosa información sobre
los primeros debates acerca de la «cuestión nacional», en el proceso de
asentamiento del pueblo egipcio. Y Ana María Vázquez, en «Antiguo
Egipto», Historia de la Humanidad, Arlanza Edic., 2000, tomo 4,
p. 19., explica que las más antiguas representaciones de extranjeros en
Egipto corresponden a prisioneros de guerra, reforzando la delimitación
fronteriza del Estado egipcio con respecto a todo lo exterior, tenido
como un caótico peligro.
43
J. Ibarra Cuesta ha estudiado la autogénesis de la nación cubana a
partir de las revoluciones de la segunda mitad del siglo XIX y su
concreción a partir de los debates sobre las banderas en 1940, mostrando
la importancia clave de la lucha independentista, del poder y del
Estado para la construcción nacional. También es muy reveladora su
crítica a la incapacidad del comunismo de obediencia rusa en aquella
época para comprender la importancia emancipadora del sentimiento
nacional: Patria, etnia y nación, Ciencias Sociales, La Habana 2009, p. 266.
44 D. Rodríguez Duch: «Los conflictos territoriales de los pueblos indígenas en la Patagonia», en Memoria, nº 167, enero de 2003.
45 P. Mamani Rodríguez: Tierra-territorio y el poder indígena-popular en Bolivia, noviembre de 2009 (www.rcci.net/globalizacion).
46 L. Martínez: La dimensión social del territorio, 14 de septiembre de 2009 (www.rebelion.org).
47 Th.Jordan: «La psicología de la territorialidad en los conflictos», Psicología Política, Valencia, nº 13, 1996, pp. 53-54.
48 Carolina Martínez Pulido: El papel de la mujer en la evolución humana, Biblioteca Nueva, Madrid 2003, pp. 231-248.
49 Sacramento Martí y Ángel Pestaña: Sexo: naturaleza y poder, Nuestra Cultura, 1983, pp. 30-31.
50 Bárbara Ehrenreich: Ritos de Sangre. Orígenes e Historia de las Pasiones de la Guerra, Espasa Calpe, 2000, p. 130.
51 U. Melotti: El hombre entre la naturaleza y la historia, Península, 1981, pp. 309-310. También, I. Eibl-Eibesfeldt: La sociedad de la desconfianza, Herder, 1996, p. 97-98.
52 I. Gil de San Vicente, El socialismo debe integrar la praxis comunera, 29 de enero de 2012, a libre disposición en la Red.
53 P. Rodríguez: Dios nació mujer, Edic. Sinequanon, 1999, p. 293.
54 F. Gracia Alonso, La guerra en la Protohistoria, Ariel, 2003. p. 39.
55 R. Osborne: Civilización, Crítica, 2006. p. 283.
56
P. Vilar indica que en el siglo XIII un poema alemán deja constancia de
la aparición de la «clase usurera», como «cuarta clase» en cuanto
incipiente burguesía. Iniciación al vocabulario del análisis marxista, Crítica, 1980, p.115.
57 Marx y Engels: «Carta a R. Meyer 19-07-1893», Cartas sobre El Capital, Laia 1974, p. 306.
58 A. C. Dinerstein: «Recobrando la materialidad: el desempleo y la subjetividad invisible del trabajo» El trabajo en debate.. Edit. Herramienta. 2009. pp 243-268.
59 Leopoldo Mármora: El concepto socialista de nación. PYP. N.º 96. Argentina. 1986. pp. 98-116.
60 R. Haesbaert: El mito de la desterritorialización, Siglo XXI, 2011, p. 304
61
La extrema derecha neoliberal, representada por el Banco Mundial, exige
en estos momentos a China Popular «menos Estado y más mercado», para
acelerar el triunfo definitivo del capitalismo en aquel país, 28 de
febrero de 2012 (www.ipe.org.pe).
62 Ig. Brunet y A. Belzunegui: Estrategias de empleo y multinacionales, Icaria, 1999, pp.155-156.
63 J. E. Stiglitz: Socialismo estadounidense para los ricos, 8 de junio de 2009 (www.projet-syndicate.org).
64 A. Sotelo Valencia: El papel del Estado en la crisis contemporánea del capitalismo, 12 de marzo de 2012 (www.rebelion.org).
65 T. Eagleton: Por qué Marx tenía razón, Península, 2011, pp.188-200.
66 K. Marx y F. Engels: «Carta a Starkenburg de 1 de enero de 1894», Cartas sobre El Capital, ops. cit.,
pp. 307-310. Esta carta contiene una de las mejores explicaciones
resumidas del materialismo histórico y de la teoría del Estado, en la
que Engels muestra la dialéctica entre todos los componentes de la
realidad social, reafirmando la importancia de los factores subjetivos,
de la tradición y hasta de la psicología colectiva, de la geografía,
etc., en la evolución social, y reafirmando sin ambages y con letras
mayúsculas que «No es cierto que la base económica SEA LA CAUSA, QUE SEA
LA ÚNICA ACTIVA y que todo lo demás no sea más que acción pasiva. Por
el contrario, hay una acción recíproca sobre la base de la necesidad
económica que siempre domina EN ÚLTIMA INSTANCIA. El Estado, por
ejemplo, actúa mediante el proteccionismo, el libre cambio, mediante una
buena o mala fiscalidad».
67 I. M. Beobide Ezpeleta y L. I. Gordillo Pérez: La naturaleza del Estado, Tecnos, 2012. p. 11
68 P. Paolo Portinaro: Estado, Claves, Buenos Aires, 2003, p. 87.
69 Beatriz Navarro: La UE financia las actividades de partidos de extrema derecha, 11 de marzo de 2012 (www.rebelion.org).
70 Daniele Ganser, Los ejércitos secretos de la OTAN, El Viejo Topo, 2010. p. 339
71 www.elpais.com 07-03-2012,
72 I. Brunet y A. Morell: Clases, educación y trabajo.
Trotta. 1998, p.: 47-158. En este texto encontramos además una válida
exposición de las diferentes teorías sobre las clases sociales.
73 Ana Rivadeo, Palabra y violencia: sobre una epistemología del terror, www.insurgente.org 17-01-2012
74 A. Borón: Los “desaparecidos” del imperio, 12 de enero de 2012 (www.rebelion.org).
75 Prensa Latina: Critican la hola de violencia y muertes en Honduras, 12 de marzo de 2012 (www.rebelion.org).
76 F. J. Tirado Serrano: «Cinepolítica y cinevalor. La “Gran Transformación” en la biopolítica», Rostros y rastros de la biopolítica, Anthtopos, 2009, pp. 93-114.
77 D. Sibony: «De la indiferencia en materia de política», Locura y sociedad segregativa, Anagrama, 1976, p. 108.
78 K. Marx: «El fetichismo de la mercancía, y su secreto», El Capital, FCE, 1973, libro I, pp. 36-47.
79 I. I. Rubin, Ensayos sobre la teoría marxista del valor, PyP, N.º 53, 1974. Pp.53-54
80 David Harvey: Los límites del capitalismo y la teoría marxista, FCE, 1990, p. 451.
81 Göran Therborn: ¿Cómo domina la clase dominante?, Siglo XXI, 1979, p. 161.
83 Göran Therborn: La ideología del poder y el poder de la ideología, Siglo XXI, 1987, p. 70.
84 Ralph Miliband: El Estado en la sociedad capitalista, Siglo XXI, 1980, pp. 211-254.
85 Ralph Miliband: Marxismo y política, Siglo XXI, 1978, p. 118.
86 Abram de Swaam: A cargo del Estado, Edic. Pomares- Corredor, Barcelona 1992.
87 Alessandro De Giorgi: Tolerancia Cero, Virus, Barcelona 2005.
88 Suzanne de Brunhoff: Estado y capital, Edit. Villalar, 1978, p. 159.
89 M. Coque Durán: Los desclasados, 28 de agosto de 2010 (www.rebelion.org).
90 7 de septiembre de 2011 (www.cincodias.com).
91 M. Sacristán: «El trabajo científico en Marx y su noción de ciencia», Sobre Marx y marxismo, Icaria, 1983, tomo I, pp. 317-367.
92 Marx: «Carta a Kugelmann» del 27 de junio de 1870, Marx/Engel Cartas sobre El Capital, Laia, 1974, p. 203.
93J. Muñoz: «Filosofía de la praxis y teoría general del método», Lecturas de filosofía contemporánea, Cuadernos Materiales, 1978, pp. 194-195.
94 J. Osorio: «Crítica de la ciencia vulgar: Sobre epistemología y método en Marx», Herramienta, N. º 26, julio de 2004, p. 100.
95
Marx lo define como «trabajador colectivo» en el modo de producción
capitalista, o como «la gran masa productiva de la población»
refiriéndose a los esclavos y esclavas en la Roma imperial, tal como
sostiene en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.
96 J. Zelený: La estructura lógica de El Capital de Marx, Grijalbo, 1974, pp. 21-185.
97 P. Vilar: Iniciación al vocabulario del análisis marxista, Crítica, 1989, pp. 128-129.
98 Marx: Carta a Joseph Weydemeyer 5-03-1852, Obras Escogidas. Progreso 1978. Vol. I. p. 542
99 K. Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, Venceremos, 1965, vol. II, p. 264.
100 Nekane Jurado en La situación de la mujer ante la conciencia de clase,
IPES, 2012, p. 4, habla del marxismo como «teoría tan completa», lo que
es incorrecto porque, como intentamos explicar, la misma naturaleza
dialéctica del marxismo se lo impide, más aún, se lo exige. De hecho, si
alguna vez el marxismo pudiera llegar a ser «completo» eso sería en el
momento mismo de su extinción histórica como teoría válida siempre en
avances por la simple razón de que la humanidad habrá llegado ya al
comunismo. Entonces, el marxismo se habrá «completado» y se extinguirá
dando paso a otra forma de pensamiento, de ciencia, de arte, de cultura,
de relaciones humanas, etc., inimaginables desde nuestra alienada mente
actual.
101 E. P. Thompson: La formación histórica de la clase obrera, LAIA, Barcelona 1977, tomo I, p. 9.
102 D. Lacalle: La estructura de clases en el capitalismo, FIM, 199, p. 125.
103 Trotsky: Bolchevismo y estalinismo, El Yunque Editora, 1973, p. 61.
104 W. Bonefeld: «Clase y constitución», Lucha de clases, Antagonismo social y marxismo crítico, Herramienta, Argentina, 2004, p. 61.
105 E. V. Ilyenkov: Dialéctica de lo abstracto y de lo concreto en El Capital de Marx, ER Editor, 2007, p. 369.
106 K. Marx, El Capital, FCE, 1973, p. XXIV.
107 R. Gallissot: «Contra el fetichismo», El concepto de «formación económico-social», PyP, nº 39, 1976, p. 176.
108 R. Gallissot: «Contra el fetichismo», ops. cit., p. 177.
109 Alexandra Guétmanova: Lógica, Edit. Progreso, 1989. p. 61.
110 M. Hernando Calviño: «Aclarando la lógica borrosa», Revista Cubana de Física, Vol. 20, nº 2, 2003.
111 M. M. Rosental: Principios de Lógica Dialéctica, Edic. Pueblos Unidos, Montevideo, 1965, p. 335.
112 C. Katz, Clases, estados e ideologías imperiales, 28 de agosto de 2011 (www.lahaine.org).
113 Lenin: Una gran iniciativa, Obras Completas, Progreso, 1986, tomo 39, pp. 21-22.
114 Para una crítica del uso de «multitud» por Negri, que no por Marx y Lenin, léase I. Gil de San Vicente: ¿Marxismo del siglo XXI?, Universidad Central de Ecuador, 2007, p. 175 y ss.
115 R. Gandy: Introducción a la sociología histórica marxista, ERA, 1978, p. 177.
116 D. Bensaid, Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren, 13 de noviembre de 2004 (
vientosur@vientosur.info).
117 P. Vilar: Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Crítica, 1980, p. 129.
118 Lenin: Una gran iniciativa, OPS. cit., tomo 39, p. 16.
119 Gramsci, «Democracia Obrera», Antología,
Siglo XXI, 1980, pp. 58-62. Basta este texto para descubrir la profunda
identidad en lo esencial entre Lenin y Gramsci, y el sofisticado nivel
teórico del italiano para analizar la complejidad de la clase obrera, la
riqueza de sus fracciones y sectores, las relaciones con otras capas
explotadas, con el campesinado, etc., y la interrelación que debe
establecerse entre los comités de empresa y los comités de barrio, para
avanzar en lo que más tarde denominaría «bloque histórico» que debía
estar dirigido por la clase trabajadora. Véase también, Consejos de fábrica y Estado de la clase obrera, Col. R, 1973.
120 Lenin: Una gran iniciativa, OPS. cit., tomo 39, p. 18.
121 R. Bartra: Breve diccionario de sociología marxista, Grijalbo, 1973, pp. 44-45.
122 Mario Tronti: Obreros y capital, Akal, Madrid 2001, pp. 10-11.
123 AA.VV: La estructura de la clase obrera en los países capitalistas, Paz y Socialismo, Praga 1963, p. 5.
124 AA.VV: La estructura de la clase obrera en los países capitalistas, ops. cit., p. 278.
125 M. Bouvier Ajam y Gilbert Mury: Las clases sociales y el marxismo, Platina, Buenos Aires 1965, p. 51.
126 P. Gueda: «A propósitos de las llamadas “capas medias”», Crítica de la economía política, Fontamara, 1977, p. 178.
127 E. Balibar: Sobre la dictadura del proletariado, Siglo XXI, 1977, pp. 65-66.
128 J.F. Tezanos: Las infraclases en la estructura social, Sistema, 1996, nº 131, p. 13.
129 M. Husson: «Trabajar más para ganar menos», Le Monde Diplomatique, nº 138, abril 2007.
130 Alèssi Dell’Umbria: ¿Chusma? A propósito de la quiebra del vínculo social, el final de la integración y la revuelta del otoño de 2005 en Francia, Pepitas de calabaza, 2006, p. 135.
131 R. Castel: La metamorfosis de la cuestión social, Paidós, 1997, p. 466.
132R. Antunes: «La metamorfosis y la centralidad del trabajo, hoy», El Futuro del Trabajo, Edit. Complutense, 1999, p. 43.
133 P. Cammack: «Ataque a los pobres», New Left Review, 2002, nº 13, p. 104.
134 Manuel Freytas: Hambre: El dilema del capitalismo con la «población sobrante»: mercancía sin rentabilidad, 26 de septiembre de 2009, (www.aporrea.org).
135 R. Bracho: La nueva clase social, los excluidos, 7 de enero de 2012 (www.kaosenlared.net).
136 M. Colussi: «Pobretariado» ¿nuevo sujeto revolucionario?, 27 de septiembre de 2009 (www.rebelion.org).
137 A. Piqueras: Nuevo proletariado. ¿Nuevas luchas?, 17 de enero de 2011 (www.socialismo21.net).
138 K. Marx: Carta a Annenkov de 1846, Obras Escogidas, Edit. Progreso Moscú, 1978, tomo I, p. 541.
139 K. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista, ops. cit., tomo I, pp. 129-140.
140 K. Marx y F. Engels: Nueva Gaceta Renana, Crítica, OME 9, 1978, pp. 337-355.
141 K. Marx y F. Engels: Nueva Gaceta Renana, Crítica, ops. cit., p.356.
142 K. Marx y F. Engels: Nueva Gaceta Renana, Crítica, ops. cit., pp. 350-360.
143 K. Marx y F. Engels: Nueva Gaceta Renana, Crítica, ops. cit., p. 342.
144 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, ops. cit., tomo I, p. 182.
145 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, ops. cit., p. 184.
146 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, ops. cit., p. 184.
147 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, ops. cit., p. 186.
148 K. Marx: La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, ops. cit., tomo I, pp. 218-219.
149 K. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista, ops. cit., tomo I, p. 127.
150 K. Marx: La guerra civil en Francia, Obras Escogidas, Edit. Progreso, Moscú 1978, tomo II, p. 238.
151 K. Marx: La guerra civil en Francia, ops. cit., tomo II, p. 240.
152 F. Engels: Revolución y contrarrevolución en Alemania, ops. cit., tomo I, p. 311.
153 Engels: refacio a La guerra campesina en Alemania, Obras Escogidas, ops. cit., tomo II, pp. 174-175.
154 F. Engels, La situación de la clase obre en Inglaterra, Crítica, OME 6, 1978, p. 272.
155 K. Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, Venceremos, La Habana 1964, vol. II, p. 85.
156 K. Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, ops. cit., p. 260.
157 K.Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, ops. cit., p. 271.
159 Göran Therborn: «La zona de penumbra del capital», New Left Review, nº 22, Madrid 2000, p. 157.
160 K. Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, ops. cit., p. 272.
161 Marx: «La encuesta Obrera», El proceso de investigación científica, Edit. Trillas, México 1985, pp. 136-141.
162 R. Castel: La metamorfosis de la cuestión social, Paidós, Barcelona 1997, p. 466.
163 R. Huertas: Neoliberalismo y políticas de la salud, El Viejo Topo, Barcelona 1998, p. 40 y ss.
164 M. Nicolaus: El Marx desconocido. Proletariado y clase media en Marx, Anagrama, Barcelona 1972, pp. 98-99.
165 B. Coriat: Ciencia, técnica y capital, Edic. Blume, Madrid 1976, pp. 56-60.
166 D. Lacalle: «Los límites de la clase obrera», Nuevas tecnologías y clase obrera, FIM, 1989, pp. 219-222.
167 H. Cortés: La importante Clase Media y su estructura mental egoísta, 25 de enero de 2012 (www.aporrea.org).
168 F. Engels: Revolución y contrarrevolución en Alemania, Obras Escogidas, Progreso, tomo I, p. 311.
169 F. Engels: Prefacio a La guerra campesina en Alemania, Obras Escogidas, tomo II, pp. 174-175.
170 F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, 1978, p.340.
171 F. Engels: «Carta a Turati del 26 de enero de 1894», Correspondencia, 1973 pp. 414-415.
172 F. Engels: «Carta a Turati…», ops. cit., p. 416.
173 F. Engels: «Carta a Turati…», ops. cit., p. 417.
174 Trotsky: 1905 Resultados y perspectivas, Ruedo Ibérico, 1971, tomo 1, p. 52
175 Trotsky: 1905 Resultados y perspectivas, ops. cit., p. 104.
176 Trotsky: 1905 Resultados y perspectivas, ops. cit., p. 107.
177 Trotsky: 1905 Resultados y perspectivas, ops. cit., p. 109.
178 Trotsky: 1905 Resultados y perspectivas, ops. cit., p.1 89.
179 Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partido y sindicatos, Grijalbo, 1975, p. 40.
180 Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partido y sindicatos, ops. cit., p. 96-99.
181 Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partido y sindicatos, ops. cit., p. 117.
182 Rosa Luxemburg, «Una vez más el experimento belga», Debate sobre la huelga de masas, PyP, nº 62, Cartago, 1975, p. 110.
183 K. Kautsky: La revolución social. El camino del poder, PyP, 1978, nº 68, p. 316.
184 AA.VV.: Los cuatro primeros congresos de la internacional comunista, PyP, nº 47, 1973, pp. 55-56.
185 AA.VV.: Los cuatro primeros congresos de la internacional comunista, ops. cit., p. 183.
186 Mao: Análisis de las clases en la sociedad china, Obras Escogidas, Fundamentos, 1974, tomo I, p. 14
187 Mao: Sobre el gobierno de coalición, ops. cit., tomo III, p. 224.
188 Mao: Sobre el gobierno de coalición, ops. cit., tomo III, p. 267.
189 Mao: Sobre el problema de la burguesía nacional y de los shenshi sensatos, ops. cit., tomo IV p. 213.
190 Mao: Informe ante la II Sesión Plenaria del Comité Central elegido en el VII Congreso Nacional del Partido Comunista de China, ops. cit., tomo IV p. 381.
191 R. Zibechi: «Vigencia de la lucha de clases», La toma del poder, el sujeto y la lucha de clases, 16 de febrero de 2005 (www.rebelion.org).
192 I. Gil de San Vicente, Poder adulto y emancipación juvenil, 24-02-2010 (www.matxingunea.org)
193 V. Scatamburlo-D´Annibale y P. McLaren: «¿Adiós a la clase? El materialismo histórico y la política de la “diferencia”», Herramienta, nº 20, invierno 2002, pp. 131-146.
194 E. Sartelli: «La rebelión mundial de la población sobrante», Razón y Revolución, nº 19, segundo semestre 2009.
195 P. Linebaugh: Negros, mulatos, asiáticos y blancos, ¡la misma lucha!, 21-10-2011(www.rebelion.org)
196 I. Mészáros: El desafío y la carga del tiempo histórico, V. H., 2009, p. 159.
197 22 de febrero de 2012 (www.gara.net).
198 J. Osorio, «La exclusión desde la lógica del capital», Exclusiones. Reflexiones críticas sobre subalternidad, hegemonía y biopolítica, Anthropos, 2011, pp. 67-86.
199 T. Eagleton: Por qué Marx tenía razón, Península, 2011, pp. 170-171.
200 F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra,
Crítica, OME 6, 1978, pp. 280-281. Cabe decir que en estas y en casi
todo este excelente libro, aletea con fuerza eso que ahora se denomina
«biopolítica» y «biopoder», pero sin utilizar estos calificativos,
obviamente.
201 El hambre aumenta en la mayoría de las ciudades de Estados Unidos, 16 de diciembre de 2011 (www.kaosenlared.net).
202 Concepción Cruz Rojo: Consumo alimentario: causas y consecuencias para la salud, Edit. El Boletín, 2012, pp. 33-55.
203 J. Osorio: La exclusión desde la lógica del capital, Exclusiones, Anthropos, 2011, p. 73.
204 J. Osorio: La exclusión desde la lógica del capital, ops. cit., pp. 75-85.
205 C. Alain: El impasse ciudadanista. Contribución a la crítica del ciudadanismo, Mariposa del Caos, Edicines 2006,
206 F. Pianiski: Los ciudadanos, 7 de diciembre de 2011 (www.lahaine.org).
207 18-09-2011 (www.rebelion.org)
208 G. Trucchi, Entrevista con Genaro Castillo, 29-09-2010 (www.rel-uita,org/sindicatos.com)
209 Marx, El dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, Obras Escogidas, 1979. Vol. I. p.453.
210 Marx, El dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, Ops. Cit. p.459.
211 G. Boffa: La revolución rusa. Era. 1976. Volumen 2. p. 28.,
212 Lenin: El significado del materialismo militante, Obras Completas. 1984, Tomo. 45, pp. 33:
214 S. Levalle y L. Levin en Entrevista a Rafael Alegría, 30-12-2010 (www.kaosenlared.net)
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