28 de febrero del 2012
Category: Castilla-La Mancha, Portada
Un articulo de Ignacio Pato L.
La madrugada del pasado sábado se produjeron en Toledo varias agresiones fascistas que tuvieron el resultado de varios jóvenes ingresados en el hospital con heridas de consideración causadas por arma blanca. La agresión del fascismo en la vía pública nunca ha sido un hecho concerniente únicamente al orden público, sino que supone, como todo acto público lo es por definición, un acto político. Y los actos políticos deben tener consecuencias políticas. En democracia, estas suelen tomar la forma de acciones o inacciones del poder, encontrándose entre ellas la aplicación de la ley mediante la coacción gubernamental o la depuración de responsabilidades de altos cargos.
Considerando una obviedad que es deber de la Delegación de Gobierno en Castilla-La Mancha, así como del “flamante” y cada vez más mediático alcalde de la capital (en este caso del PSOE), mantener rigurosos dispositivos de seguridad que aislen y neutralicen estas acciones violentas -que tanto se apresuran a condenar cuando se producen en otras circunstancias-, parémonos un momento en dibujar un mapa muy básico del escenario político al que parece querer encaminarnos el gobierno del Partido Popular. Con más de cinco millones de parados y la exclusión social llegando a límites desconocidos en época “democrática”, es obvio que la radicalización de los más desfavorecidos juega un papel crucial dentro del empírico juego político. La desigualdad social, la indignación articulada a partir del 15M y sus movimientos vecinales y los recortes económicos realizados y los que están por llegar no anuncian tiempos plácidos para un poder que se reclama cada vez más apolítico (¡menudo oxímoron!), incoloro, desideologizado y neutro. Una farsa que necesita del juego sucio para no convertir las calles en un hervidero de personas maltratadas y vejadas por el sistema. Y una agresión fascista no es sino una connivente pieza de este puzzle perverso del Partido Popular por varios motivos:
- Por un lado, refuerza la inoculación de un miedo paralizante que actúa como bálsamo social para unos ciudadanos y ciudadanas que, bajo la óptica del poder, harán bien en ir del trabajo a su casa y evitar cualquier riesgo público. La unión entre personas y colectivos y la (re)valorización del espacio público se ven menguadas por la estrategia del poder, que a través de la presentación de delitos intenta presentar pruebas que acrediten que la pasividad y la paz de los hogares es preferible a la presencia pública y defensa de los intereses sociales.
- No tendría sentido hablar de esa primera motivación si no estuviera relacionada con la conflictividad social que se deriva de la crisis capitalista. La radicalización y toma de conciencia de clase por toda persona parada, víctima de un desahucio o de las artimañas de patronales y bancos en su vida diaria es algo con lo que el poder cuenta. Ahora bien, la estrategia de este pasa desde los estertores del keynesianismo por fomentar una lucha de todos contra todos en los últimos escalones sociales. Así, la competitividad empresarial de la que este gobierno hace gala se queda en pañales si hablamos de la competitividad que intenta producir entre las fuerzas de trabajo de los de abajo. El fascismo, es bien sabido, siempre se ha mostrado oportunista y rapaz ante las desgracias de los trabajadores a los que ha intentado atraerse de manera populista y atroz.
- Conectado con ambas (y resultado de éstas) hemos de hablar del refuerzo policial al que tanto apego ha demostrado siempre el Partido Popular. Su interesada tesis de conflicto social, amplificada insoportablemente por sus medios de comunicación, tiene al miedo como variable dependiente de su variable independiente favorita en estos casos: la presencia de la coacción estatal en las calles. Ejemplo de ello es el bochornoso despliegue de brutalidad policial que hemos podido ver en las calles de Valencia contra estudiantes. La cruzada del PP en lo tocante a la vía pública es que cualquier persona o colectivo no tenga preferencia ante, por ejemplo, el bendito y sacrosanto fluir del tráfico de vehículos.
- Finalmente, la conveniencia ideológica es clara para el partido en el gobierno. Una derecha que lo es, pero que se siente incómoda ante la etiqueta en parte por el apetito electoral que le despiertan todos esos miles, millones de españoles que se declaran apolíticos (como si tal cosa existiera) no puede dejar pasar una sola oportunidad para centrar su posición en el imaginario colectivo. Ante un acto de corte fascista o de extrema derecha, el PP siempre se ha mostrado comprensivo. Más allá de afinidades o incluso parentescos familiares con los agresores, cualquier visibilidad del fascismo más cavernario otorga un plus de centrismo a los gobernantes encorbatados que tibiamente condenan el acto. Nos muestran a sus ciudadanos, así, cómo ellos y su racionalidad son el antídoto para acabar con cualquier lucha política, que son la nueva mayoría social, que son responsables y que su seriedad está más allá de ideologías que dieron por muertas en 1989.
Esta tarde, la Plataforma Antifascista de Toledo ha convocado una manifestación contra las últimas agresiones fascistas que partirá a las 17’00 horas desde la Plaza del Ayuntamiento hasta la de Zocodover.
No hay comentarios:
Publicar un comentario