Piensa en positivo... y sométete
Por Clara Valverde Gefaell
Las palabras no son neutras: sirven para hacer algo en el que las escucha. Para empezar, construyen sentido común. Eso lo sabe muy bien el capitalismo; así, la primera y más necesaria tarea del neoliberalismo es construir el consentimiento de los ciudadanos para poder mantener las injusticias y desigualdades. Dicho y hecho: mediante el tan de moda “pensamiento positivo” se está produciendo la incorporación de las ideas y del lenguaje de los ricos y los privilegiados en las mentes de las clases subalternas. Y esa es la más poderosa táctica para reforzar y mantener el neoliberalismo.
No me gaste las palabras
No me cambie el significado
Mire que lo que yo quiero
Lo tengo bastante claro.
MARIO BENEDETTI
Neoliberalismo
Los partidarios del neoliberalismo argumentan que es un enfoque económico que asegura el bienestar del individuo a través de la privatización y de los mercados libres. Pero la realidad es bien diferente. La etapa actual del capitalismo comenzó con el golpe de estado de Pinochet, ayudado por los economistas de la escuela de Chicago en 1973, y ahora hay pocas economías y gobiernos que no se rijan por el neoliberalismo. Como ya se ha hecho dolorosamente obvio en la vida cotidiana de la mayoría de los ciudadanos del planeta, bajo el neoliberalismo, el bienestar del individuo no cuenta porque es un proceso que tiene como objetivo que la riqueza y el poder se concentren en sólo unos pocos.
Las medidas de pioneros neoliberales como Margaret Thatcher o Ronald Reagan como, entre otras, retirar la presencia del Estado de los servicios públicos y venderlos al sector privado para que sean rentables para sus nuevos dueños, son ahora la realidad en casi todos los países. Y el hecho de desmantelar el estado de bienestar en los países donde ya había comenzado a existir, o de impedir su creación en los que todavía no se había constituido, es posible gracias a la gran ayuda del lenguaje del pensamiento neoliberal.
Que el discurso del Fondo Monetario Internacional (FMI) sea que todos los ciudadanos tienen que hacer un esfuerzo para mantener el neoliberalismo, tiene sentido para el FMI, organismo que no ha sido elegido democráticamente. Lo que es escalofriante es que ciudadanos que viven por debajo del umbral de la pobreza repitan el mismo discurso de que “todos tenemos que poner de nuestra parte” ante el rescate de los bancos y los recortes de los servicios públicos, los sueldos y las pensiones. Esto demuestra que la primera y más necesaria tarea del neoliberalismo es construir el consentimiento de los ciudadanos para poder mantener las injusticias y desigualdades. A través de los políticos, sus élites y expertos, y de la prensa, se utiliza el lenguaje para poder generar y mantener un “sentido común”, como decía Gramsci, en el que la desregulación y la privatización, que llevan a que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres, parezcan lo “bueno” y lo “normal” (1).
En el Estado Español, en los últimos años, mientras el gobierno ha recortado las pensiones, las ayudas a la dependencia y los sueldos de los funcionarios para mantener el euro a flote y ser visto con buenos ojos por el FMI, mientras el dinero público ha rescatado los negocios privados, mientras compañías como Telefónica han obtenido grandes beneficios pero han dejado en el paro a un alto porcentaje de su plantilla, las cámaras de comercio han llevado a cabo una campaña para que todos los ciudadanos colaboren con su propio empobrecimiento. Refiriéndose a la crisis económica creada por los propios especuladores y bancos, personajes vistos como “progres” como Juan José Millás y Andreu Buenafuente o modelos para la juventud como Pau Gasol, han aparecido en los medios de comunicación repitiendo el lema de la campaña: “Entre todos lo arreglamos”. Esta perversa campaña se desarrolló en el 2010 sin alarma social y con poca protesta.
Bajo el neoliberalismo, mientras las desigualdades aumentan, son los propios desfavorecidos los que apoyan las injusticias. La incorporación de las ideas y del lenguaje de los ricos y los privilegiados en las mentes de las clases subalternas es la más poderosa táctica para reforzar y mantener el neoliberalismo.
El lenguaje positivo como “sentido común”
Raramente el lenguaje es un instrumento puramente de comunicación. Las palabras no son neutras: sirven para hacer algo en el que las escucha. El lenguaje es la mejor arma del capitalismo neoliberal para allanar el camino e imponer políticas que favorecen la reorganización de los bienes y servicios y, así, se enriquece una minoría mientras se desatiende a la mayoría, a la que sin embargo se convence de que lo que se está llevando a cabo es bueno y necesario. Para ver y comprender los abusos y las injusticias perpetuadas por el poder, Gramsci nos recuerda que es importante entender el origen y los objetivos estratégicos del control social. Y los escritos de Michel Foucault nos animan a analizar el discurso de los grupos de poder, ver cómo funciona y saber identificar sus trampas.
El Estado, con el lenguaje, crea su propio “sentido común” para poder hacer aceptable lo inaceptable, lenguaje que se infiltra en toda la sociedad a través de sus canales de poder y construye así una hegemonía. Y para que exista una hegemonía, no sólo los grupos dominantes tienen que imponerse, sino que los ciudadanos tienen que llegar a estar convencidos de que las ideas de estos grupos les van a beneficiar. Cuando la población está convencida de que la privatización de los servicios sanitarios es lo más “eficaz” y “positivo” o de que todo ciudadano tiene que ayudar al gobierno a salir de la crisis económica, el neoliberalismo ya tiene poco trabajo que hacer. Sus políticas no serán cuestionadas.
Este proceso de convencimiento comienza con el encuadre del debate. El Estado presenta los términos y los límites en los que los temas se pueden pensar y discutir de forma sutil, a través de sus expertos y elites, de la prensa y de los políticos. Y de esta manera, el Estado no tiene que ejercer la represión sino la clasificación. Los grupos dominantes se apoderan del discurso, lo definen y le dan legitimidad, haciendo referencia a lo que es “aceptable” y lo que es “sentido común”.
El desarrollo y el uso del positivismo es una aplicación muy útil del lenguaje para el control de las mentes de los ciudadanos en tiempos neoliberales. Con el uso del llamado “pensamiento positivo” se está pasando del control externo al control interno de la población en todos los aspectos de la vida: laboral y económico, sanitario, educativo, etc. Vemos cómo la infiltración de los valores neoliberales en los individuos que interiorizan estas normas sociales y pensamientos, les impiden ver la realidad del neoliberalismo. También les hace sentirse culpables de su situación individual: paro, problemas para pagar la hipoteca, enfermedad, etc. El ciudadano, en un trabajo precario o en el paro, bombardeado con mensajes de la importancia de “pensar en positivo”, desarrolla dudas sobre sus posibles desacuerdos con las políticas actuales y su malestar con su propia situación. Crear dudas en la población es de gran importancia para que el Estado y sus elites lleven a cabo sus proyectos económicos (2).
Por todos los canales posibles (sistema sanitario, empresas, medios de comunicación, deportes, etc), se ha conseguido imponer una forma de ser y de pensar particular como única, y si alguien no consigue mantener el pensamiento “positivo”, se le tacha de ser uno de esos nuevos “pecadores” que tiene pensamientos “negativos”.
La pandemia del “pensamiento positivo”, que se utiliza para intentar convencer de que perder el trabajo es una “gran oportunidad para abrirse nuevos horizontes” o de que el tener cáncer es “un regalo para ver la vida con más optimismo” es, como decía Bourdieu, una “violencia simbólica” en la que un grupo impone significados, ideas y símbolos sobre el resto.
Pensamiento positivo made in Spain
El “pensamiento positivo” se ha desarrollado sobre todo en los Estados Unidos, donde ha reemplazado los viejos esquemas calvinistas de “bueno/malo”, de la importancia del esfuerzo individual y de la necesidad de estar siempre vigilando los pensamientos de uno mismo por si se vuelven “negativos” (3). El pensamiento “positivo” ha infiltrado todos los aspectos de la vida de los norteamericanos (incluidos los canadienses y los mexicanos), a quienes acompañan desde su primer café de la mañana los mensajes y las órdenes de ver las injusticias como oportunidades desde la taza del desayuno con el mensaje “Tu día es lo que tú decides”, pasando por la camiseta con la que se viste en la que lee la frase “La realidad es el espejo de tus pensamientos”, hasta el coche que conduce a su trabajo (mal pagado) con una pegatina que dice “La crisis es oportunidad” en una oficina decorada con un cartel que reza: “Leer pensamientos positivos cambia la realidad”.
El pensamiento positivo predicado por el neoliberalismo anima a negar la realidad y asegura que si se piensa, por ejemplo, en tener más dinero, el pensamiento en sí ya lo atraerá. Esta idea llegó a su máxima aceptación con la publicación, en los EEUU, del libro El Secreto, que ha tenido un éxito sin precedentes predicando “la ley de la atracción”. Si quieres algo, dice la autora, sólo tienes que “atraerlo” con tus “pensamientos positivos”. (En España, los profesores de ESADE Alex Rovira y Fernando Trías de Bes publicaron una breve pero exitosa imitación de ese libro, La Buena Suerte). Esta idea ha calado profundamente en la sociedad norteamericana. Cuando estas ideas han sido criticadas, los partidarios de la atracción positiva, a través de la prensa, libros y una película, han asegurado que sus ideas están basadas en la física cuántica (4), retórica que también están repitiendo los “emprendedores” españoles. Esta manipulación de la física cuántica está dando al pensamiento positivo del neoliberalismo un toque “científico” para hacerlo más aceptable. Sólo hay que ver la repentina avalancha de libros divulgativos sobre la física cuántica, entre otros la novela del profesor de ESADE, Alex Rovira, La Última Respuesta, para confirmar que el pensamiento positivo neoliberal se está instalando el Estado Español.
Podría pensarse que en el Estado Español, con su cultura mediterránea, su tendencia a la informalidad y con un catolicismo que pierde seguidores y que mantiene la “trampa” de la confesión como válvula de escape, el positivismo no iba a tener éxito. Pero vemos que el positivismo está creciendo con alarmante rapidez sin ser cuestionado. Desde las elites políticas y económicas hasta las médico-científicas, que ven el “negativismo” del paciente como la etiología de su enfermedad, desde los medios de comunicación hasta los deportistas que hacen publicidad para los bancos, la vida cotidiana de los españoles está saturada del pensamiento positivo.
Aunque el catolicismo y su cultura de la culpa han dejado una profunda huella en el Estado Español, el positivismo, sobre todo con su enfoque binario y su absolutismo, es la tirita, el bálsamo para el trauma transgeneracional que se arrastra sin elaborar desde hace 75 años, trauma de la Guerra Civil Española, de la posguerra y de la dictadura. La gran herida colectiva del Estado español, que tanto necesita ser curada en una tarea compartida entre los nietos de los que vivieron esa violenta etapa, no sólo lleva años siendo evitada, sino que se cronifica y se perpetúa ahora con el binarismo “positivo/negativo” del pensamiento positivo, reproduciendo así esquemas como “rojos/nacionales” y “vencedores/vencidos” y manteniendo el miedo a cuestionar. El absolutismo “bueno/malo” encuentra su eco perfecto en la ideología positivista y ayuda a mantener la representación mental del trauma de los antepasados (5).
La vulnerabilidad y la humillación (que se manifiestan por la vergüenza y por procesos de autonomía personal alterados) que permanecen en la identidad de la sociedad de posguerra y posdictadura, encuentran en el positivismo una respuesta al mandato transgeneracional (6) de en contrar una seguridad superficial y rápida, y así calmar los incomprensibles temores heredados de los abuelos sin ser verbalizados ni elaborados (7). El positivismo en el Estado Español perpetúa el trauma transgeneracional congelado en el retorno de lo reprimido como síntoma colectivo y ahora, no sólo es una arma muy útil para fomentar y mantener el neoliberalismo y sus políticas antisociales, también nos condena a un “acting out” inútil y a una repetición compulsiva de las divisiones.
Como no hay ciudadano en el Estado Español que esté exento de las marcas provenientes de la GCE y de la posguerra por la transmisión psíquica de una generación a la otra (consciente o inconsciente) (8), el bálsamo superficial del pensamiento positivo goza y seguirá gozando de una gran aceptación con pocas críticas en todos los ámbitos de la vida de la ciudadanía con el peligro que esto supone en tiempos neoliberales.
Emprendedores positivos
La aplicación del pensamiento positivo y su lenguaje está teniendo un éxito especial en el mundo empresarial español. Quedan pocas universidades en España que no tengan una “Cátedra Emprendedora”, organizada en colaboración con las cámaras de comercio, para “promover el espíritu emprendedor” y “fomentar la creación de empresas desde la Universidad”. Este nuevo espíritu “emprendedor” argumenta (sin pruebas científicas) que “cerca del 78% de nuestros pensamientos son negativos y el 22% son positivos (9), y que si el jefe se plantea despedirte, hay que “darle la vuelta a los pensamientos negativos y descubrir lo positivo”.
A través de dos aplicaciones más modernas de la coercitiva Terapia Cognitivo-Conductual (TCC, con sus recompensas para pensamientos positivos y sus castigos para los pensamientos negativos, el Coaching y la Programación Neurolingüística (PNL) están siendo utilizados en el mundo empresarial para, como dice el libro PNL para líderes, publicado por la Universidad de Extremadura, generar estrategias de éxito. El Coaching Empresarial se ofrece en casi todas las universidades españolas para entrenar a los “emprendedores” en “los elementos personales que influyen directamente en los resultados económicos de la empresa”. Esta mejoría en la economía de la empresa, según explican el PNL para ejecutivos y el Coaching Empresarial se consigue si los empleados “controlan sus estados mentales negativos y los cambian por positivos”.
Todo esto, aseguran los cursos de ESADE de Coaching Empresarial, incluye la “identificación de estrategias de recompensa que motiven a los empleados a mejorar su compromiso y lograr resultados” y “el estímulo de las relaciones de los empleados creando una actitud de propietarios”. Se quiere fomentar una “actitud”, pero no una realidad en la que los empleados compartan la propiedad de la empresa.
Es significativo el éxito sin críticas del libro La Buena Crisis del profesor de ESADE Alex Rovira (para quien la crisis efectivamente ha sido buena, porque cobra 10.000 euros por conferencia (10)), que ha sido traducido a 35 idiomas, ha vendido medio millón de ejemplares, y sus cursos, conferencias e ideas están presentes en las empresas y en la vida política del país. La tesis de Rovira es que la crisis económica actual es, en realidad, una crisis de “conciencia individual”. Como ejemplo de la actitud que se debe tener ante la crisis, Rovira hace referencia a “los países con carencias” en los que los ciudadanos “comen raciones paupérrimas” pero “viven con el ingenio y la sonrisa”. En todos sus libros, conferencias y clases a ejecutivos y políticos, Rovira repite el mensaje de que no sólo tenemos que dar las gracias a la crisis (“A ti, Crisis, por todo lo que das, por todo lo que eres... por la Belleza y la vida que nacen en ti. Por todo, Gracias. A todo, Sí”), sino que, como se decía en tiempos menos políticamente correctos sobre la violación, nos invita a relajarnos mientras vivimos las consecuencias de la crisis: “Si quieres relajarte, disfruta de la crisis”. Rovira repite una y otra vez que hay que ser positivo ante la crisis económica y nos asegura que “nuestra voluntad positiva nos regalará herramientas espirituales y psicológicas para asumir o enfrentarnos a un nuevo escenario desconocido por todos”.
Pero Rovira no es muy amable o “positivo” con el lector y le tacha de “negativo”, como un viejo cura reprimiendo a un pecador, por sentir rabia hacia sus jefes o su banco (“El amor no es una patraña. Aseguras que no puedes querer a tu jefe ni a esos bancos que te han destrozado los sueños de bienestar material. ¡Qué narices!”) al mismo tiempo que le critica tener “hambre por las posesiones” incluida “tu fantástica televisión de plasma” y aconseja vivamente: “Deja de perder los estribos ante las finanzas y persevera tu oro interior”.
Con un poco más de elegancia que Rovira, Pere Monràs predica sobre la importancia del lenguaje en el mundo empresarial. Monràs insiste en que “trabajar las palabras se hace cada día más relevante” y propone cambiar el significado y el uso de la palabra “generosidad” no para ayudar a los más desafortunados, sino porque puede ser “la gran herramienta de recuperación de la confianza, imprescindible para construir nuevos modelos de relaciones económicas” (11). Sería tal vez esa interpretación del concepto de la “generosidad” la que tuvo Monrès durante su importante carrera como director del Institut Catalá de la Salut y luego como director del Hospital Parc Taulí (en el cual fue denunciado por mobbing), cargos que han desaparecido de su currículum. Ahora sólo figura como “presidente fundador de Helix3c, promotor de la Red de emprendedores Growing Up y vicepresidente de la fundación privada Cercle per al Coneixement”.
El Cercle per al Coneixement aglutina a empresarios, la mayoría de los cuales se establecieron gracias al tiempo pasado en la administración pública, y ahora dicen ser teóricos y pensadores del “optimismo para tener una industria competitiva”. En sus textos de presentación critican “un estudio reciente sobre los libros de texto de dice que la palabra ‘empresa’ casi no se nombra, y cuando aparece, el 95% de las veces lo hace con valoraciones despectivas o negativas”. Explican que casos como estos “corresponden a unos valores instalados en la sociedad”, valores de los jóvenes que desde el Cercle denuncian: “¿Cómo hemos podido llegar a esta situación?... ¿Cómo es posible que los jóvenes que se matriculan en la universidad escojan sobre todo carreras de letras?”. Critican también la atracción de la sociedad hacia lo público cuando, subrayan con cierta indignación, “lo público está pagado a partir de los impuestos que pagamos las personas y las organizaciones públicas y privadas, pero se necesita también una sociedad privada, industrial, porque es la que tiene más oportunidades de generar y repartir riqueza o bienestar”. Y por si no lo sabíamos ya, nos recuerdan que “en la sociedad del bienestar no está todo resuelto”.
Enfermos negativos
En el ámbito de la salud, el positivismo está siendo de gran utilidad para las administraciones sanitarias en tiempos neoliberales para deshacerse de la responsabilidad de atender a las personas enfermas. Se intenta convencer a los ciudadanos de que su salud es sólo su responsabilidad individual, y que cualquier enfermedad es el producto de “actitudes negativas” y no de, entre otros, factores como las desigualdades socio-económicas, los tóxicos en el medio ambiente, los desarreglos orgánicos o la microbiología. En resumen: se culpa al enfermo.
Las desigualdades sociales y los trabajos precarios son algunos de los factores desencadenantes de los problemas de salud mental (12), pero, en vez de ofrecer servicios sociosanitarios en los que la persona con ansiedad o depresión pueda ser escuchada y escucharse, pueda elaborar sus sentimientos y recibir apoyo, o un espacio en el que pueda conectar su realidad con la de otros que se sienten como él, se le culpabiliza y se le convierte en su propio castigador.
En Cataluña, las personas con depresión o ansiedad que acuden a su médico de Atención Primaria son medicadas y, a menudo, derivadas a grupos “psico-educativos” (guiados por profesionales de enfermería sin formación en psicología ni en dinámica de grupos). Los objetivos de estos grupos son que el paciente tome su medicación y que “sustituya sus pensamientos distorsionados por otros más adaptativos” (13). Se explica a los pacientes que sus pensamientos “negativos” están “distorsionados”. Cuando el participante, a quien no se le anima a hablar ni a compartir con los otros participantes, sino a escuchar la presentación Powerpoint, verbaliza dificultades con su realidad como el paro, la situación económica, aislamiento social, etc., se le enseña a interrumpirse a sí mismo diciéndose “‘stop’ o ‘para’ o a través de una estimulación negativa (como por ejemplo: pellizcarse)”. Después de esa autoflagelación, se “entrena” al paciente a argumentar contra sus propios pensamientos “negativos”: “¿Es realista y objetivo lo que pienso?” y “¿Me sirve de algo pensar así?”. El resultado es que la persona duda de su verdad y de sus sentimientos sobre su situación y se siente juzgada por pensar lo que piensa. También se siente culpable de causarse su depresión. Sobre todo, después de asistir a las 12 sesiones, la persona deprimida o con ansiedad estará aún más lejos de cuestionar la realidad socioeconómica en la que vive.
En el Estado Español, la formación universitaria de los psicólogos es fundamentalmente cognitivo-conductual. En esta rama de la psicología, que se ejerce a través de la Terapia Cognitivo-conductual (TCC), el enfoque está en “los errores” de la manera de pensar del paciente y en cambiar sus pensamientos “negativos” por otros “positivos” (aunque algunos autores españoles ahora enmascaran esas expresiones con otras como: “primeros pensamientos” –que son negativos y que hay que cambiar– y “nuevos pensamientos” –los buenos y razonables). Da igual cómo se les llame o cómo se les disfrace: la idea es no fiarse del pensamiento crítico de uno mismo, autocensurarse y castigarse.
La TCC se está utilizando en la sanidad pública, por ejemplo, para no dar tratamientos relevantes a los enfermos de los Síndromes de Sensibilidad Central (SSC) como el Síndrome de la Fatiga Crónica, las Sensibilidades Químicas Mútiples y la fibromialgia (14). Aunque las bajas laborales y las pensiones de estos 3 millones de españoles enfermos dependen de su participación en grupos de TCC en los cuales se les ridiculiza y culpabiliza, las asociaciones de enfermos han comenzado a denunciar este abuso como, por ejemplo, a través del documental La goma y el marrón (15). La “goma” se refiere a la goma elástica que se pide a los participantes que lleven en la muñeca 24 horas al día para hacerse daño tirando de ella cuando tengan un pensamiento “negativo”. El enfermo de SSC, sin duda, tiene muchos pensamientos “negativos” sobre el tener una enfermedad que es inmunológica o neurológica con síntomas severos, para la cual las listas de espera son de 3 años en la sanidad pública y donde se pretende que la TCC es un “tratamiento”. También, sin duda, tiene pensamientos negativos sobre no ser creído por la sociedad y ser visto no como una persona enferma sino como un “vago” o un “cuentista”, por estar demasiado enfermo para trabajar y no tener ingresos, y sobre tener una calidad de vida peor que si tuviera esclerosis múltiple (16). Además de su desamparo y su sufrimiento físico, estos enfermos tienen que hacerse daño y criticarse por no ver la incomprensión y la discriminación por parte de las administraciones públicas como “positivas”.
Escuchar, pensar, cuestionar y hablar
Lo importante no es creer. Lo importante es no creer.
AGUSTÍN GARCÍA CALVO
¡No nos lo creemos!
Pancarta del 15M
Cuando el Estado reprime a la población con violencia física o con palabras ofensivas, es más fácil que los ciudadanos entiendan que están siendo agredidos. Pero lo difícil es ver las injusticias, las manipulaciones y la violencia que hay debajo del lenguaje “positivo”. Si, como dice David Harvey, la primera arma del neoliberalismo es el lenguaje, urge que la ciudadanía desarrolle sus habilidades de escuchar y cuestionar la retórica del poder en todas sus formas.
Al ver juntas palabras como “crisis” y “positivo”, “eficiencia”, “sostenibilidad económica”, “esfuerzo”, “oportunidad”, es importante releer con cuidado y preguntarse una y otra vez: ¿Quién quiere que nos creamos esto? ¿Para qué? ¿A quién le sirve que yo me crea esto? ¿A quién le viene bien que yo vea el hecho el perder mi trabajo como una oportunidad? Que los ciudadanos piensen es peligroso para los poderes porque lleva a desenmascarar los intereses que están escondidos detrás del positivismo. Y después de pensar, es necesario hablar, hablar sin permiso, hablar sin justificarse, hablar sin miedo, de lo que se vive a nivel individual y colectivo, de nuestra verdad ahora. Y también hablar y sentir las historias de nuestros abuelos, palabras y emociones que, de maneras poco conscientes, nos pueden sanar y alejarnos de la seducción del positivismo.
Tenemos la tarea urgente de aprender a escuchar y a identificar la posible infiltración del neoliberalismo y su lenguaje positivista en los nuevos movimientos e iniciativas (bienes comunes, nuevas tecnologías, medicina alternativa, cooperativas, indignados, etc.) para mantener los nuevos espacios libres del control neoliberal y para acabar con este consentimiento.
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA
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