XXXI Marcha a Rota

viernes, 7 de octubre de 2011

HACIA EL DESASTRE


Los caballos del apocalipsis.


No es ponerse ni dramático ni derrotista ni estupendo. Es sólo cuestión de observación, es sólo saber mirar, sabiendo como sabe­mos que lo menos visible, casi siempre, es lo más evi­dente...

Un articulo de Jaime Richart Para Kaos en la Red


A medida que pasa el tiempo y aumentan el desempleo y los des­pidos en todo el orbe capitalista, me vienen a la ca­beza los rumores que hace años oí a personas relativamente sol­ventes acerca de lo que tratan clubs como Bilderberg y otros más o menos organizados, oscuros o conocidos. Por lo visto se trata de diez­mar o astillar la demografía mundial de distintas maneras. Desde luego el espíritu ne­oliberal y la privatización salvaje van en esa di­rección, pues es im­posible que sin un Estado fuerte que am­pare de algún modo a los menos desfavorecidos no quede excluida del acceso a los bienes básicos una gran parte de la población. La pro­tección, la seguridad y las empalizadas que poco a poco se van le­vantando en las concen­traciones de millo­narios y multimillonarios en todas partes, no hacen presagiar nada bueno para la mayoría de los ciudadanos del mundo en cuestión de pocos años.

Tal como van las cosas, no creo ya en un Estado de Bien­estar más que para "los elegidos". Sobra mano de obra por todas partes y so­bran los seres humanos que, sin tener la más mínima culpa, se con­vierten en parásitos de una sociedad en la que la tec­nología y el ro­botismo van devorándolo todo. Entre los pensionistas y los mayores de cincuenta, entre los menores y los dis­capacitados, la población laboralmente (mercantilmente) “inactiva” es inmensa. Y muchos más que esos mi­llones sin oficio ni beneficio son los tem­bloro­sos, esos que conservando todavía un empleo sienten so­bre sí la ame­naza del paro como el reo que espera su ejecución.

Por otro lado, en estas condicio­nes las generaciones actuales han de verse incapaces de empren­der alguna iniciativa que se pa­rezca a eso que llaman formar una familia o tener simplemente descenden­cia. ¿Para qué? Está claro que cuantos más nacimientos, más indi­viduos destinados al paro, más desquiciados y más desgraciados.

Si esta sociedad supiese dejar a un lado los prejui­cios acerca de la pro­ductividad y otros conceptos de la eco­nomía keynesiana; si, habida cuenta la automa­tización, dejase atrás aquella maldita maldi­ción de que el ser humano ha de ganarse el pan con el sudor de su frente, y no fuesen ni el número ni el ansia de creci­miento ya impo­sible su motor, sería feliz.

Pero me temo que ya no hay marcha atrás. Porque esta sociedad sigue obstinada en ponerle precio a todo, y la tortuga del paro pa­rece pro­gramada por aquellos siniestros Clubs, privados, para so­brepasar al Aquiles de los puestos de trabajo.
Por ese camino aca­bará en una situación incontrola­ble o en la revolución mundial. Cual­quiera de las dos salidas terminará por ser preferible a una vida so­cial sin horizonte ni esperanza. Ello, pese al celebradísi­mo Steve Jobs, pero también de tantos otros cerebros, po­bres desco­noci­dos quizá en la calle después de haber impulsado ideas o habi­lidades brillantes sustraídas y explotadas por tantos ladro­nes de ideas que nutren las filas de conservado­res, fascis­tas y ahora neoli­berales

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