Lorenzo Gonzalo / Foto Virgilio Ponce
Miami, 4 de agosto del 2011
Sin entrar en detalles sobre la discusión presupuestaria en Estados Unidos, habríamos de señalar que la misma ha estado plagada de ideología por ambos partidos.
Al decir esto cabría suponer que se trató de una discusión basada en dos puntos doctrinarios contrapuesto, pero nada más lejos de la realidad que semejante aseveración.
Para comenzar debemos decir que ninguno de los dos ha planteado la reducción del presupuesto militar que demandan estos tiempos. Si bien es cierto que la parte demócrata pidió reducir los gastos del Pentágono, ese inmenso polígono donde se administran las guardias pretorianas que ocupan más de 700 territorios del planeta, también los republicanos defendieron ese punto de vista. Pero ninguna de las partes puso en tela de juicio la política internacional del país, que es en definitiva la causante de ese drenaje de recursos humanos y materiales. Ninguna voz se planteó con la debida seriedad, cómo reducir un plan de gastos que absorbe poco más del 20% de todos los impuestos pagados por los ciudadanos del país.
Si comparamos la reducción aprobada para ese sector, de unos 30,000 millones de dólares durante los próximos diez años, con los más de 600,000 millones que fueron asignados para cubrir los gastos del año que comienza, comprendemos rápidamente que dicha cifra es ridícula. Lo es mucho más si recordamos que uno de los puntos álgidos de la discusión fue aumentar los impuestos de las personas que reciben más de 250,000 dólares al año, quienes representan un porcentaje nacional de población que no sobrepasa el 5.84% de acuerdo al Buró del Censo Federal del año 2005. Este porcentaje es posible que haya bajado porque las grandes empresas han aprovechado la crisis, para dejar sin empleo a los empleados de altos sueldos y son quienes más dificultades tienen para encontrarlo en la actualidad. Quienes se llevan el bocado grande a la boca son los ejecutivos de dichas corporaciones y sus grandes inversionistas.
Aunque todas las partes que han discutido el presupuesto son conocedores de estas situaciones, no han existido mayores problemas para plantear y aceptar, una reducción del gasto de atención médica y medicamentos a la población retirada y a las personas con escasos recursos. Tampoco hubo resistencia en congelar prácticamente los beneficios de retiro, en un país donde la renta crece galopantemente y el porcentaje de aumento en los alimentos no se queda muy detrás.
Es curioso cómo, especialmente los republicanos, han propagado la idea de que es injusto el aumento de impuesto a los ricos, basándose en el argumento de que los mismos le dan empleo a los pobres y el dinero que poseen se lo han ganado con su trabajo. Pocos son quienes saben que una gran cantidad de los dineros que reciben esos llamados ricos, quienes ya ni siquiera pertenecen a una clase, sino que son parte de un festín de buitres que el sistema ha ido produciendo primero y aupando después, son consecuencia del robo legalizado de riquezas, a través de su transportación virtual primero y efectiva después, facilitada por el movimiento de la bolsa. Este mecanismo financiero, que sirviera para crear la acumulación de capitales necesarios, estimulada por el gigantesco auge de la producción a finales del Siglo XV aproximadamente, cuando comenzaron a transformarse las estructuras productivas, ha sido convertido en un muñeco circense útil al entretenimiento millonario de unos pocos. Las bolsas han sido secuestradas, como otras tantas cosas en nuestras sociedades de hoy, por el descuido al que ha conducido el asombro de una producción impensable hace a penas ciento cincuenta años. El embobecimiento de la gente ha servido para engrosar el bolsillo de los pícaros.
Pero además de este robo consistente en desviar legalmente riquezas para el peculio personal, hay que agregar la cuestión de los salarios.
Según John Kenneth Galbraith en su libro titulado Una Sociedad Mejor, los ejecutivos de las 300 mayores empresas de Estados Unidos, recibían en el año 1980, 29 veces más ingresos que el trabajador normal y diez años después, la diferencia era de 93 veces superior. Si consideramos que el 40% del comercio mundial es controlado por 500 empresas, no es difícil suponer el daño que ocasiona el hecho, que un puñado de personas disponga impunemente de las ganancias de sus empresas, mientras se produce una reducción del salario real.
Los problemas socioeconómicos actuales se han empeorado porque la falta total de regulaciones otorga a los empresarios y grandes capitales, una impunidad que hace sesenta años era inimaginable. En los años cincuenta la diferencia de ingresos entre ejecutivos y trabajadores no era tan desproporcionada.
Robert. Bernard Reich, profesor de la Universidad de California en Berkerly dice lo siguiente, sobre la evolución de la diferencia desproporcionada de ingresos entre altos ejecutivos y trabajadores:
“En 1953, las compensaciones de los ejecutivos eran el 22% de los beneficios de las empresas. En 1987 eran del 61%. En 1979 los consejeros delegados en los Estados Unidos recibían 29 veces los ingresos medios de un trabajador de cadena de producción. En 1988, 93 veces más”.
La discusión del presupuesto de Estados Unidos no ha sido consecuencia de un debate doctrinario, sino un ejercicio apasionado para llegar a acuerdos de cómo continuar aplicando la misma doctrina. Por esta razón han surgido comentarios sobre la creación de un tercer partido, lo cual sería gran cosa si la población estadounidense estuviese preparada políticamente para ello, pero no es el caso si lo comparamos con Europa y los países suramericanos y del Caribe. Han pasado muchos años cautivos del mismo discurso, las mismas esperanzas repetidas y la confianza que esta vez sí va a ser posible. La sociedad estadounidense no está preparada aún para un tercer partido y esperar cambios en el horizonte visible, solamente sería factible si ocurriese una revuelta dentro de uno de los existentes capaz de capitalizar voluntades y la opinión de un público que mantienen bajo una perpetua sedación.
El presupuesto que acaba de aprobarse, lejos de una solución, profundiza la crisis de la administración económica que en la actualidad se aplica y solamente un cambio de mentalidad podría producir un movimiento a favor de un cambio de las estructuras políticas.
La supercomisión que se encargará de discutir cómo llevar a cabo un aumento en el límite de gastos para que el gobierno sobreviva hasta el 2012, al tiempo que se apliquen políticas para reducir la deuda en un par de millones de millones de dólares durante los próximos diez años, dividirá la discusión en dos partes: la primera parte está constituida por la reducción de gastos médicos, ayuda a los necesitados, las subvenciones a los desempleados y reducir al mínimo el gasto militar y la segunda, la más agravante de todas, evitar subir los impuestos de “los ricos”, o sea de los “ricos” que ya definimos.
Es bueno aclarar que no se trata de que los “ricos” paguen más impuestos, sino que devuelvan los beneficios que han logrado gracias a la intervención de un Estado al servicio de grupos o personas, que se han beneficiado tanto con el acceso a recursos naturales diversos, como de las inversiones gubernamentales con apropiación privada.
Ningún trabajo, ninguna iniciativa, ningún genio de las finanzas (que no existen) puede acumular las fortunas que unos pocos tienen. Solamente disponiendo del privilegio de millonarias contrataciones, cuyos trabajos encomiendan a otros por un pago mínimo comparado con la cuantía del contrato y manipulando transferencias bursátiles a contrapelo de los daños que causan a las mayorías, es posible llegar a crear semejantes emporios y castillos.
Los “gurús” de Wall Street lo saben. Por eso están vendiendo sus papeles y haciendo que nuevamente se queden sin dinero y desaparezcan muchas empresas.
La gente por su parte quizás aprenda a ahorrar, lo cual no es compatible con la filosofía del sistema.
Es cuestión de esperar para poder hacer mejores predicciones.
*Lorenzo Gonzalo, periodista
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