
Un editorial del periódico digital INSURGENTE.
Algo que tiene que aprender de una vez la izquierda, los anticapitalistas, los antistema todos, son las cosas que no llegan al rango de violencia.
Por ejemplo, si un parlamento (nacional, regional o local) vota el recorte de sueldos de los trabajadores o articula leyes que condenan al paro a millones de personas no es violencia.
Tampoco es violencia que un parlamento decida democráticamente la quita de derechos, esto es, el desmantelamiento de la sanidad pública o de la educación gratuita.
Ni mucho menos es violencia que la vivienda se haya convertido en un artículo de lujo, que la ley ejecute a 170 familias por día por no poder pagar la hipoteca o el alquiler, o ni hablar que los comedores sociales estén desbordados de familias humildes y pobres.
Violencia no tiene nada que ver con apoyar una organización criminal como la OTAN que bombardea Libia y Afganistán, matando niños y produciendo el terror a miles de personas.
Miente quien diga que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado actúan con violencia, ni siquiera en las comisarías, aunque lo hayan dicho organizaciones como Amnistía Internacional.
Que la banca y los dichosos mercados manden y ordenen; y convierta en súbditos a la población no debe considerarse violencia.
Y que la clase política tenga sueldos desorbitados, coches oficiales, dietas, prebendas, viajes gratis y demás privilegios pese a la crisis que afecta a la mayoría no es violencia.
(Métanse de una vez por todas en la cabeza que violencia radical y terrorista es abuchear a un político, mancharlo con un spray, quemar dos neumáticos y volcar tres contenedores, y escupir a un policía es ya el colmo definitivo de acción peligrosa).
Ante estos sucesos, siempre habrá alguien dispuesto a escribir una condena a la violencia
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