
(Un artículo del profesor Ramón Cotarelo para inSurGente).
El internacionalismo constituía uno de los rasgos distintivos del movimiento obrero y la izquierda desde los orígenes. Su propuesta era incuestionable: los trabajadores no tienen patria. Ésta es un invento del capital que la utiliza para lanzar los obreros a la guerra unos contra otros o en acciones de pillaje colonial. Era, desde luego, un principio esencial del marxismo que se formula en el mismo Manifiesto del Partido Comunista, proletarios del mundo entero, ¡uníos! Y no sólo del marxismo. También los libertarios lo compartían y siguieron compartiéndolo después de la ruptura Nostra patria è il mondo intero, nostra legge è la libertà! dice una vieja canción anarquista italiana, más o menos del tiempo del atentado de Caserio, hacia 1898.
Esa convicción internacionalista hizo que las primeras organizaciones del movimiento obrero se llamaran Internacionales. Después de la ruptura entre Marx y Bakunin, ambas partes, bakuninistas y marxistas, tuvieron sus respectivas internacionales que, por cierto, sobreviven como Iª y IIª respectivamente, mal avenidas entre ellas. La IIª Internacional entró en crisis en agosto de 1914 con la Primera Guerra Mundial, pues no se atrevió a oponerse a ella. Esta crisis propició la aparición de la IIIª Internacional, comunista, como una escisión de la IIª inspirada por Lenin quien mantenía el principio internacionalista frente a los socialistas claudicantes y preconizaba la conversión de la guerra mundial (imperialista) en una guerra de clases internacional del proletariado mundial contra la burguesía mundial.
Esta situación que fue la gran escisión del movimiento obrero provocó tal crisis que, durante un tiempo llegó a existir una IIª Internacional y media como un intento de mediar entre las otras dos y, como todos estos intentos, condenado al fracaso. En su evolución histórica en poco más de veinticinco años, la IIIª Internacional o Komintern que empezó siendo considerada como "el estado mayor de la revolución mundial", acabó convertida en una especie de departamento del Ministerio soviético de Asuntos Exteriores y desapareció por orden de Stalin en 1943, sacrificada a las exigencias de sus aliados en la IIª Guerra Mundial. Reapareció luego brevemente por necesidades de la guerra fría en 1948 como Kominform reducida a algunos partidos comunistas y desapareció finalmente con la muerte de Stalin. Es decir, la IIIª Internacional acabó sucumbiendo a la falta de eficacia del principio del internacionalismo proletario, que seguía sin materializarse.
De hecho, la gran discusión entre estalinistas y trostkistas es la referida a la posibilidad del socialismo en un solo país o las exigencias de la revolución permanente, posiciones ambas que predicaban el internacionalismo pero de forma totalmente antagónica. Por ese motivo, a finales de los años treinta surgió la IVª Internacional, de doctrina trostkista; si bien sus partidarios prefieren el término "comunista" porque para los que se llaman comunistas reservan el de "estalinistas".
La conclusión del breve repaso histórico es obvia: el internacionalismo es un puntal básico del pensamiento revolucionario, de izquierda y un fracaso práctico. Los obreros del mundo entero no se han unido jamás (salvo minorías partidistas que, a su vez, estaban enfrentadas entre sí), el internacionalismo no ha pasado del estado retórico con excepción de algún organismo internacional, como la Organización Internacional del Trabajo que, estando en el sector más a la izquierda del sistema de las Naciones Unidas, no es en modo alguno una organización revolucionaria.
Sin embargo la idea del internacionacionalismo goza de prestigio. Muchos partidos políticos, incluso conservadores, tienen organizaciones internacionales, como la Democracia Cristiana. También ha habido algunas organizaciones sindicales internacionales pero disgregadas. Muchas organizaciones no gubernamentales, que aspiraban a importantes funciones como parte de los llamados "nuevos movimientos sociales" que iban a renovar la política, se basan en convicciones internacionalistas, pero sectoriales, como médicos sin fronteras, periodistas sin fronteras, etc
Lo paradójico de la situación es que, si el movimiento obrero no se ha internacionalizado, el capital sí lo ha hecho. Lleva años haciéndolo, primero con las compañías multinacionales, luego con las transnacionales y, finalmente, con la globalización que, entre otras cosas, implica una práctica libertad de circulación de mercancías y capitales en todo el mundo. Esos entes que se conocen como "mercados financieros" no son otra cosa que la evidencia de la internacionalización del capital que está en libertad de desplazarse allí donde la tasa de explotación es más alta; y lo hace. Porque el capital sí que no conoce patria territorial. Su única patria es el beneficio.
Frente a ello la izquierda, los sindicatos, los trabajadores, asalariados en general, el conjunto de las poblaciones prácticamente no pueden hacer nada porque están encerrados en los estrechos marcos de los Estados nacionales, sin instrumentos de acción internacional realmente efectivos. Por ello una de las tareas más urgentes de la reconstitución de un pensamiento crítico, de izquierda, consiste en comprender el funcionamiento de la globalización y proponer formas de organización que permitan bien sea oponerse a ella, como quieren muchos, entre otros, los partidarios de la teoría del decrecimiento, bien cambiar su naturaleza y ponerla al servicio de la emancipación de los seres humanos, como quieren muchos partidarios de la alterglobalización. Pero esto implica tomarse en serio el internacionalismo, anteponerlo cuando sea necesario a las consideraciones meramente nacionales y actuar en consecuencia.
Esto no sucede entre otras cosas porque la izquierda no ha conseguido clarificar las relaciones entre el internacionalismo y el nacionalismo. Muchos nacionalistas de izquierda sostienen que es perfectamente posible compatibilizar el internacionalismo con el nacionalismo pero lo cierto es que, hasta la fecha, cuando algo así se ha dado ha sido a base de profesar un internacionalismo retórico, sin consecuencias prácticas y un nacionalismo real que condiciona el conjunto de la acción de la izquierda. Puede que esto no tenga mucha importancia pero algo es obvio: al discurso del capital, de alcance global, que dicta su ley en el mundo entero, imponiéndose a los gobiernos e ignorando soberanías sólo puede oponerse otro global, basado en un discurso internacionalista verdadero, fraternal con el Tercer Mundo, con los inmigrantes y los desplazados, que combata con decisión el racismo y la xenofobia y articule un movimiento práctico con existencia material. Por ejemplo, ¿por qué los gobiernos de izquierda del continente americano, Venezuela, Ecuador, Bolivia, no forman una unidad política supranacional?
El mundo está maduro para ese paso. Los movimientos populares reivindicativos se internacionalizan casi sin querer, como se ha visto con las revueltas de los países árabes que ahora pueden haber cruzado el Mediterráneo y prendido en España a donde, por cierto, ya ha llegado la solidaridad islandesa. Si la multitud sale a la calle a luchar contra el expolio del capital y no se encuentra con la izquierda, entretenida en sus dogmáticas peleas internas, será el momento de mandarla al museo de antigüedades, con la rueca y el huso.
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