
Hace un año moría Chris Harman, marxista revolucionario y uno de los economistas marxistas más importantes del mundo. Harman fue miembro destacado durante décadas del Socialist Workers Party y dejó una basta obra sobre todo tipo de temas. Aprovechamos el primer aniversario de su muerte para publicar uno de los muchos artículos que escribió sobre la crisis económica.
Las dos caras de Keynes
Economistas, tanto de izquierdas como de derechas, defienden los postulados de Keynes para hacer frente a la crisis actual. Desde sus teorías se pretende hacer un pequeño cambio, que mantenga lo fundamental del funcionamiento del capitalismo; ¿no es hora ya de reconocer sus fallos para aquellos que se consideran de izquierdas?
“Todo el mundo hoy cree que era un gran economista”. Es lo que dice un artículo del Financial Times sobre John Maynard Keynes. Y eso parece. Keynes mostró en los años 30 cómo parar las crisis, dicen, y sus métodos pueden aplicarse hoy. Sin embargo existe un gran error en este mensaje. Keynes nunca mostró cómo parar la crisis en los años 30. Lo que hizo fue polemizar sin piedad contra quienes sostenían que las crisis se pueden solucionar bajando los estándares de vida de los trabajadores y que en última instancia era un precio a pagar para salvar la economía de mercado. Los argumentos de Keynes sobre la idiotez de confiar en que el mercado solucionaría nuestros problemas son todavía relevantes hoy en día.
Los economistas convencionales de hoy confían en algo que ellos llaman la Ley de Say, la cuál sostiene que no se puede generar crisis de sobreproducción porque alguien siempre compra algo que alguien vende. Keynes sostenía un punto de vista que fue establecido sesenta años antes por Karl Marx (aunque Keynes negó haber leído algo más que unas pocas páginas de Marx). Todo lo producido por la economía de mercado puede sólo ser vendido si los trabajadores gastan todo su salario y los capitalistas todos sus beneficios. Los trabajadores no pueden evitar gastar todo su salario. Pero los capitalistas pueden decidir guardar sus beneficios en los bancos o debajo de la cama, en lugar de invertir o gastarlo en sí mismos. En ese caso se abre una brecha entre lo que se produce y lo que se puede vender.
A quienes argumentan que lo producido puede ser vendido y que el desempleo puede desaparecer si los trabajadores aceptan que se les baje el salario, permitiendo bajar así los precios, Keynes respondió que simplemente significaba que los trabajadores comprarían menos bienes. Esto significaría a su vez más recortes salariales e incluso disminución de las ventas. De esta manera, destruyó el argumento convencional que era usado como justificación para no hacer nada sobre las masas desempleadas. Pero él no vio sus argumentos como anticapitalistas, sino que significaban que había que persuadir a los capitalistas para aceptar cambios que pudieran salvar el sistema.
Keynes escribió que su teoría era “moderadamente conservadora en sus implicaciones”. Su biógrafo, Lord Skidessky, sostiene que sus propuestas fueron adaptadas “teniendo en cuenta la psicología de la comunidad empresarial. En la práctica fue muy cauto”. Todo lo que se necesitaba es la capacidad del estado para intervenir y elevar el nivel en inversión y consumo. Dos tipos de medidas eran necesarias.
En primer lugar los gobiernos deben reducir la tasa de interés. Ello puede alentar a la gente a gastar en lugar de ahorrar sus ingresos, a fin de proporcionar un mercado para la producción y alentar a las empresas a invertir. Sin embargo, Keynes reconocía que era “un tanto escéptico en simplemente aplicar políticas monetarias”. Segundo, los gobiernos podrían realizar gastos ellos mismos, que serían financiados por préstamos. Tal “déficit de financiación” finalmente sería pagado por sí mismo ya que al haber un crecimiento económico el gobierno aumentaría los impuestos.
Pero cuando sus políticas fueron puestas en práctica, Keynes estaba preocupado por molestar a los capitalistas, ya que la psicología de éstos era clave para ver si la inversión se llevaba a cabo o no. Por tanto, sus propuestas eran demasiado suaves para poder haber terminado con la Gran Depresión. A principios de los años 30, cuando el desempleo aumentaba en un 100%, Keynes apoyó a Lloyd George —anteriormente Primer Ministro Británico conservador— en un llamamiento para un programa de obras públicas que habría dejado el aumento del paro en un 89%. Keynes aconsejó a Roosevelt que no llevara a cabo “negocios y reformas sociales que se deberían haber adoptado mucho antes” por si acaso “complicaban la recuperación” y eran “molestas” para “la confianza de los empresarios”.
Una estimación afirma que para crear los tres millones de puestos de trabajo necesarios para acabar con el desempleo en el punto más álgido de la depresión de los años 30 hubiera sido necesario un incremento en el gasto público de alrededor de un 59%. Este incremento no era posible con los métodos “gradualistas” de Keynes, ya que conducirían directamente a una fuga de capitales al extranjero, un aumento de las importaciones, un dèficit en la balanza de pagos y una fuerte subida de los tipos de interés.
En algunos momentos de su libro más importante, La teoría general del empleo, el interés y la moneda, Keynes se dio cuenta de que ese tipo de moderación podría no ser suficiente. Sugirió que algo fundamental para el sistema estaba provocando una disminución de la inversión —una disminución en la eficiencia marginal de la inversión. Ésta es una idea similar en algunos aspectos a la teoría de Marx sobre la caída de la tasa de beneficios e implica que algo no funciona bien en el capitalismo, algo que no puede ser solucionado únicamente mediante el ajuste de los tipos de interés o los niveles de gasto del gobierno. Esto llevó a Keynes a su afirmación más radical de que “de algún modo una extensa socialización de las inversiones seria el único medio de asegurar una aproximación al pleno empleo”.
El mismo Keynes no siguió profundizando en sus conocimientos, ni tampoco la mayoría de sus seguidores. En su lugar, estos, al igual que Keynes, adaptaron su teoría a lo que el capitalismo podía aceptar. Hoy los nuevos convertidos al keynesianismo en los gobiernos de EEUU, Reino Unido y Europa tratan, como el mismo Keynes planteaba, salvar al capitalismo de sí mismo. Eso significa que nosotros pagaremos para que los capitalistas sigan contentos. Los keynesianistas de izquierdas tiene dos opciones: estar de acuerdo con esta idea y tratar de encontrar maneras de salvar el capitalismo o tomar seriamente los planteamientos más radicales de Keynes y unirse a los marxistas en el desafío del capitalismo por el control de la economía.
Chris Harman murió súbitamente de un ataque al corazón en El Cairo la noche del 7 de noviembre del 2009, en la vigilia de su 67 aniversario mientras participaba en unas jornadas de la organización egipcia de la IST. Era miembro del Socialist Workers Party en Gran Bretaña y redactor de la revista trimestral Internacional Socialism.
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