XXXI Marcha a Rota

jueves, 19 de agosto de 2010

SERVIR A LA PATRIA.

Un articulo del profesor Ramón Cotarelo aparecido en Insurgente.






La guerra es la continuación de la política por otro medios, decía Clausewitz. La política es la continuación de la guerra por otros medios, decía un siglo después Foucault. Cuando la política fracasa, las crisis se agudizan y entran en una espiral de conflicto cuyo último peldaño es la guerra. Una espiral porque cada acción encuentra una reacción más intensa: a provocación, provocación y media.


La visita de Aznar a Melilla tiene mucho de provocación por el momento y por la persona. Respecto al momento es obvio que no es el momento. En cuanto a la persona, todo el mundo conoce las opiniones de Aznar sobre los árabes, el Islam, el musulmanismo y también sobre los israelíes, dicho sea de paso. El gesto trata de intensificar el conflicto y atacar al Gobierno. El expresidente tiene una concepción agresiva y belicosa de las relaciones internacionales, en especial con lo musulmán, como demostró con el episodio de Perejil y con la invasión del Irak, de la que se hizo corresponsable.


Ahora bien, la doctrina democrática al uso quiere que la política exterior sea cosa del Gobierno, no de la oposición, ni siquiera de la honorífica. Es cierto que todos los ciudadanos españoles pueden viajar a Melilla, como dice Cospedal con la marrullería que la caracteriza pero no todos los ciudadanos españoles se llaman José María Aznar, ni tienen su ejecutoria en estos achaques, ni son el presidente honorífico del principal partido de la oposición que aspira a gobernar España.
La posición de España en relación a Ceuta y Melilla no es incuestionable y sus derechos sobre ellas no son universalmente reconocidos. Así que, en estas circunstancias, el sentido común obliga a la prudencia, la ductilidad, el diálogo y a buscar soluciones de compromiso. Al presentarse en el enclave poco a menos que al grito de ¡a mí la legión! Aznar no solamente pretende provocar un conflicto, sino también dejar claro que en la derecha siguen mandando él y sus iguales y que Mariano Rajoy es un mero testaferro político cuya función es aplaudir al jefe verdadero. Además la decisión es estúpida porque si lo que se pretende oficialmente es una manifestación de fuerza para infundir temor en el enemigo, flaco servicio es el que se hace al objetivo estratégico que el espíritu belicoso pretende y menguado auxilio el que se presta a la Patria si se ofrece una imagen de desunión interna. Eso se le alcanza a cualquiera que no sea Aznar.


Los partidarios de este tipo de gestos estilo Napoleón en el puente de Arcole (aunque sea el Napoleón de Onésimo) pueden decir, si la cosa se arregla diplomáticamente, que fue gracias a su contundencia ya que el enemigo se arredró. Pueden decir lo que quieran pero lo habitual es que el tiro salga por la culata. Más contundente estuvo el Rey cuando el 2 de noviembre de 1975 prometió solemnemente a los saharauis, a los colonos españoles y a la guarnición desplegada en el Sahara que España no lo abandonaría y que él, como comandante en jefe, se presentaría al sonar el primer disparo. Cuatro días después entraba la “marcha verde” y ocupaba el territorio, cobardemente entregado a Marruecos sin que nadie consultara nada con los saharauis. No hubo ni un disparo, así que el Borbón, con el heroísmo propio de la dinastía, consideró que no había faltado a su palabra. El resultado del gesto salta a la vista 35 años después.

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