XXXI Marcha a Rota

miércoles, 3 de diciembre de 2014

El teatro político y la lucha social

La malintencionada idea posmoderna de que el arte debe estar ligado al arte en sí mismo y por tanto alejado de la vida real y de la reflexión política, ha acabado por implantarse lamentablemente en el mundo profesional de las artes escénicas, y el mínimo roce con la aplastante realidad que nos rodea es tachado inmediatamente de arte panfletario.
Esta paradoja ha conseguido hacer creer que el arte político es sólo aquel que mantiene una actitud crítica ante la realidad del mundo. Teatro de izquierdas, suele decirse. Pero ante esta concepción hay que dejar bien claro que no existe arte que no sea político. Por eso es desacertado afirmar que el arte y la política puedan separarse.
Todo arte es político en la medida en que se cuestiona la vida de la polis, de la sociedad. El teatro está vinculado directamente con el desarrollo de la comunidad que lo ha visto nacer, manifestándose según las condiciones económicas, sociales, culturales o geográficas de la sociedad. Pero el teatro es político también porque cada propuesta escénica pretende afirmarse ante la realidad del mundo, y así emitir un juicio –negativo o positivo, da igual– sobre ese mundo. Interpretar es precisamente eso: hacer un juicio de la inminente realidad. Y es político, también, porque tiene el poder de reunir a la masa en torno a una representación, por su poder de convocatoria.
Por eso no es condición indispensable que el teatro sea político. Un teatro que hiciera apología a la violencia contra las mujeres, que ensalzara las virtudes del homófobo, o racista, sería también un teatro político. Teatro de deleznable carácter reaccionario y fascista, pero teatro con una ideología política definida. Y por tanto, teatro político, a fin de cuentas.
De igual modo, un teatro que se aleja de la realidad, que se empecina en descubrir el sexo de los ángeles, es un teatro que se evade de su función social y que objetivamente está ayudando al mundo a mantener sus estructuras de poder, su injusticia social y su inmoralidad. Ese teatro evasivo, que no refleja más que ciertas inquietudes estéticas a lo sumo, es también teatro político nos guste o no.
Lo que cabe plantearse entonces sobre la cualidad política del teatro es a qué intereses obedece el tipo de arte que hacemos. Para ello es fundamental tener conciencia del papel que representamos dentro del mundo y de la sociedad, porque uno de los principales errores que suele cometer nuestra profesión es el de no considerarse clase obrera que comparte intereses con el resto de los trabajadores y trabajadoras de otros sectores de la producción. El concepto de “artista” parece no querer ligarse definitivamente al mundo laboral. Y esta indefinición de nuestra profesión ha terminado por desclasarnos completamente; es decir, por no reconocernos como miembros legítimos de la clase trabajadora, consiguiendo desvincular nuestro trabajo de la realidad social del mundo. Un mundo injusto, por cierto. Regido por el monstruo del capitalismo, que vive a costa del trabajo de miles de millones de trabajadores y trabajadoras, y a costa también del desempleo y el despido de otros tantos miles a quienes se les niega el derecho al pan y al trabajo.
Los intelectuales y los artistas jugamos un papel fundamental; no sólo en un consciente rechazo al capitalismo como sistema de opresión y un compromiso militante con la causa proletaria, sino también como edificadores de un bloque ideológico cultural propio que confronte el entramado ideológico burgués y sus valores en el terreno del arte y del pensamiento, que desmonte a la cultura burguesa, que no tiene otro fin que el de someter a la sociedad al yugo genocida y terrorista del gran capital.
Teniendo presente que un teatro a la altura de estas exigencias contemporáneas debe asumir para sí la tarea de desmontar pieza a pieza el entramado ideológico burgués que conduce a nuestras sociedades a la autoaniquilación, ese teatro, por tanto, está llamado a convertirse no en un “ala izquierda de la cultura”, sino en un motor que dé expresión e impulse el movimiento obrero en sus propias filas. En el arte también la clase obrera lo produce todo, y es nuestro deber comenzar a construir una cultura obrera propia, que responda a las inquietudes y a las necesidades de nuestra clase social. Si la burguesía nacional e internacional está organizada y reproduce el arte y el pensamiento que necesita para su dominación sobre la clase obrera, ¿cuándo va la clase obrera, los y las artistas de la clase obrera, a organizar un arte y un pensamiento que confronte el poder hegemónico del gran capital? Es necesaria y urgente la construcción de nuevos valores, ideas y estilos expresivos que den forma, voz y cuerpo al bloque revolucionario en el terreno de la expresión artística. Heredamos ya toda una tradición cultural que está al servicio de nuestra propia clase con manifestaciones de lo más variopintas pero también de lo más bellas, porque la belleza no está en disputa con el compromiso social. Corresponde ahora tener plena consciencia de nuestra posición en esta guerra de la clase capitalista a la clase trabajadora, y tomar partido en ella, poniendo al servicio de nuestros compañeros y compañeras de lucha toda la solidaridad, el talento, la disciplina, la inteligencia y la capacidad de organización que tengamos.
En la dictadura del pensamiento relativista en la que vivimos, donde el arte ha sufrido una degradación espiritual importante, asignarle al teatro un discurso que esté al servicio de nuestros propios intereses se achaca de panfletarismo y de populismo. Los profesionales de las artes escénicas, adoctrinados y embaucados en los más sutiles métodos del capital monopolista (léase escuela, televisión, “programas culturales”, cómodas carteleras, etc.) comparten la responsabilidad de defender la consciencia de clase al servicio de la lucha.
Empecemos a construir propuestas artísticas que apunten hacia esa dirección, y organicémonos como trabajadoras y trabajadores conscientes dentro de la cadena de producción social. La militancia y la lucha política no deben ser impedimento para nuestra profesión. Al contrario: nos aportarán instrumentos de análisis, capacidad de organización, reflexión política sobre nuestro propio trabajo.
Ante los ataques incesantes del gran capital contra nuestro derecho y el de las futuras generaciones a vivir dignamente, hagamos de nuestro arte un frente más dentro de la lucha social, una fuerza que sumemos al frente de la clase obrera, insuperable para la clase capitalista en su afán devorador por arrebatárnoslo todo.
La lucha que desarrolla hoy la clase obrera internacional contra la dominación de los monopolios, con un capitalismo agotado y violento en extremo, corresponde asumirla también desde el mundo de la creación artística. Sin histrionismo, pero con claridad. Tomando partido por el proyecto histórico de emancipación que conocemos por socialismo-comunismo.
César Yanes



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